sábado, 11 de agosto de 2012

El Lord Jones de Marinaleda

Juan Manuel Sánchez Gordillo
Decía Chesterton que el periodismo consiste esencialmente en decir «lord Jones ha muerto» a gente que ni siquiera sabía que lord Jones estuviese vivo. Que Chesterton tenía razón nos lo demuestra, por ejemplo, la información que recibimos sobre las Olimpiadas, en la que todos los días nos dicen con exultación frenética que han ganado medallas deportistas españoles que ni siquiera sabíamos que existiesen; y que, aun después de enterarnos de su existencia, nos preguntamos a la vista de sus nombres si serán en verdad españoles o más bien personajes salidos de una serie japonesa de dibujos animados. Pero hay gente dispuesta a salir en los papeles como sea, para que el día que se mueran no ocurra con ellos como con el lord Jones de Chesterton. Un ejemplo conspicuo lo tenemos en ese Juan Manuel Sánchez Gordillo, el alcalde comunista de Marinaleda, que quiere ser al menos tan famoso como aquel Peppone urdido por Guareschi; sólo que como Gordillo no tiene, al parecer, un cura que le haga sombra como don Camilo se la hacía a Peppone, el tío se lo monta sin cura, que queda además mucho más laico. Pero los desvelos de este lord Jones de Marinaleda son inútiles, porque en el lapso entre campanada y campanada informativa ya nadie se acuerda de él; y así, cada esfuerzo por hacerse célebre le exige empezar desde cero, como a Sísifo su condena lo obligaba a empujar montaña arriba una piedra que, una vez alcanzada la cúspide, volvía a rodar hasta la ladera. Este Gordillo ya había logrado cuspidear en los papeles cuando lo invitaron a viajar a Venezuela, donde ardían en deseos de escucharle decir cosas tan rotundas como la que sigue:

-En la izquierda revolucionaria tenemos que unir discurso con vida. Tenemos que vivir lo mismo que hablamos y hablar lo mismo que vivimos.

Y para probar esta comunión de vida y discurso, nuestro lord Jones de Marinaleda voló a Caracas en primera clase; algo que ya sólo se pueden permitir algunas estrellas de Jolibú y la izquierda revolucionaria. Con el pastizal que se habría ahorrado viajando en clase turista, nuestro lord Jones de Marinaleda podría haber pagado todos los alimentos que robó en un supermercado de Écija; y de paso la nevera para conservarlos. Pero la izquierda revolucionaria en la que cuspidea este lord Jones de Marinaleda puede permitirse estas paradojas nada chestertonianas, pues sabe bien que lo que ayer publicaron los periódicos hoy sólo sirve para envolver el pescado, como dejara escrito Ruano; y a esta condición fugitiva y fungible del periodismo añade la izquierda revolucionaria esa impunidad moral que aprendiesen, entre fumatas de porros, leyendo el catecismo de Lenin, que por supuesto no compraron, sino que mangaron en la librería de su barrio: «Contra los cuerpos, la violencia; contra las almas, la mentira». O, en versión carpetovetónica: «Contra las cajeras del Mercadona, la violencia; contra los palurdos que nos siguen, la mentira». 

Por supuesto, estos aprendices de Lenin, a diferencia de nuestros medallistas olímpicos (de quienes ya nunca volveremos a saber nada), seguirán saliendo en los papeles. Han descubierto que hay formas de morirse sin que les ocurra lo mismo que al lord Jones de Chesterton: ayer fue el asalto a un supermercado; mañana será la ocupación de una finca; pasado tal vez el apedreamiento de un tío con pinta de señorito, hasta que por fin encuentren un Casares Quiroga que reparta armas entre el pueblo. Que esa siempre ha sido la golosina favorita de la izquierda revolucionaria; bueno, al menos cuando se les acaba el dinero para viajar en primera clase. 

Autor: Juan Manuel de Prada

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