lunes, 2 de marzo de 2015

Cavando nuestra propia tumba

Allá por 1950, Agustín de Foxá escribía una Tercera clarividente en ABC, en la que alertaba sobre el «error de los vencedores de la segunda Guerra Mundial» al pretender implantar artificialmente «pacíficas repúblicas democráticas» entre pueblos que repudiaban tal forma de gobierno. «Las culturas –escribía Foxá– tienen su tiempo, como el crecimiento de los vegetales. Y nadie puede acelerar el ritmo botánico de una selva». Como ejemplo de los peligros de esta obsesión democrática, Foxá citaba (tal vez a modo de captatio benevolentiae) el ejemplo de la América española, que separada de su madre «se constituyó en múltiples repúblicas democráticas», para luego resignarse a vivir «bajo el cetro de sus dictadores». Pero lo cierto es que la América española había sido previamente civilizada y evangelizada; y su repudio de las repúblicas democráticas se puede explicar en razón de su filiación hispánica, que luego sus dictadores malversaron en beneficio propio. Pero la crítica de Foxá se dirigía específicamente contra las potencias vencedoras de la segunda Guerra Mundial, que «en lugar de cristianizar» a los pueblos, los habían enseñado «a manejar las ametralladoras». Y remataba su artículo con una premonición: «Estos pueblos se aprovecharán de nuestra penicilina y nuestra democracia, y desdeñarán nuestra alma escéptica. Es muy posible que por este error estemos los occidentales cavando nuestra propia tumba».
 
Aquella premonición de Foxá se ha cumplido plenamente. Los occidentales, en efecto, hemos cavado nuestra propia tumba, pretendiendo implantar por doquier «pacíficas repúblicas democráticas». Sólo que este empeño de llevar hasta los confines del atlas la libertad, la democracia y la sociedad abierta escondía tras su fachada grandilocuente sórdidos propósitos expoliadores; pues lo que en verdad se oculta tras esa trinidad de eufónicas palabras es el Dinero, dios al que se rinden los sacrificios más cruentos. El hambre de dinero, todavía disfrazada con una cínica pátina de cristianismo, guió la creación de «pacíficas repúblicas democráticas» tras la segunda Guerra Mundial; el hambre de dinero guió los procesos abiertos tras el colapso del comunismo en los países que padecieron su tiranía (a los que, a cambio de ingresar en la «sociedad abierta», se obliga a renunciar de su tradición cristiana); y el hambre de dinero guió los procesos que se han pretendido realizar en los países islámicos, donde el Nuevo Orden Mundial, con tal de llevar a cabo su designio, no ha vacilado en liberar los demonios encadenados por aquellos tiranuelos a los que previamente entronizó; y ahora, con los demonios desatados, pretendemos conjurar el peligro invocando un quimérico «islam moderado» frente al yihadismo y otras memeces con olor a diarrea.
 
En el artículo que citábamos arriba, Foxá auguraba que «la palanca que un día descuelgue la bomba atómica sobre Roma» sería movida «por un brazo oscuro, recién salido de la Prehistoria». Pero ese brazo oscuro no necesitará descolgar bombas atómicas sobre Roma: le bastará con degollar muy de vez en cuando a algún solitario carca recalcitrante, mientras profana tranquilamente los templos de Roma, con el beneplácito de los mamporreros del Nuevo Orden Mundial, que le harán pasillo (sociedad abierta… de esfínteres) y lo jalearán con el mismo entusiasmo con el que antes jaleaban la constitución por las buenas o por las malas de «pacíficas repúblicas democráticas» entre pueblos que repudian tal forma de gobierno. La Historia nos demuestra repetidamente que quienes se llenan la boca de palabras grandilocuentes son los primeros en hacer gárgaras con ellas. 
 

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