El pasado día 24 de marzo, conmemoramos el asesinato, hace ya 31 años, de monseñor Óscar Arnulfo Romero. A las 18.40 h. caía asesinado mientras celebraba la Eucaristía, durante el rito de las ofrendas una bala le atravesó el corazón sesgándole la vida.
Así caía monseñor Romero, y se alzaba San Romero de América, como él predijo antes de su muerte: “Si me matan, resucitaré en el pueblo salvadoreño”.
De orígenes humildes, monseñor Romero desde su niñez tuvo clara su vocación al sacerdocio, y aunque en su carrera sacerdotal siempre fue clasificado como una persona conservadora, jamás renunció a sus orígenes, hasta el punto de entregar su vida por los más pobres.
Cuando conoces la realidad de Hispanoamérica de primera mano, y puedes ver con tus propios ojos su realidad social, no puedes hacer otra cosa que confirmar la opción por los más pobres. Aquí la clase media no existe, las diferencias sociales son abismales, los ricos son pocos y son muy ricos, y el resto conviven con la pobreza, la miseria y la violencia.
Ahora ya no hay dictaduras militares, pero la democracia real no existe y la corrupción está institucionalizada, así que en esta situación, la única opción seria, cristiana y coherente con el Evangelio, es continuar con el camino iniciado por monseñor Romero.
Está claro que la izquierda de la época intentó utilizar su figura políticamente (la de él y la de las fuerzas del pueblo), y que la derecha oligárquica le acusó en repetidas ocasiones de ser “comunista”, (y también al pueblo que luchaba contra la injustica social). Monseñor Romero fue un profeta y mártir, que alzó su voz contra la injusticia y contra el pecado, pero siempre desde el amor y la reconciliación. Al igual que nosotros, no fue de derechas ni de izquierdas, aunque en su vida le acusaron de lo uno y de lo otro, él estaba por encima de esa absurda concepción política de la vida.
Fue fiel a la doctrina social de la Iglesia, quería superar la lucha de clases y el odio que genera el marxismo, y denunció abiertamente la actitud farisaica de la derecha que se declaraba “anticomunista”, no por querer defender los valores eternos de cada persona, sino por el egoísmo de proteger sus intereses de clase.
Al final, los poderosos le mataron, sus palabras molestaban, porque como le enseñó un humilde campesino: "donde hay heridas, la sal escuece". Y la Iglesia, si quiere ser fiel al Evangelio, tiene que proclamar (sin odio y desde el amor) siempre la verdad, aunque ésta tenga que doler necesariamente.
Hoy como ayer, Hispanoamérica es el caldo de cultivo para la demagogia y el marxismo, la derecha acapara toda la riqueza y defiende sus intereses clasistas a capa y espada, apartando y excluyendo a la clase trabajadora del ideal de la Patria. La única forma de encauzar a las masas proletarias en un ideal superior que defienda los valores esenciales de la civilización, y de la persona en su integridad, es repartir el bien común entre todos, para que reine la justicia social y, así la gente se sienta solidaria con el destino nacional.
Autor: J.Q.
No hay comentarios:
Publicar un comentario