martes, 6 de noviembre de 2012

Mas en Rusia

El hombre bajito, para impresionar a las mujeres de tronío, se pone de puntillas y echa enseguida mano a la cartera; y así, mal que bien, disimula su complejo. Lo que a los hombres bajitos les ocurre con las mujeres de tronío les ocurre a nuestros gerifaltes autonómicos con Rusia: hay algo desmesurado, abrumador, inabarcable o ubérrimo en Rusia -como en las tetas de la estanquera de Amarcord- que los intimida; y, antes de perecer aplastados por tan soberana grandeza, se pavonean y funden un pastizal. Le ocurrió hace algunos años a una legación balear encabezada por el destronado Jaume Matas, que se fundió el pastizal en un club de alterne moscovita; y le ha ocurrido ahora al rampante Artur Mas, que -más morigerado que Matas- se ha fundido el pastizal en un hotelazo de los que quitan el hipo.

Enseguida la prensa enemiga se le ha echado encima a Mas, afeándole el despilfarro; con intolerable falta de caridad, dicho sea de paso: pues a un hombre bajito que, por mucho que se ponga de puntillas, no logra reclamar la atención de las mujeres de tronío, hay que disculparle ciertos desahogos. Mas viajó a Moscú en pleno resacón de la juerga soberanista, que tal vez esperara prolongar reuniéndose con altos mandatarios rusos; pero a Mas los rusos lo han tratado como tratarían a un jefe de negociado andorrano, y le han mandado a sus saraos al «presidente en funciones» de la Cámara de Comercio, a la «viceministra» de Cultura y otras autoridades subalternas. Los rusos son gente cálida y cordial, de modo que no debemos entender que el ninguneo dispensado a Mas sea fruto de la perfidia o la animadversión, sino de la estricta consideración de su estatura política. Así que Mas, para resarcirse de la humillación, se alquiló una suite fastuosa en el hotel donde antaño pernoctaba la «nomenklatura» comunista… regional. Ni todo el oro del mundo puede hacernos olvidar lo que somos; y Mas, en medio de sus dispendios faraónicos, habrá rabiado cada noche, en la suite fastuosa de su hotel moscovita, haciendo memoria de los funcionarios rusos de medio pelo que han frecuentado su sarao. La tragedia del advenedizo, a la que Proust tiene dedicadas páginas memorables, es, como la del envidioso, la más atroz que uno pueda imaginar, pues se funda en una conciencia perpetua de agravio.

¿Cómo habrá sido la experiencia rusa de Mas? Los rusos tienen un carácter muy parecido al de los españoles, un carácter a la vez abrupto y hospitalario, hosco y jacarandoso. Esto es, al menos, lo que decían los españoles que mejor y más de cerca los conocieron, que fueron los voluntarios de la División Azul, entre quienes se contaban por cierto muchos catalanes. A Mas lo imaginamos, de regreso a la suite de su hotel fastuoso, despotricando contra los rusos, que no se dignaron enviarle mandatarios de tronío ante los que poder ponerse de puntillas, y cuyo carácter le recordaría -para más inri- al de los bárbaros españoles. Y, en sus noches blancas de hombre bajito, tal vez Mas soñase con una Cataluña anchurosa como Rusia, convertida en un Estado que funcione al modo milagroso de una central eléctrica, según la descripción de Camba:

-El Estado coge toda la riqueza nacional, y mediante un maravilloso sistema de tributos, la distribuye por una tupida y complicada red administrativa: una red de sueldos, dietas, gratificaciones, cesantías, gastos de representación, extras, automóviles, pensiones, retiros, excedencias y ¡qué se yo todavía!

Y, mientras pensaba en la factura del hotel moscovita, que correría a cargo de la central eléctrica, Mas se sintió un hombre de Estado. Bajito, pero de Estado.

Autor: Juan Manuel de Prada

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