Masacre inútil... |
Desde las alturas de la noria del Prater vienés, Harry Lime, el pérfido protagonista de El tercer hombre,
puede llamar desahogadamente «puntitos negros» a sus víctimas: «No seas
melodramático. Mira ahí abajo. ¿Sentirías compasión por alguno de esos
puntitos negros si dejara de moverse? Si te ofreciera veinte mil dólares
por cada puntito que se parara, ¿me dirías que me guardase mi dinero o
empezarías a calcular los puntitos que serías capaz de parar?». El
cinismo desdeñoso de Harry Lime se hace ahora más jactancioso (como
espolvoreado de farlopa) en la jerga de la propaganda neocón, que a los
«puntitos negros» palestinos los llama «escudos humanos».
Y la gente zombificada lo acepta como si tal cosa,
pensando tal vez que los palestinos son todos terroristas de Hamás. Pero
lo cierto es que los palestinos son gentes despojadas y expulsadas de
la tierra de sus ancestros, confinadas en un territorio siempre
decreciente, hacinadas como chinches en dos campos de concentración o
reservas comanches, sin medios de subsistencia que les permitan llevar
una vida digna. Y que, cada vez que intentan cultivar sus exiguos campos
o explotar sus raquíticas reservas de pesca o poner en marcha una
fábrica, son golpeadas ferozmente por los vecinos que las despojaron.
Entre estos «puntitos negros» (o «escudos humanos», como prefiere la
propaganda) no sólo hay musulmanes, sino también cristianos árabes; y,
por supuesto, no todos los musulmanes se adhieren a Hamás, que sin
embargo como es natural, allá donde se siembra el odio con bombas goza
de un creciente número de adeptos entre una población cansada de
humillaciones, obligada a vivir a la intemperie sin suministro de luz ni
agua corriente, reducida a la condición de ratas acorraladas con las
que sus vecinos hacen puntería, como en una barraca de pimpampum.
Para entender lo que está ocurriendo en Palestina y
sobrevivir a las intoxicaciones (siempre trufadas de apelaciones a la
democracia y la libertad, que desempeñan el mismo papel justificativo
que el dinero en el cínico alegato de Harry Lime) basta escuchar a los
cristianos de la región. Así, por ejemplo, Fouad Twal, Patriarca de
Jerusalén, acaba de afirmar que los bombardeos pretenden «hacer de Gaza
una fábrica de desesperados, listos para convertirse en extremistas»,
recordándonos que «el deseo perverso y ciego de aniquilar al enemigo» ha
logrado que «el setenta por ciento de las víctimas sean mujeres y
niños». También podemos escuchar a Michel Sabbah, Patriarca emérito de
Jerusalén, quien ha calificado sin dubitación lo que está ocurriendo en
Gaza de «masacre inútil» que sólo logra «llenar de odio los corazones» y
ha advertido que «la única manera de salir de la espiral de violencia y
destrucción es abordar la cuestión de fondo, que es la ocupación
israelí de los territorios palestinos». Asimismo, se puede prestar
atención al sacerdote palestino Manuel Musallam, quien afirma: «Los
cristianos no somos una tercera parte en el conflicto entre Israel y el
Islam. Somos un bloque junto con los musulmanes, y los israelíes son
otro bloque. Compartimos con los musulmanes vida y muerte, paz y guerra,
esperanza, miedo y perturbaciones». Tanto es así que la parroquia
católica de la Sagrada Familia, en Gaza, refugio de niños discapacitados
y ancianos asistidos por monjas del instituto del Verbo Encarnado, fue
bombardeada por Israel hace unos pocos días.
Pero, para la propaganda neocón, Twal, Sabbah y Musallam
imagino que serán unos antisemitas tremendos; y los cristianos y
musulmanes que mueren de la mano en Palestina (más de mil seiscientos ya),
unos «escudos humanos» como la copa de un pino.
Autor: Juan Manuel de Prada
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