domingo, 24 de junio de 2012

La central eléctrica

Julio Camba veía el Estado como la cosa más parecida del mundo a una central de energía eléctrica: «El Estado coge toda la riqueza nacional, y mediante un maravilloso sistema de tributos, la transforma en dinero, que distribuye a domicilio por una tupida y complicada red administrativa: una red de sueldos, dietas, gratificaciones, cesantías, gastos de representación, extras, automóviles, pensiones, retiros, excedencias y ¡qué se yo todavía!». Bastaba enchufarse a esa tupida red para disfrutar de un flujo perpetuo. Pero cuando Camba tuvo esta visión del Estado como central eléctrica que abastece a una legión de enchufados aún no se había descubierto la fisión nuclear.

Hoy el Estado es una central nuclear que ha multiplicado el número de sus enchufados y también la complejidad de su tupida red administrativa, mediante la incorporación de reactores sucursales en cada región (perdón, autonomía). A los sueldos, dietas y gratificaciones que Camba enumeraba ha añadido una prolija retahíla de mamandurrias varias. Pero, como toda maquinaria dedicada al despilfarro más desvergonzado, esta vasta central eléctrica necesita de vez en cuando inventarse algún chivo expiatorio al que poder castigar por haberse dejado encendida una lámpara de mesilla, de tal modo que pueda posar ante la gente cretinizada como una organización regida por la más rigurosa austeridad; para lo cual cuenta con una serie de centinelas o inspectores hipocritones (siempre de progreso, pues como todo el mundo sabe las gentes de progreso están investidas de una suerte de superioridad moral que las distingue del resto de los mortales) que eligen al chivo expiatorio y le sacan los colores escudriñando su recibo de la luz, mientras ellos pueden dedicarse tranquilamente a seguir chupando del flujo eléctrico, más próvido que la teta de la cabra Amaltea. Este «puritanismo de los libertinos» es el que acaban de aplicar los centinelas de progreso al juez Dívar, en quien han hallado el chivo expiatorio perfecto, pues no en vano, además de catolicón, permitió la defenestración del ídolo garzonita, pecado imperdonable que le han hecho penar del modo más rastrero concebible. Así funciona el puritanismo de los libertinos.

Y, mientras los centinelas de progreso corren a gorrazos al juez Dívar por dejarse la lámpara de mesilla encendida (y propalando muy malévolamente insidias que nos permitan imaginarnos lo que hacía a la luz de esa lámpara), la gente cretinizada no repara en despilfarros lumínicos mucho menos veniales. El mismo día que se consumaba el sacrificio del chivo expiatorio, sabíamos por el Boletín Oficial del Estado -y es tan sólo un botón de muestra- que la central eléctrica del Estado sufragará con un milloncejo de euros las conversaciones por teléfono móvil que nuestros eximios senadores mantengan durante los dos próximos años. Nuestros eximios senadores podrán hablar gratis total con su tía de Cuenca, con su novia de Leganés y con su amiguete de parrandas de Albacete con cargo al presupuesto; y si, por ventura, su tía y su novia y su amiguete de parrandas residen en Sebastopol, pues también, que para eso disfrutamos de un Estado que es una central nuclear funcionando a todo trapo. Claro que, si entre los eximios senadores se contase alguno que sea catolicón, no debemos descartar que, en un futuro próximo, los centinelas de progreso le publiquen las conversaciones con su novia de Leganés, aunque sean las conversaciones más castas y lacónicas; ellos, entretanto, podrán seguir conversando incontinentemente las mayores guarradas con su novia de Sebastopol, que para eso están investidos de una suerte de superioridad moral que los distingue del resto de los mortales.

Autor: Juan Manuel de Prada

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