Tal vez por haber sido siempre diputado de recuelo o
repesca, de los que las oligarquías políticas echan mano cuando alguno
de sus dinosaurios es enviado a un retiro dorado o a un consejo de
administración, en el socialista Pedro Sánchez descubrimos ese ímpetu un
poco histriónico propio del futbolista suplente. Pero, como suele
ocurrir con los futbolistas suplentes (que por algo lo son), Pedro
Sánchez no sabe hacer otra cosa sino repetir lo que los futbolistas
titulares llevan haciendo desde el principio, sólo que con mayores
bríos, como un torete recién salido del chiquero; de tal modo que, tras
el arreón del primer instante, delatan enseguida su juego limitado y
archisabido. Pedro Sánchez, además de sonreír mucho, como si fuese un selfie
con patas, ha recuperado la matraca del Estado federal, que es el mismo
sonsonete que se gastaba Rubalcaba (aunque dicho por Sánchez parezca
una insinuación lúbrica y dicho por Rubalcaba pareciese una cenicienta
expresión de pésame), como panacea de las veleidades separatistas. Pero
hasta los socialistas saben que se trata de una engañifa.
Sin duda, el centralismo consagrado por el liberalismo ha
sido una de las más mayores calamidades de nuestra historia, por ser
contrario a nuestra tradición política y vivero de los nacionalismos
separatistas (que ahora, de forma irrisoria, los liberales pretenden
presentar como ideologías cavernarias y premodernas, cuando son hijos
predilectos y primogénitos de la misma ideología que ellos proclaman).
El llamado Estado de las autonomías (luego reveladas autonosuyas) no
era, en realidad, sino un intento de disimular el divorcio nacional
mediante una organización territorial por completo artificiosa, al
servicio de un poder político que, para hacerse fuerte (y emplear a sus
innúmeros cachorros), necesitaba enviscar a unos españoles contra otros,
en una demogresca que las oligarquías políticas alimentaron formando
falsas «identidades», mediante el empleo goebbelsiano de la propaganda y
el adoctrinamiento en las escuelas, que ha convertido a las nuevas
generaciones en jenízaros del separatismo. Ahora que el modelo se prueba
agotado (el expolio de las cajas de ahorros podría considerarse el hito
terminal del Estado de las autonosuyas), las oligarquías empiezan a
fantasear con la posibilidad de prolongar el chollo con el Estado
federal, aprovechando las inercias de la demogresca; y emplean a Pedro
Sánchez de liebre, a ver si el pueblo degenerado en ciudadanía dividida
en negociados de izquierda y derecha pica el anzuelo.
Pedro Sánchez |
A simple vista, este Estado federal que nos propone nuestro selfie
con patas, como si fuese una apetitosa insinuación lúbrica, pudiera
confundirse con aquella federación natural, formada por el sufragio
universal de los siglos, que reconociendo las instituciones jurídicas de
cada reino logró la unidad política de España. Pero aquella federación
natural (en la que la nación no era un simple agregado de individuos en
un momento pasajero y mudable de la Historia, sino un todo sucesivo,
producido por un poderoso sentido de pertenencia) se fundaba en tres
cimientos: la unidad católica, la monarquía cristiana y el
reconocimiento de los fueros de cada región. El Estado federal que ahora
se nos propone se funda exactamente en la disolución de tales
cimientos; de ahí que no pueda hacer otra cosa sino ahondar la
demogresca que ya nos trajo el Estado autonómico. A los españoles, con
Estado autonómico o con Estado federal, no nos resta Menéndez Pelayo dixit
sino volver al cantonalismo de los reinos de taifas, mientras las
oligarquías políticas nos expolian. Y es que el saqueo de sus bienes
materiales es el destino inexorable de los pueblos que antes se dejaron
arrebatar sus bienes eternos.
Autor: Juan Manuel de Prada
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