miércoles, 10 de abril de 2013

¿Puede ser soberano el pueblo?

Soberanía significa ausencia de cualquier poder --al menos terrenal-- por encima de quien la ejerce, y muy a menudo vemos relacionarse la democracia con la idea del “pueblo soberano”. Pero por dos razones evidentes ello es imposible: porque el poder no lo ejerce el pueblo sino que, necesariamente, se ejerce sobre el pueblo. Y porque la consideración del pueblo como un todo homogéneo en intereses y voluntad es de entrada falso, pese a constituir la base de gran parte del pensamiento político europeo ya desde Grecia, donde la pugna entre los supuestos aristócratas y el “pueblo” originó a la idea del poder de este, la democracia, que obviamente nunca fue una realidad.

El pueblo, por tanto, no tiene un interés común, salvo si lo expresamos en términos tan generales como el deseo de estabilidad, justicia, libertad y prosperidad, con las que nadie estaría en desacuerdo. Los desacuerdos surgen precisamente al pasar de la mera abstracción de los buenos deseos a su explicación y concreción práctica: es entonces cuando chocan entre sí ideas, intereses y voluntades.

 La pretendida soberanía del pueblo se manifestaría en las elecciones, en su capacidad de nombrar a sus representantes para gobernar (sobre el mismo pueblo, obviamente). Es claro que si fuera así no serían necesarias elecciones, y que si estas se hacen es porque dentro del pueblo y de las oligarquías de profesionales del poder existen tendencias muy diversas. Quien decide no es “el pueblo”, sino una parte de él, la que deposita más votos por una determinada oligarquía o partido. El resto del pueblo pierde y su voluntad se frustra, no es soberana siquiera en este muy limitado terreno. Incluso puede ocurrir que la parte decisora con sus votos sea minoritaria, si sus contendientes están divididos o la abstención llega a ser muy grande. Así, en países tan democráticos como Suiza o Usa, la abstención normal se acerca o sobrepasa el 50%, con lo que los ganadores lo son solo por poco más de un cuarto del “pueblo” o incluso menos. Por poner otro caso, las muy anómalas elecciones del Frente Popular en España registraron una abstención de en torno a un 25%, y derechas e izquierdas quedaron prácticamente empatadas, si nos guiamos por los cálculos muy posteriores de J. Tusell. Ello quiere decir que el Frente Popular se impuso con una “mayoría” de en torno al 36 % (pese a lo cual se adjudicó el 60% de los diputados, que amplió luego por métodos descaradamente ilegales).

 Otra prueba de que la soberanía del pueblo es un contrasentido la encontramos en su capacidad para destruir las libertades políticas, como pasó, por poner un caso bien conocido, con Hitler en Alemania. O, en menor medida con la involución impulsada por Zapatero recientemente en España. La beatería democrática supone que, al ser el pueblo soberano, puede elegir lo que le dé la gana y que, al no haber otro criterio último sobre la corrección o incorrección política, su elección será siempre la acertada.

 Estos problemas han sido utilizados a menudo en contra de la democracia, pero no la invalidan (siempre que olvidemos el significado etimológico de la palabra).

Autor: Pío Moa

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