Gregorio Marañón |
Yo no admito, no he admitido ni admitiré jamás, que los hombres podamos alejarnos los unos de los otros, más que por motivos profundos y permanentes. Y aún esa profundidad y esa permanencia hay que aquilatarla tanto que casi nunca, si se es leal con la verdad, acaban por ser suficientes.
Y claro es, que los motivos de orden político, por envueltos que nos parezcan en la pasión y en el humo y la sangre de las revoluciones y de las guerras, no son nunca otra cosa que circunstancias. Circunstancias que, de la piel adentro, no pueden contar, que no deben tener acceso a la morada recóndita en la que la conciencia elabora su juicio definitivo sobre las cosas y sobre los hombres.
Es un gusto profundo y consolador, comprobar, y se comprueba siempre que se quiere, que el hombre que piensa de otro modo, es como uno mismo y como cualquier otro que tenga los ideales que le plazca. Basta que nos despojemos del disfraz con que andamos por la vida y hablemos, en silencio, de lo que pasa en nuestro corazón.
El corazón, si se le deja solo, es, siempre, casi igual a todos los demás corazones.
Gregorio Marañón (Fragmentos del prólogo al libro "Almas Ardiendo").
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