Luis Bárcenas: el que parte y reparte... |
En
el argot taurino y teatral se llamaba «sobrecogedores» a los críticos
venales que, a cambio de un sobrecico bien repleto de billetes, cantaban
las loas del torero o actor de moda. Ahora nos enteramos que el que
fuera tesorero o garduña del Partido Popular, Luis Bárcenas, tenía
también una cohorte de «sobrecogedores», a los que repartía unos
sobrecicos de dinero negro con los que premiaba, ya que no sus
venalidades encomiásticas, su silencio cómplice, y quién sabe si su
participación en las trapisondas que iban engordando sus ahorrillos en
Suiza. Todavía no conocemos los nombres de los sobrecogedores; pero,
aunque nunca llegásemos a conocerlos, la honestidad de los dirigentes
del Partido Popular queda gravemente comprometida, pues no parece
verosímil imaginar que Bárcenas pudiera amasar la fortuna que se le
atribuye sin que nadie reparase en sus tejemanejes, ni participara en
ellos. Y, aun poniéndonos en la hipótesis más inverosímil (admitiendo,
en fin, que Bárcenas lograra tan meteórico enriquecimiento sin que nadie
reparara ni participara en sus tejemanejes), el deber de celo que
obliga a sus superiores, tanto en su nombramiento como en la vigilancia
de su trabajo, los hace responsables. A esto los juristas clásicos lo
llamaban «culpa in eligendo» y «culpa in vigilando»; y es una culpa
cierta que no se pueda excusar alegando ignorancia y parecidas
majaderías.
En los últimos días hemos escuchado a diversos
dirigentes del Partido Popular desmarcarse de Bárcenas, como si tal
señor fuese un turista en visita guiada por la sede de la calle Génova
que, aprovechando el despiste del guía, arrambla con los ceniceros; y se
repite cansinamente que Bárcenas no pertenece al Partido Popular en la
actualidad. Son argumentos exculpatorios tan endebles e irrisorios que
no se le ocurrirían ni al que asó la manteca. Que Bárcenas no pertenezca
ahora al Partido Popular es algo carente de interés; lo que en verdad
importa es que, mientras amasaba fortunas de procedencia sospechosa,
ocupaba un cargo relevante en su partido y gozaba de la confianza de
quienes lo nombraron. María Dolores de Cospedal ha defendido la
«decencia» de su partido, afirmando que «las personas son responsables
de sus propios actos» y que «cada palo debe aguantar su vela»; un modo,
en verdad, pintoresco de mencionar la soga en casa del ahorcado. Pues si
las personas son responsables de sus propios actos, habría que empezar
por reclamar su responsabilidad a quienes nombraron tesorero a Bárcenas y
lo mantuvieron en el cargo hasta que dimitió, en julio de 2009, tras su
imputación en el caso Gürtel. Para entonces, hacía un año que Cospedal
era secretaria general del Partido Popular, que no es liviana vela para
su palo.
Citábamos en un artículo anterior los
rocambolescos argumentos exculpatorios de Duran i Lleida, que declaraba
quedarse «con la conciencia muy tranquila», después de que se haya
demostrado que miembros de su partido desviaron fondos procedentes de
subvenciones. Las declaraciones de los dirigentes del Partido Popular
que escuchamos en estos días adolecen de la misma estolidez moral. En
uno y otro caso, se pretende grotescamente presentar a los partidos
políticos como lugares de paso en los que no rigen los principios de
control y vigilancia efectiva; y en los que los individuos más
desaprensivos perpetran sus fechorías a título particular, de espaldas a
la organización, cuyos dirigentes se llaman a andana con olímpico
desparpajo, como si vivir en la inopia fuese excusa suficiente.
Son pamplinas que a nadie resultan convincentes, y ellos lo saben. Que cada palo aguante su vela.
Autor: Juan Manuel de Prada
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