lunes, 28 de enero de 2013

El ruido informativo

En su último mensaje sobre las comunicaciones sociales, Benedicto XVI se refería al que a mi juicio es el peligro mayor al que se enfrenta el periodismo en nuestra época: «A veces, la voz discreta de la razón se ve sofocada por el ruido de tanta información y no consigue despertar la atención, que se reserva en cambio a quienes se expresan de manera más persuasiva. Los medios de comunicación social necesitan, por tanto, del compromiso de todos aquellos que son conscientes del valor del diálogo, del discurso razonado, de la argumentación lógica; de personas que traten de cultivar formas de discurso y de expresión que apelen a las más nobles aspiraciones de quien está implicado en el proceso comunicativo».

El desarrollo tecnológico ha permitido, en efecto, que el acceso a la información sea cada vez más rápido; y que su flujo se haga incesante e ininterrumpido. En apenas unas décadas hemos dejado atrás un mundo en el que la información nos llegaba «por cuentagotas» a un mundo anegado por una notoria saturación o plétora informativa. Pero que dispongamos de más información no significa que estemos mejor informados: a nadie se le escapa, desde luego, que la intoxicación informativa es un instrumento incalculablemente más eficaz que el silencio o la censura en manos de quienes desean embaucar a las masas. La propaganda -que siempre se disfraza de información- requiere, para cumplir sus propósitos y resultar más verosímil, mantener machaconamente apedreadas las meninges de sus víctimas, de tal modo que acalle sus interrogaciones antes incluso de que puedan llegar a formularse. Pero la intoxicación, que se mueve como pez en el agua allá donde campa la saturación informativa, es una calamidad clásica, rampante hoy pero no distintiva de nuestra época. En un mundo sofocado por el ruido informativo como el nuestro el peligro acaso más temible es que el pandemónium aturdidor de noticias que nos invade acabe atrofiando nuestra capacidad de juicio, acabe incapacitándonos para el «discurso razonado» y la «argumentación lógica».

En realidad, la información (que no es en sí misma conocimiento, en contra de lo que nuestra época pomposamente proclama) solo merece tal nombre cuando nos permite ascender desde el plano inferior de los «fenómenos» hasta el plano superior de las primeras causas, cuando entre el batiburrillo de contingencias podemos hallar el hilo conductor que nos lleva a los principios originarios. Esta es la razón de ser y la misión del periodismo; naturalmente, todo periodismo que se precie propondrá a sus destinatarios una «hipótesis» comprensiva de la realidad que los ayude a ascender desde el plano inferior de los fenómenos al plano superior de la primeras causas; y es inevitable -y hasta deseable- que las hipótesis comprensivas de la realidad sean diversas (mucho menos deseable resulta, sin embargo, que tales hipótesis sean dictadas exclusivamente por el rifirrafe ideológico). Pero cuando el periodismo extravía el sentido de su misión se convierte en ruido informativo, en un guirigay o tumulto ofuscador en el que ya no existe posibilidad alguna de ascender a las primeras causas desde el plano de los fenómenos, en el que cualquier razonamiento o argumentación lógica se tornan ininteligibles, extemporáneos, incongruentes con la confusión reinante que interesa el rifirrafe ideológico; y así, los destinatarios de la información se convierten en pajarillos que caen atrapados en la liga de cazador y que, cuanto más aletean y se afanan por desasirse, más se enviscan en ella, hasta perecer agotados.

Autor: Juan Manuel de Prada

No hay comentarios: