sábado, 2 de junio de 2012

Patriotismo

¡Menuda matraca nos pegaron con la pitada al himno nacional en la final de la Copa del Rey! Casi llegaron a convencernos de que la supervivencia de nuestra patria dependía de que aquella pitada se impidiese; y hasta hubo un ministro que asoció los subidones de la prima de riesgo con los decibelios de la pitada. Pero aquellos vascongados y catalanes que pitaron a rabiar el himno nacional no hicieron sino lo que les han enseñado a hacer desde que los destetaron; y enojarse de que lo hagan es tan absurdo como enojarse de que el perro de Paulov segregue salivilla cada vez que suena la campana que le anuncia la pitanza. ¡Como si los actos reflejos fueran tan fácilmente reprimibles! Mejor sería correr a gorrazos al Paulov que les enseñó a pitar como posesos cada vez que oyen los acordes del himno nacional; y, mejor aún, a los que autorizaron el experimento de Paulov. Aunque a éstos, más que correrlos a gorrazos, habría que colgarlos de la picota; pero resulta que son los mismos que, muy patrióticamente, se quejan de la pitada, desde su poltrona parlamentaria o su despacho de gobierno.
 
Decía Camba que hay en España muchísimas personas de cuyo patriotismo no tenemos otra noticia que las gallinas que se engullen, las copas que se sorben o los cigarros que se fuman; y este patriotismo de los estómagos agradecidos no ha hecho desde entonces sino crecer. Decía también Camba que el problema de España, con sus voces ásperas de violencia terrible y sus puñetazos en las mesas de los cafés, se solucionaría metiendo algunos millones de duros, «siempre, naturalmente, que los millones no se quedaran todos en algunos bolsillos». Nuestros patriotas retóricos dieron con otra fórmula alternativa, mucho más provechosa para ellos, que consiste en sacar algunos millones de duros de nuestros bolsillos, para meterlos en los suyos; y, cuando los millones de duros no aparecen por parte alguna (¡porque en los bolsillos de nuestros patriotas no se mira!), lo que hacen es sacarlos otra vez de nuestros bolsillos, para cuadrar las cuentas. Luego, una vez cuadradas, aún los veremos engullirse una gallina, o sorber una copa, o fumarse un puro, para celebrar la patriótica operación de salvamento de nuestra economía. Y en España ni siquiera se oyen voces ásperas, ni puñetazos en las mesas de los cafés, porque toda la fuerza se nos fue en maldecir a los antipatriotas que pitaron el himno nacional en la Copa del Rey.
 
Si a los miembros del consejo de administración de Bankia, ese parque temático del enchufismo español (pero ya nos advertía Camba que nada hay tan español como concebir el Estado como una gran central eléctrica a la que hay que enchufarse para brillar), les hubiesen preguntado por la pitada de la final de la Copa del Rey, estoy seguro de que se habrían mostrado indignadísimos; lo que, sin embargo, no les ha impedido pulirse los ahorros de media España. También estoy seguro de que la pitada de la final de la Copa del Rey enojó muchísimo a quienes, en los últimos meses, se han apresurado a sacar sus ahorros de España. Pero sacar los ahorros de España cuando pintan bastos y pulirse el dinero de los demás cuando pintan oros son actos reflejos, como lo es en el vascongado y en el catalán pitar el himno nacional cuando pintan copas: experimentos de Paulov autorizados desde las poltronas parlamentarias y los despachos de gobierno. Y nadie se atreverá a discutir el patriotismo de quienes los ocupan, aunque de tal patriotismo sólo tengamos noticia por las gallinas que se engullen, las copas que se sorben o los cigarros que se fuman (en la intimidad, por supuesto, que fumar en lugares públicos es antipatriótico).
 

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