En una carta que
dirige a los afiliados y simpatizantes de su partido, Josep Antoni
Duran i Lleida explica las razones por las que ha decidido no dimitir
como presidente de Unió Democràtica de Catalunya. Empezaremos señalando
que la carta de Duran i Lleida contiene muchas observaciones juiciosas:
así, por ejemplo, cuando lamenta la larguísima duración del proceso,
afirmando que «una justicia lenta no es justicia». Duran alega que la
inmoderada duración del caso Pallerols no es atribuible a los imputados,
ni a la formación que preside, sino a diversas vicisitudes procesales y
actuaciones judiciales, en lo que no le falta razón. Tampoco le falta,
por cierto, cuando señala que el acuerdo alcanzado por las partes y la
fiscalía para evitar la celebración del juicio es una práctica habitual
que nuestras leyes amparan. Además, Duran censura muy pertinentemente a
los periodistas que confunden culpabilidad penal y responsabilidad
civil: en efecto, en el escrito de acusación, Unio es declarada
responsable civil subsidiaria de las cantidades adeudadas por un
procesado y responsable civil en calidad de partícipe de las cantidades
derivadas por pago de compras de material de oficina y por concepto de
nóminas. Algunas de las cantidades desviadas en el caso Pallerols
acabaron, al parecer, siendo gestionadas por miembros de Unio, «sin que
haya resultado acreditado que tuvieran conocimiento de su procedencia».
Sin embargo, en el escrito de la fiscalía no existe acusación penal
alguna contra Unio, por lo que Duran afirma que no tiene «ninguna
intención de dimitir», y que se queda «con la conciencia muy tranquila».
Aquí es donde su argumentación patina. Si la
formación que preside hubiese sido acusada de financiación irregular la
situación habría sido bien distinta, desde luego, pues Duran i Lleida se
habría convertido automáticamente en imputado. Pero, del mismo modo que
Duran censura a los periodistas ignaros que confunden responsabilidad
penal y civil, podríamos censurarle a él que no distinga responsabilidad
penal y política. ¿De veras puede afirmar el presidente de un partido
político que su conciencia está «muy tranquila» cuando dinero desviado
por miembros de su partido acaba siendo destinado a la adquisición de
material de oficina y al pago de nóminas de empleados de dicha
formación, aunque quienes hicieron tales compras y pagos desconociesen
su origen? Los escolásticos definían la conciencia como el juicio de la
razón práctica que determina el valor moral de los propios actos,
encaminándonos hacia el bien que ha de hacerse y alejándonos del mal que
ha de evitarse. Y no creo que, enjuiciando el valor moral de sus actos,
Duran pueda afirmar que su conciencia está «muy tranquila»: como
presidente de una formación política, tiene un deber de celo que le
exige asegurarse de la procedencia del dinero con el que se pagan
nóminas; cuando ese deber de celo falla, por negligencia o desidia,
encaminando a su formación al «mal que ha de evitarse», su conciencia
debería empezar a intranquilizarse. Y la dimisión sería, desde luego, un
modo paladino de mostrar tal intranquilidad.
Pero la conciencia de Duran no se rige por las
nociones de la escolástica, sino por las del idealismo, que niega que el
conocimiento humano pueda alcanzar las leyes morales objetivas, o
determinar dónde se halla la verdad y dónde el error, terminando por
convertir la conciencia en una mera «subjetividad» que se erige a sí
misma en regla suprema de moralidad, atribuyéndose la prerrogativa para
decidir sobre el bien y sobre el mal según sus conveniencias personales.
En lo que Duran demuestra -como, por lo demás, todos nuestros
políticos- que es un hijo de su época.
Autor: Juan Manuel de Prada
No hay comentarios:
Publicar un comentario