lunes, 20 de agosto de 2012

Assange

Julian Assange
Como nuestra época es un lodazal que ha dimitido del sentido común, todo se tiene que enjuiciar ideológicamente. Y como este Assange ha divulgado documentos que comprometen la seguridad de los Estados Unidos, lo defiende o representa Garzón y le ha brindado asilo diplomático la República del Ecuador, cuyo presidente compadrea con Chávez, hemos de concluir que se trata necesariamente de un progre de libro. Tal vez lo sea, pero es también un tipo sometido a una persecución atroz, en la que se emplean los métodos más marrulleros y desquiciados; métodos, por cierto, que en su origen no serían ni siquiera concebibles si el sentido común no hubiese sido aplastado por la basura cósmica de la corrección política.

A Assange lo reclama la justicia sueca, acusado de abusos sexuales por un par de señoras o señoritas, una de las cuales asegura haber sido violada «mientras dormía» en la propia cama de Assange. Si mañana acudiéramos a un juez acusando de allanamiento de morada a un tipo al que entregamos las llaves de nuestra casa, invitándole a que haga uso de ella durante las vacaciones, el juez nos pegaría una patada en el culo; pero esta señora o señorita sueca ha logrado convencer a los jueces de que Assange, después de invitarla a compartir su cama --cosa que ella aceptó de buen grado--, la violó «mientras dormía», imaginamos que bajo los efectos de un gazpacho de barbitúricos. A nadie en su sano juicio se le ocurriría pensar que una señora o señorita pueda ser violada «mientras duerme»; tampoco que una señora o señorita que se mete de buen grado en la cama con un señor o señorito pueda acusarlo luego de haberla violado; pero si resulta que, además, la señora o señorita denuncia tan estrambótico episodio de alcoba transcurridos varios meses, justo después de que su presunto «violador» haya divulgado unos documentos que comprometen la seguridad de los Estados Unidos, concluiríamos que a la tal señora o señorita habría que pegarle una patada en el culo. Pero los jueces suecos dieron curso a la denuncia de esta okupa de camas ajenas y predilecta de Morfeo. Imaginamos que tales jueces habrán sido untados por los mismos que también untarían a la señora o señorita denunciante; pero tales disparates sólo pueden perpetrarse en un mundo que ha dimitido del sentido común.

Assange se resiste a viajar a Suecia, y hace bien: unos jueces que han dado curso a una denuncia tan rocambolesca podrían, invocando razones igualmente rocambolescas, extraditarlo a los Estados Unidos, donde sería acusado de espionaje. No entraremos aquí a valorar la licitud o ilicitud de los métodos empleados por Assange para conseguir los documentos que divulgó (documentos que, por cierto, antes que comprometer la seguridad de los Estados Unidos, revelan la inepcia, frivolidad y estulticia de sus autoridades civiles y militares); tampoco la catadura moral del personaje, ni los señores a los que sirve. Pero en su búsqueda de asilo diplomático en la embajada ecuatoriana sólo descubrimos la reacción natural de un hombre acorralado por fuerzas dispuestas a emplear los subterfugios legales más marrulleros y desquiciados para empapelarlo; y también los recursos más sórdidos y matoniles, como dejara demostrado el Foreign Office británico cuando anunció su disposición (aunque luego se la envainase) a asaltar la embajada ecuatoriana. Aunque no somos simpatizantes del presidente Correa, leemos en estos días con cierto alipori los denuestos que desde España se dirigen a la República del Ecuador, propios de una mala madre que zorrea con la pérfida Albión, que nunca la quiso sino para rapiñarla y someterla.

Autor: Juan Manuel de Prada

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