miércoles, 25 de julio de 2012

La vida en llamas

«Las penas arden en el pecho / con llamaradas más profundas / que las del sol de mediodía». Así concluye uno de los poemas más hermosos de La vida en llamas (Visor), el último libro de Luis Alberto de Cuenca, que vuelve a explorar esos continentes sumergidos, atlántidas de secreto dolor, donde se refugia herida la belleza, un tema que nuestro poeta ya había merodeado en anteriores entregas. Luis Alberto de Cuenca no gusta de los desgarros jeremíacos; pero bajo la fachada aparentemente risueña de sus versos se desliza, como un oro sombrío, una brisa de sufrimiento y desolación, el aleteo de una pesadilla que nos lanza su arañazo, para después recogerse en la guarida de un humor estoico y mordaz a partes iguales. La poesía de Luis Alberto de Cuenca presenta una superficie apacible como un estanque; pero basta asomarse a sus aguas para descubrir que esconde reflujos y mareas altas, tempestades y arrecifes pavorosos, faunas abisales y carnívoras que muerden sin piedad, antes de entregar el tesoro que custodian. Como esos bajorrelieves asirios que el poeta celebra en otro pasaje del libro, los poemas de Luis Alberto de Cuenca esconden un tumulto de pasiones terribles, crudelísimas, un hervor de sangre y de miedo que se aplaca en la medida exacta de cada verso. La vida en llamas semeja a simple vista una estancia de pacífica felicidad hogareña; pero basta girar el picaporte de su puerta para que el lector se halle al borde del cráter, fatalmente invocado por su magma, fatalmente atraído por la pujanza del abismo candente que se abre a sus pies.
 
El poeta sabe que la literatura es «la llave / que nos abre la puerta del consuelo, la única / barricada posible contra el miedo de ahí fuera». Y se esfuerza por hacernos la estancia lo más grata posible, exorcizando la angustia con poemas por los que deambulan los espectros benéficos de la bibliofilia, los héroes que «van a la muerte como quien va a una cita / de amor o de amistad», los cantares de gesta, las mujeres fatales del cine, que con una simple caída de pestañas repueblen el desierto del Gobi y prenden fuego a la selva del Amazonas. Las criaturas que pueblan La vida en llamas parecen revolcarse sobre un lecho de ortigas y vidrios rotos: se quieren con voluptuosidad y espanto, con un júbilo encarnizado y caníbal, como si necesitaran destruirse para sentirse vivas; se entregan a ensoñaciones tétricas y a oraciones feroces; se intercambian caricias y dentelladas, como si quisieran probar la recóndita verdad de aquella frase de Baudelaire: «El amor es un crimen en que tienes / que contar por lo menos con un cómplice». Pero, tras la travesía por los páramos del dolor, atisban allá al fondo, refugiado en un valle, un jardín donde aún es posible recogerse, para lamerse mutuamente las heridas.
 
Luis Alberto de Cuenca, que entre bromas y veras nos ha llevado de la mano por esos infiernos subterráneos que abrasan el corazón del hombre, conduce su libro hacia un desenlace donde el incendio se aquieta y hace rescoldo, para cobijarse en el corazón de la amada. En los últimos poemas de La vida en llamas vuelve a mostrarse la acendrada veta amatoria del poeta, y también su afilada y saludable ironía, como en esa joya titulada «Political incorrectness»: «Sé buena, dime cosas incorrectas / desde el punto de vista político. Un ejemplo: / que eres rubia. Otro ejemplo: que Occidente / no te parece un monstruo de barbarie / dedicado a la sórdida tarea / de cargarse el planeta. Otro: que el multi- / culturalismo es un nuevo fascismo, / sólo que más hortera (...) Dime cosas que lleven a la hoguera / directamente, dime atrocidades / que cuestionen verdades absolutas / como: «No creo en la igualdad». O dime / cosas terribles como que me quieres / a pesar de que no soy de tu sexo, / que me quieres del todo, con locura, / para siempre, como querían antes / las hembras de la Tierra».
 
Como querían y seguirían queriendo si las dejaran, Luis Alberto. Pero la basura cósmica del feminismo ha apagado su fuego.
 
Autor: Juan Manuel de Prada (sábado 29 de julio de 2006).

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