¿Cuántas veces hemos oído que eran
necesarios «gestos» para tranquilizar a los mercados financieros? Es una
de las frases predilectas de los «analistas» económicos, esos
medioletrados al servicio de la plutocracia, encargados de mantener en
pie el tinglado de la farsa hasta el colapso final. Zapatero prodigó
«gestos» para amansar a la fiera, después de provocar su furia; Rajoy,
temeroso de reavivar esa furia, no ha dejado de hacer «gestos» desde que
ganara las elecciones, tantos que corre el riesgo de convertirse en un
histrión gesticulante. Los «gestos» que presumiblemente habrían que
tranquilizar a los mercados ya sabemos en qué consisten: «flexibilidad
laboral» (que es como finamente se llama al despido a mansalva y a los
sueldos sometidos a una dieta digna de un campo de concentración),
«ajuste fiscal» (que es como finamente se llama a las exacciones
crecientes), «co-pago» sanitario y educativo (que es como finamente se
llama al «bi-pago», pues se trata de que paguemos dos veces por el mismo
servicio: la primera por vía impositiva, antes de que solicitemos el
servicio; la segunda cuando lo solicitamos), etcétera. Y también sabemos
cuál es la reacción de los mercados financieros ante tamaña sucesión de
«gestos»: la prima de riesgo del bono español sigue disparándose,
mientras las llamadas «agencias de calificación» rebajan la nota de
nuestra deuda pública.
¿Y no será que tales «gestos», lejos de tranquilizar a
los mercados financieros, no hacen sino excitarlos? ¿No será que los
mercados financieros han hallado en la deuda española un filón
inagotable para sus enjuagues especulativos? Pues, cuanto más
gesticulamos, más nos exprimen y vapulean, como el chiquilín
emberrinchado que, viendo que sus papás acceden a sus caprichos por
aplacar sus berridos, berrea todavía más, seguro de que así obtendrá
mayores ventajas. Los mercados financieros han descubierto, en efecto,
que invertir en la deuda española es un chollo, pues los españoles
estamos dispuestos a seguir haciendo «gestos» para aplacarlos; con lo
que no tienen más que ponernos mala nota para que las nuevas emisiones
de deuda les salgan más rentables; y la rentabilidad creciente de la
deuda española la prima de riesgo cada vez más disparada exige nuevos
«gestos» para pagar sus sucesivas emisiones, en un círculo vicioso cada
vez más enloquecedor.
Los mercados financieros no se tranquilizan ante los
«gestos»: por el contrario, en los «gestos» descubren la debilidad del
animal que sangra por la herida; y el olor de la sangre no hace sino
enardecerlos. Al deseo de lucro ha sucedido la desenfrenada ambición de
poderío: los mercados financieros saben que pueden convertir a los
Estados en peleles a su servicio, en meras maquinarias de exacción
dispuestas a prodigar «gestos» con tal de mantenerlos apaciguados (esto
es, excitados). Así los Estados, que deberían ocupar el elevado puesto
de rector y supremo árbitro de las cosas, se han rebajado a la condición
de esclavos del imperialismo internacional del dinero, entregados y
vendidos al capricho y la codicia de especuladores desenfrenados, como
profetizara hace casi un siglo Pío XI. Y, mientras se dispara la prima
de riesgo, el desempleo alcanza cifras de congoja, como inevitablemente
ocurre cuando la actividad económica se somete a la voracidad de los
mercados financieros. Cuando la economía española quiebre, cuando los
mercados financieros nos hayan convertido en un despojo, hincarán el
diente a otro incauto. Pero, entretanto, ¡más gestos, hacen falta más
gestos!
Autor: Juan Manuel de Prada
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