lunes, 23 de abril de 2012

El fracaso universitario

El Gobierno nos ha abrumado con un pedrisco de datos que confirma el fracaso de la Universidad: el índice abandono de los estudios universitarios alcanza en España un 30 por ciento, aproximadamente el doble de la media europea; en España hay el doble de estudiantes universitarios que en Alemania, para una población que es casi la mitad, etcétera.

Son datos, en verdad, pavorosos, que el Gobierno pretende combatir con una subida de las tasas de matriculación que afectaría en especial a los «repetidores». Resulta muy llamativo que el Gobierno, después de hacer el diagnóstico de la enfermedad, no acierte con el remedio; donde vuelve a probarse la incapacidad de nuestra época para atajar los males en su raíz, según la consigna en boga, que consiste en poner tronos a las causas y cadalsos a las consecuencias.
  
Que a la universidad llegan en aluvión informe muchos jóvenes incapacitados para el estudio es un hecho; también lo es que ese aluvión ha propiciado una proliferación insensata de universidades. Y de ese aluvión informe y esa proliferación insensata se ha seguido, inevitablemente, la conversión de la Universidad en una expendeduría de títulos que en la mayoría de los casos no son sino papel mojado para quien los obtiene, obligado a aceptar trabajos ínfimos que no justifican el esfuerzo de tantos años de estudio (pensemos, por ejemplo, en tantos miles de periodistas titulados que, después de cinco años de estudio, se ven en el dilema de aceptar sueldos cieneuristas o engrosar el paro); y, para quien no los obtiene (los «repetidores» contumaces a quienes ahora se pretende endosar el quebranto del erario público), motivo de sempiterna frustración.

Si en verdad se desease combatir esta lacra, ¿no sería mucho más eficaz, en lugar de subir las tasas de matriculación universitaria, fomentar un verdadero discernimiento de las vocaciones, de tal modo que los jóvenes que no han sido llamados al estudio no se matriculen en la Universidad? Leonardo Castellani, que en el escrutinio del problema educativo era como en tantas otras cosas un lince, lo expresaba paladinamente: «Si existiese tan siquiera un bachillerato serio porque el de ahora es chirimbaina muchísimos muchachos sin vocación real para el trabajo intelectual serían detenidos a tiempo en el engranaje fatal que los lleva a la ruina como hombres, y al destino de ser desadaptados sociales y polilla de la sociedad». Y esos muchachos encauzarían su vida por el desempeño de oficios provechosos, lo que redundaría en bien para ellos, y en estímulo para la economía nacional.

Un bachillerato exigente, que empeñe el intelecto y ayude a discernir vocaciones, en lugar de confundirlas en aluvión informe mediante la anestesia del intelecto, sería la solución al mal. Salvo que lo que se pretenda no sea solucionar el mal, sino recaudar; pues entonces lo que conviene es que la Universidad no sea puerta angosta, sino casa de tócame Roque; o sea, la misma fábrica de desadaptados sociales y polilla de la sociedad, sólo que con las tasas de matriculación más elevadas.

La causa del mal que el Gobierno pretende atajar en sus consecuencias últimas es la falsificación de la educación, que ha sacrificado la cantidad a la calidad y ha multiplicado los centros de enseñanza, con menosprecio del vigor de la enseñanza. Solo un bachillerato serio puede salvar la Universidad, que así tal vez podría volver a ser un semillero de auténticos sabios, en lugar del vasto y costoso aparato de fabricar profesionales en serie, destinados a comerse el papel mojado de su título con patatas. O sin patatas, que la crisis impone el ayuno.

Autor: Juan Manuel de Prada

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