Cuando, jovenzuelo, leí la rotunda afirmación de “no somos de derechas ni de izquierdas”, me causó el impacto de la novedad y el choque con la vivencia. En una familia “católica, apostólica y romana”, según definición apasionada e irrenunciable de mi madre, que Dios la tenga en la gloria, la derecha era el estado político natural de un hogar con solera religiosa de cristianos viejos de la Vieja Castilla.
Sin embargo, valga esta anécdota como paréntesis. Mi abuelo materno y mi padre fueron encarcelados en los primeros días de la Guerra Civil, por los del bando nacional, en las tristemente célebres “cocheras” de Valladolid, habilitadas como cárcel para la ocasión. Un hermano de mi madre también fue conducido a ellas una noche. En ella, desapareció para siempre. Los tres eran secretarios de ayuntamiento, lo que puede explicar un poco las cosas. Los caciques de pueblo suelen tomar venganza de deseos no ejecutados según sus caprichos y “ordeno y mando”. A pesar de ello mi familia era “católica, apostólica y romana”. Mi madre culpaba a aquellos malvados individuos que sin conocimiento de Franco, decía, cometieron tal atropello. Para ella, y lo he escrito alguna vez más, Franco salvó a España y a la religión de comunismo ateo. Los del otro bando también habían amenazado públicamente a la familia por su religiosidad.
Algún día tendré que contar esta historia familiar que tantas veces oí desde mi infancia. Intención que he ido retrasando para no coincidir con ese invento rencoroso y cainita de la llamada “memoria histórica”.
Volvamos a derechas e izquierdas. Ya lo dijo Ortega y Gasset al comparar esta división política, enfrentada y enfermiza de la sociedad, con una hemiplejía. José Antonio lo definió como un defecto de parcialidad a que da lugar si las cosas se miran con un solo ojo, sea el derecho o el izquierdo.
Ser de izquierdas por pensar y hacer lo contrario de las derechas o a la inversa, es obligar al ciudadano a tomar una decisión salomónica, como sobre el niño al que había que partir por la mitad a petición de la falsa madre. Aquél, el ciudadano, sujeto de derechos y deberes no tiene éstos a un lado u otro de su anatomía; ni el cerebro se divide en dos compartimentos estancos en uno de los cuales se contenga ese conjunto de derechos y deberes que explica precisamente la estructura integral del individuo.
A ver si ahora tenemos que ser de izquierdas o de derechas para saber lo que es justo o injusto, lo que es noble o innoble, lo que es la bondad o la maldad; en definitiva, lo que son los principios y valores que deber portar el ser humano, sin distinción de razas o creencias.
Esta división que tiene mucho de maquiavélica y un halo de fatalista, pertenece al desván de la Historia. Hoy, lo reconocen así gentes que en el pasado se titularon de una u otra mano política. Tuvo su justificación nominal, que no la categoría de verdad, la prueba es con qué facilidad se pasan unos u otros de mano a mano, en momentos en que la condición humana colectiva se manifestó en uno de sus más bajos y reprobables instintos, el egoísmo, haciendo que unas clases poderosas, ricas, torpes y canallas explotaran y vivieran del hambre y miseria de millones de seres humanos, pobres, analfabetos y desheredados. No eran tiempos para el pensamiento sino para la revancha partidaria. Tiempos de explotadores y explotados, de demagogos y burgueses teóricos de utopías dictatoriales…que partiendo de una realidad incontestable, la injusticia universal, pretendían dar una respuesta contraria pero de la misma entidad que la del enemigo. Frente al sistema explotador de las clases ricas, el sistema aniquilador de una sola clase, la proletaria. Al final, el juego de una partida a muerte entre un sistema de clases frente al sistema de una sola clase sojuzgada por un partido.
Mientras, el hombre, el individuo, dividido su ser en dos, con obligación de decidirse por una de sus forzadas mitades. ¡Qué enorme torpeza! El ser integral que es el hombre obligado a partir el conjunto de sus derechos y deberes en dos para convertir una parte de sí mismo en enemiga de la otra.
Si quisimos, si luchamos por una sociedad de hombres libres, nuestro viejo lema y empeño, no podemos dejarnos encasillar en uno de los frentes. No puede existir esa sociedad de hombres libres si concedemos que en uno de ellos está la justicia y en el otro la Patria. ¡Mentira! El pasado fue como fue; el futuro será como los hombres libres quieren que sea. Para ello nos avalan nuestros principios de los que si renunciamos mejor fuera que nos arrastrara la marea de esta sociedad egoísta, de becerro de oro, insensata, injusta, cobarde, ovejuna y sin pulso histórico.
¿De qué y para qué nos valdría la estrategia de un momento porque se nos reconociera una parte más de este concierto de partidos sin director, sin batuta y sin partitura, en la que se ha convertido la política nacional y universal? ¿Desde cuándo, que no sea un grito demagógico, la justicia está en la izquierda? ¿Desde cuándo la tradición y la Patria, que no sea un banderín de enganche de intereses, pertenecen exclusivamente a la derecha? Si del pasado nos quedara algún complejo, desechémoslo de un manotazo. Si algo hemos aprendido de la madre y maestra que es la Historia es que aquellas izquierdas que levantaban banderas de justicia y libertad son el reverso apestoso de aquellas derechas a las que decían combatir. Hoy mismo, el espectáculo de la política nacional es una tortilla de intereses y ambiciones dada la vuelta. La estúpida arrogancia de las izquierdas les ha hecho creer que son poseedores únicos de la ética social, como si hubieran sacado la patente. A tanto ha llegado su ridículo como para no saber de sí mismos que están hechos, como todos, de carne que se corrompe y que al día siguiente de catar la riqueza caen en la opulencia. Y éstos ¿nos van a obnubilar?; éstos ¿nos van a dar ejemplo?; de éstos ¿vamos a tomar nombre por mucha etiqueta nacional que le pongamos al vocablo izquierda? Ni dieron ejemplo ni lo dan ni lo darán. Ya conocemos de qué madera son. Tienen las mismas funciones biológicas que los demás y, para desgracia de ellos, la mayoría carece del empaque espiritual de un español auténtico.
Ser español, sentirse ese español auténtico, es incompatible con ser de derechas o izquierdas. Una Patria común no es ni puede ser de derechas ni de izquierdas. España o es justa, sabia culta y nombrada o no es nuestra España.
Mantener esa división es un atentado a nuestra manera de ser y estar ante la vida. Y lo que es peor, poner en riesgo la entidad de España. Ya es difícil sostener su unidad si el pueblo, que es su encarnación, está partido en partidos. He aquí un desafío que el futuro le hace al pensamiento. O ¿no va haber manera de elevar la democracia a un concepto y realidad más sabios y dignos de los que se encuentra en este ya secular atranque y descrédito?
¿De derechas o de izquierdas? De ninguna. Estamos en un frente común de ciudadanos libres que tienen una Patria, España, una meta y misión, la Hispanidad; que es como decir la Humanidad.
PEDRO CONDE
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