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| Julian Assange | 
Como nuestra época es un lodazal que ha dimitido del sentido común, todo se 
tiene que enjuiciar ideológicamente. Y como este Assange ha divulgado 
documentos que comprometen la seguridad de los Estados Unidos, lo 
defiende o representa Garzón y le ha brindado asilo diplomático la 
República del Ecuador, cuyo presidente compadrea con Chávez, hemos de 
concluir que se trata necesariamente de un progre de libro. Tal vez lo 
sea, pero es también un tipo sometido a una persecución atroz, en la que
 se emplean los métodos más marrulleros y desquiciados; métodos, por 
cierto, que en su origen no serían ni siquiera concebibles si el sentido
 común no hubiese sido aplastado por la basura cósmica de la corrección 
política.
A Assange lo reclama la justicia sueca, acusado 
de abusos sexuales por un par de señoras o señoritas, una de las cuales 
asegura haber sido violada «mientras dormía» en la propia cama de 
Assange. Si mañana acudiéramos a un juez acusando de allanamiento de 
morada a un tipo al que entregamos las llaves de nuestra casa, 
invitándole a que haga uso de ella durante las vacaciones, el juez nos 
pegaría una patada en el culo; pero esta señora o señorita sueca ha 
logrado convencer a los jueces de que Assange, después de invitarla a 
compartir su cama --cosa que ella aceptó de buen grado--, la violó 
«mientras dormía», imaginamos que bajo los efectos de un gazpacho de 
barbitúricos. A nadie en su sano juicio se le ocurriría pensar que una 
señora o señorita pueda ser violada «mientras duerme»; tampoco que una 
señora o señorita que se mete de buen grado en la cama con un señor o 
señorito pueda acusarlo luego de haberla violado; pero si resulta que, 
además, la señora o señorita denuncia tan estrambótico episodio de 
alcoba transcurridos varios meses, justo después de que su presunto 
«violador» haya divulgado unos documentos que comprometen la seguridad 
de los Estados Unidos, concluiríamos que a la tal señora o señorita 
habría que pegarle una patada en el culo. Pero los jueces suecos dieron 
curso a la denuncia de esta okupa de camas ajenas y predilecta de 
Morfeo. Imaginamos que tales jueces habrán sido untados por los mismos 
que también untarían a la señora o señorita denunciante; pero tales 
disparates sólo pueden perpetrarse en un mundo que ha dimitido del 
sentido común.
Assange se resiste a viajar a Suecia, y hace 
bien: unos jueces que han dado curso a una denuncia tan rocambolesca 
podrían, invocando razones igualmente rocambolescas, extraditarlo a los 
Estados Unidos, donde sería acusado de espionaje. No entraremos aquí a 
valorar la licitud o ilicitud de los métodos empleados por Assange para 
conseguir los documentos que divulgó (documentos que, por cierto, antes 
que comprometer la seguridad de los Estados Unidos, revelan la inepcia, 
frivolidad y estulticia de sus autoridades civiles y militares); tampoco
 la catadura moral del personaje, ni los señores a los que sirve. Pero 
en su búsqueda de asilo diplomático en la embajada ecuatoriana sólo 
descubrimos la reacción natural de un hombre acorralado por fuerzas 
dispuestas a emplear los subterfugios legales más marrulleros y 
desquiciados para empapelarlo; y también los recursos más sórdidos y 
matoniles, como dejara demostrado el Foreign Office británico cuando 
anunció su disposición (aunque luego se la envainase) a asaltar la 
embajada ecuatoriana. Aunque no somos simpatizantes del presidente 
Correa, leemos en estos días con cierto alipori los denuestos que desde 
España se dirigen a la República del Ecuador, propios de una mala madre 
que zorrea con la pérfida Albión, que nunca la quiso sino para rapiñarla
 y someterla.
Autor: Juan Manuel de Prada 
 
 
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