Mucho peores que los sicarios del Nuevo Orden
Mundial son esos felones que, desde posiciones «equidistantes», tratan
de descalificar a quienes se juegan el tipo, aduciendo que la «crítica
sistemática» no es de recibo, que hay que ser «constructivos», que no se
puede ser «profeta de calamidades», etcétera. Contra estos
tibios y fariseos que, so capa de moderantismo y «positividad», impiden u
obstruyen la confrontación de ideas, escribió Chesterton La esfera y la
cruz. Sin duda, el «pensamiento positivo» (que no es sino el disfraz de
decencia que se pone la más abyecta corrección política) es uno de los
instrumentos más aciagos de control social que el sistema ha introducido
en nuestras vidas; y sus apóstoles, bajo su apariencia modosita, los
más peligrosos jenízaros de la ideología mundialista.
En un libro
muy notable que acabo de leer, Oligarquía y sumisión (Ediciones
Encuentro), José Miguel Ortí Bordás se refiere muy acertadamente a esta
nueva forma de control social o dominación de las conciencias que ya no
actúa, como en los totalitarismos clásicos, allanándolas y forzándolas,
sino moldeándolas a su gusto, adaptándolas complacientemente a los
paradigmas culturales y políticos vigentes, y reduciendo a los pueblos a
la categoría de rebaños gustosamente esclavizados, corifeos de la
corrección política y del pensamiento positivo, fundado sobre una
antropología optimista (¡el hombre es buenecito y, a poco que lo dejen,
irá perfeccionándose todavía más!). Por supuesto, este control
social se logra sin que nadie tenga la impresión de estar obedeciendo,
sino abrazando libremente (¡con entusiasmo de lacayos fervorosos!) sus
directrices. Y, una vez logrado el control completo, el discrepante será
automáticamente visto como un desviado o un demente peligrosísimo.
Mucho
más importante -nos recuerda Ortí Bordá- que alcanzar el poder político
es conseguir el control social, pues de hecho el poder político no es
más que el ejercicio efectivo de un control social previo, en el que las
diversas oligarquías, con sus negociados de derecha e izquierda, pueden
turnarse tranquilamente, admitiendo de vez en cuando nuevos socios en
el reparto del pastel. Por control social debemos entender los
mecanismos sibilinos de psicología de masas que logran el sometimiento
de las conciencias a los paradigmas culturales de cada época (llámense
'capitalismo financiero', 'derechos de bragueta', 'consumismo',
'ideología de género', etcétera), ante los que se allanan sin darse
cuenta, con la misma naturalidad con que respiramos. La
finalidad de este control social no es otra sino reforzar la tendencia a
la conformidad y lograr que los comportamientos «desviados» sean
automáticamente reprimidos por el propio cuerpo social, que hace sentir a
quien osa comportarse o pensar de forma «desviada» como una suerte de
apestado. Para lograr el control social sobre los pueblos,
previamente se destruyen las tradiciones culturales y religiosas que los
vinculaban y hacían fuertes, hasta convertirlos en una mera agregación
de átomos extraviados e individualistas (¡y con conexión a interné,
oiga!); una vez rotos todos los vínculos, a esa agregación de átomos
condenados a la intemperie espiritual se les da un catecismo gregario
que endiose sus apetitos, al que gozosamente se adhieren mientras todos
sus bienes materiales y espirituales son saqueados, de tal modo que
«toda contradicción parezca irracional y toda oposición imposible», tal
como establecía Herbert Marcuse en El hombre unidimensional.
Naturalmente,
en este tipo de sociedades desintegradas es fácil criar individuos
(como las hormigas crían a los pulgones) que consideren que el sistema
político y social es difícilmente mejorable. La única discrepancia
aceptable, que inmediatamente será asimilada por los negociados de
derecha e izquierda existentes, será la que acepte las coordenadas
prefijadas por los paradigmas establecidos; y en el caso de que tal
discrepancia adopte apariencias airadas, se arbitrará un nuevo negociado
('marcas blancas' del sistema) que, con el reclamo de rebelarse contra
alguno de los paradigmas vigentes, fomente la aceptación del resto. Así,
por ejemplo, se permitirá al rebaño rebelarse contra los abusos del
sistema financiero, siempre que no dejen de reclamar aborto y demás
derechos de bragueta; pues el Nuevo Orden Mundial sabe bien que el mejor
modo de saquear a la gente y así abastecer mejor los mercados
financieros consiste en exaltar la lujuria y prohibir la fecundidad,
para que la gente no tenga hijos y el expolio que sufre no lo perciba
contra un atentado contra su prole.
Así, mediante este sutilísimo control social, nos llevan al matadero.
Autor: Juan Manuel de Prada
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