Viendo los enjuagues de esa junta de garduñas del dinero ajeno que acampaba en
Caja Madrid, donde se mezclaban en amor y compaña liróforos del
liberalismo y rapsodas del socialismo, nos hemos acordado de aquella
sabrosa caracterización que Chesterton hacía de capitalistas y
comunistas. Escribía Chesterton que el capitalista es un gran partidario
de la propiedad, pero de la propiedad ajena, al modo del carterista; y
que para combatir los desmanes de este gran partidario de la propiedad
nació el comunismo, cuya misión consiste en reformar al carterista
prohibiendo los bolsillos. Y es que el liberal y el socialista, a la
postre, son por igual polillas de nuestro dinero.
Hace ya cuatro siglos, en su sátira La isla de los monopantos,
Quevedo nos explicaba el ingenioso modo a través del cual estos grandes
partidarios de la propiedad ajena iban a saquearnos. Los monopantos de
la sátira quevedesca, al modo de liberales y socialistas, se reúnen «a
confederar malicia y engaños»: unos (estos podrían ser los socialistas,
que siempre han presumido de ateazos) afirman no creer que «Jesús era el
Mesías que vino»; otros (estos podrían ser los liberales, por aquello
del laissez passer), «creyendo
que Jesús era el Mesías que vino, le dejan pasar por sus conciencias, de
manera que parece que jamás llegó para ellos ni para ellas»; y es que,
en realidad, unos y otros tienen un único dios, el dinero, al que rinden
culto en secreto, como conviene a «un dios de rebozo, que en ninguna
parte tiene altar público, y en todas tiene adoración secreta». A los
monopantos los une la codicia, que Quevedo describe como «conciliadora
de todas las diferencias de opiniones y humores»; y juran mantenerse
secretamente unidos ante un libro que resulta ser (¡qué gran conocedor
de los enemigos de España era aquel genial y jodido estevado!) de
Nicolás Maquiavelo, autor que gusta por igual a liberales y socialistas.
Y remata así Quevedo la narración del encuentro de los monopantos: «Al
separarse, unos y otros van tratando entre sí de juntarse, como pedernal
y eslabón, a combatirse y aporrearse y hacerse pedazos hasta echar
chispas contra todo el mundo, para fundar la nueva secta del dinerismo».
Que en esto consiste, querido lector, la maniobra de
despiste de liberales y socialistas, estos monopantos redivivos, para
poder saquear a placer la propiedad ajena, como grandes partidarios
suyos que son. Fingen que se combaten y aporrean y se hacen pedazos
hasta echar chispas, para que la pobre gente ilusa (a la que previamente
atiborran con alfalfa liberal o socialista en los negociados de derecha
e izquierda creados para tal fin) se incendie, entretenida en una
demogresca sin fin, mientras ellos se reparten unas tarjetas de crédito
negras como sus almas y se pegan la vidorra padre a costa del dinero del
prójimo. Y es que, como nos advertía Chesterton, el liberal y el
socialista, como el carterista y el que prohíbe los bolsillos, son por
igual polillas de nuestro dinero, con el que pagan sus vacaciones
doradas, sus banquetes pantagruélicos, sus clubes de golf y sus
cuchipandas con piculinas, así como las braguitas de encaje y los ramos
que flores que les regalan, a cambio de que les mientan, diciéndoles que
la tienen muy gorda y muy dura. Y, como traen las conciencias en
faltriqueras descosidas (donde se les pierde), los muy socarrones siguen
alimentando la demogresca mientras tiran de tarjeta: los liberales
exigiendo que el dinero fluya sin vigilancia pública, para que sus
latrocinios pasen inadvertidos; los socialistas proclamándose celosos
vigilantes del dinero público, para podérselo embuchar más fácilmente.
Así funciona la secta del dinerismo; y hay pobrecitos paganos que,
encima, les votan.
Autor: Juan Manuel de Prada
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