sábado, 17 de noviembre de 2012

Sindicatos

Dicen que los sindicatos cuestan cientos de millones de euros al contribuyente. ¡Pero bien baratos que le salen al sistema! Pues, sin duda, se tratan de una de las eficaces palancas de la demogresca, como acaba de comprobarse -una vez más-en la reciente «huelga general», que de general ha tenido lo mismo que un sargento chusquero. Razones para ir a la huelga tienen los trabajadores a porrillo; pero a una huelga convocada por los sindicatos son infinidad los trabajadores que no están dispuestos a sumarse. Y es natural que así sea. ¿Por qué un trabajador que no profese querencias republicanas ha de sumarse a una manifestación en la que se portan banderas republicanas? ¿Por qué un trabajador que descrea del marxismo y de todo su séquito de sucedáneos terminales ha de sentirse representado por organizaciones que se identifican con tales postulados? Los sindicatos españoles actúan como un poderoso disolvente de los intereses colectivos de los trabajadores; y el sistema, que lo sabe, los premia opíparamente. Pues sabe bien que, mientras la representación de los trabajadores la ostenten (o detenten, más bien) sindicatos al servicio de consignas ideológicas, habrá muchos trabajadores que no se sientan concernidos por sus llamamientos. Y esta tendencia no hará sino agudizarse en el futuro; lo que al sistema le servirá para amparar nuevos desmanes, en su destrucción sistemática de las clases medias y su designio de demogresca. Una jugada maestra.

Vienen años sombríos, en el que el sostenimiento de un orden económico injusto se fundará en la creciente desprotección del trabajador. Y para ese futuro turbio hacen falta sindicatos nuevos. Sindicatos de oficio y de ramo, liberados de toda sumisión ideológica, que defiendan intereses comunes de los trabajadores, proporcionando los medios más idóneos y convenientes para su fin, que no debe ser otro sino la mejora de las condiciones laborales, y por extensión la defensa de los bienes del cuerpo y del alma, como reclamaba León XIII en su encíclica Rerum Novarum. Sindicatos vitales, limpios de burocracias en perpetua expansión, que no dependan de las aportaciones del presupuesto público, o que dependan en la menor medida posible; y que representen a sus afiliados sin interferencia de partidismos políticos. El día que estos sindicatos existan y se hagan fuertes, desaparecerán los sindicatos que hoy no hacen sino sembrar la división entre los trabajadores; y si logran afianzarse y reclamar lo que en justicia se debe al trabajador, se podrá incluso aspirar a formar asociaciones mixtas de trabajadores y empresarios. Pues nos encaminamos hacia una nueva era en la que los intereses de trabajadores laboriosos y empresarios honestos serán los mismos, frente a la rapacidad institucionalizada del imperialismo internacional del dinero. 

Los sindicatos que hoy padecemos, empachados de consignas ideológicas y aferrados al mantenimiento de sus estructuras, no han servido sino para atomizar y enviscar el movimiento obrero. Han empleado sus energías en asuntos incongruentes con su naturaleza (recordemos, por ejemplo, a los líderes de la UGT presentándose como acusación en la causa garzonita contra el franquismo), a la vez que han demostrado su inoperancia en aquellas cuestiones que en verdad afectan a la justicia social y a la dignidad del trabajador. A nadie benefician más que al sistema; y a nadie le compensa más que al sistema mantenerlos. Así, al menos, se asegura que toda huelga que convoquen sea un fracaso; y que los españoles laboriosos sigan entretenidos en una estéril y paralizante demogresca.

Autor: Juan Manuel de Prada

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