jueves, 20 de septiembre de 2012

Carrillo o el fracaso sin gloria

Hay fracasos gloriosos y perdedores con más autoridad moral que los ganadores. No es el caso de Carrillo, me parece. En 1934 emprendió una juvenil carrera terrorista con vistas a una guerra civil (así la llamaba el PSOE), que impusiera en  España un régimen al estilo del de Stalin. Fracasaron el terrorismo y la guerra civil, momentáneamente. Carrillo trató entonces de “bolchevizar” al PSOE, que ya estaba bastante bolchevizado, y ese fue uno de los factores que llevó al Frente Popular, el cual, tras unas elecciones fraudulentas, destruyó la legalidad republicana y propició de nuevo la guerra civil. Reanudada esta, el líder de las Juventudes Socialistas  se pasó pronto al PCE, el partido instrumento de Stalin en España (y orgulloso de su condición de instrumento), y dentro de él se ocupó de organizar el terror en Madrid, debiéndose a su liderazgo la mayor matanza de prisioneros de la guerra. No asomó por el frente, pero tampoco fue esa la causa de que los rojos perdieran la guerra.

La izquierda española ha sido tan guerracivilista que, no contenta con la contienda general, organizó otras dos pequeñas guerras civiles entre ellas mismas, derrumbándose finalmente en medio de tiroteos y asesinatos en Madrid. Carrillo huyó oportunamente, bajo la protección de la Komintern, el instrumento internacional del stalinismo. Hacia el fin de la II Guerra Mundial creyó que las condiciones habían madurado para emprender de nuevo la guerra civil, mediante el maquis. Nuevo fracaso, acompañado de la purga y liquidación de bastante comunistas por el aparato carrillista. Cambio de estrategia: ahora se trataba de infiltrarse en sindicatos, medios intelectuales, periodistas, etc., con vistas a una Huelga Nacional Pacífica y consignas similares que derrocaran a Franco. Volvió a comprobar que la población se sentía reconciliada sin necesidad de sus consignas, y casi nadie respondió a sus llamamientos. No tendría el gusto de fusilar a Franco, como reconoció que era su anhelo de “reconciliador”.

Y así llegó la Transición: su partido era el más numeroso, mejor organizado y disciplinado de la oposición antifranquista. Quería la “ruptura” para volver a una especie de Frente Popular,  pero pronto supo  su jefe que seguía siendo demasiado débil y hubo de  aceptar muchas cosas que iban contra toda su historia y le repugnaban hasta lo más íntimo. Creía poder explotar las ventajas de la legalidad para avanzar hacia el socialismo mediante un nuevo invento: el eurocomunismo. Pero tampoco funcionó. Como recuerda Ricardo de la Cierva, desde muy pronto Juan Carlos pensó en legalizarle, lo cual fue finalmente un acierto.



Por otra parte, los mismos que elogiaban su (forzada) moderación le estaban haciendo la cama: la derecha había apostado por el PSOE como barrera contra el PCE (sobre el Partido Socialista hay un documentado libro de Enrique Domínguez Martínez-Campos: El PSOE, ¿un problema para España?). Y los socialistas, que no habían dado un palo al agua durante el franquismo, con el que incluso habían colaborado algunos de sus dirigentes , se convirtió en el gran partido de la izquierda. Muy antifranquista, por supuesto. Me gusta citar la anécdota que cuenta el mismo líder del PCE en sus memorias: con motivo del caso Flick, asunto de corrupción del PSOE, se formó una comisión parlamentaria, en la cual la cual “tuvo que comparecer el representante de Flick, que se llamaba Von Brauchitsch. En su interrogatorio intervine con la siguiente pregunta: Tengo entendido que el señor Flick fue condenado por el Tribunal de Nuremberg como criminal de guerra nazi. Y creo que usted es hijo del que fue jefe del Estado mayor de Hitler. Me supongo que ideológicamente no existe afinidad alguna entre ustedes y el PSOE. Entonces, ¿cómo se explica que ustedes financiasen al PSOE? El señor Von Brauchitsch no vaciló en su respuesta: Tratábamos de cerrar el paso al comunismo. Y el partido mejor situado para hacerlo era el PSOE” (p. 608).

El PCE fue deshaciéndose a ojos vista en la nueva situación, y el mismo Carrillo terminó expulsado de su propio partido. Con motivo de su 90 cumpleaños, sus numerosos amigos le organizaron una fiesta y la eliminación simbólica de una estatua de Franco. Pero había algo cínico e irónico en todo ello: los mismos que le felicitaban y cantaban sus loas, empezando por el rey, habían sido los artífices de la ruina de su partido, PSOE mediante, y del hundimiento político del homenajeado. Nuevo y enorme fracaso.



Con el tiempo, Carrillo fue radicalizándose de nuevo, sobre todo bajo el gobierno rupturista e involucionista de Zapatero.    Carrillo, uno de los mayores guerracivilistas y stalinistas de España ha fallecido finalmente el “olor de santidad” laica. Quienes ahora le ensalzan sin medida ni vergüenza son, en gran medida, los que contribuyeron a liquidar su carrera política. Hay en ello algo de burla sangrienta, empeorada por el hecho de no ser del todo consciente. La política en España ha llegado a ser esto: una enorme farsa sin gracia.

Autor: Pío Moa

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