Visto lo visto lo ilógico sería que los
ciudadanos no estuvieran indignados. Sólo los incondicionales -que los
hay- o los ciegos se conforman ya con explicaciones tan burdas y tan
absurdas como las que estamos oyendo ante el primer amago de que caiga
algo más que el extesorero del Partido Popular. Excusas propias de los
tiempos en los que casi todos preferían mirar para otro lado; refugiarse
en un cómodo nirvana para no preguntarse, como decía un viejo cuplé,
“de dónde sacan para tanto como destacan”. En tiempo de bonanza, cuando
el pelotazo y la mordida estaban bien vistos, aceptados socialmente,
cuando los trapicheos y las comisiones eran perdonadas porque a todos
llegaban, podían ser suficientes las declaraciones, las justificaciones y
los siempre eficaces mensajes que los testaferros mediáticos se
encargaban de esparcir como nuevos predicadores de la verdad.
Empantanados
en la cómoda y resultona explicación del “y tú más”, que diluye y hace
olvidar las responsabilidades la casta política -el grupo de partidos
que de verdad son poder-, no han sido capaces de asimilar la profunda
repulsa de una ciudadana que los ha soportado como un mal necesario.
Hasta hoy se han refugiado, porque ha sido efectivo, en la sempiterna
explicación de que de lo que estaban hartos los ciudadanos era de los
“otros”, de los que habían abandonado el poder, porque siempre tenían a
mano esos “otros”.
Lo que ha
acontecido en los últimos días -muestra del grado de podredumbre del
sistema partitocrático que tenemos- probablemente haya sido una de las
gotas que está amenazando con colmar el vaso, pese a los enormes
esfuerzos que por reconducir la situación están desplegando los
altavoces mediáticos del gobierno para mantener al menos a los propios
dentro de los escasos márgenes de credibilidad que aún conserva el
ejecutivo de Mariano Rajoy. Puede que el presidente del gobierno y
máximo dirigente del Partido Popular, que ha formado parte del núcleo
dirigente del partido durante prácticamente las dos últimas décadas,
crea que para conjurar la verdad es suficiente con unas palabras
recibidas calurosamente por lo más florido de sus mesnadas; con frases
altisonantes que de tan reiteradas suenan a palabrería hueca -¿de qué
han servido las comisiones de investigación en España?-; que todo queda
solucionado simplemente con anunciar que llegará hasta la verdad “caiga
quien caiga” sin que el pulso le tiemble y su periódico favorito lo
reproduzca en portada. Puede Mariano Rajoy pensar que la bobalicona
ciudadanía acudirá sin problemas nuevamente a pastar seducida por ese
bochornoso argumentario remitido por la Oficina de Información del PP a
todos los dirigentes y periodistas amigos para que repitan como los
loros o las cacatúas, como de hecho llevan haciendo desde que estallara
el escándalo, lo que no son más que consignas elevadas sobre la piedra
angular de la negación y las verdades o mentiras a medias. Maniobras que
no hacen más que ampliar el descrédito cada vez mayor de la clase
política ante una ciudadanía que ni tan siquiera cree que la justicia
pueda actuar contra ellos. Y, en esta ocasión, la sensación de deterioro
es tal que ni la alegría va por barrios, pese a lo triste que anda la
barriada socialista, por lo que hasta Pérez Rubalcaba -¡quién lo diría!-
trata de refrenar a sus dientes de sable ansiosos con lanzarse a la
yugular abierta del PP.
Los 22 millones de Euros acumulados por el tesorero-gerente del PP sumados a las revelaciones del diario El Mundo,
cuyo encargado de investigación anuncia que si se supieran los nombres
de sus fuentes temblaría Génova 13, acerca de los sobres repartidos con
jugosos emolumentos entre miembros de anteriores cúpulas del partido, se
añaden al rosario de corruptelas que hacen que el español de a pie, ese
al que los altavoces mediáticos y algún político acusan de haber vivido
por encima de sus posibilidades y casi de ser responsables de la
crisis, se sienta tan engañado como estafado. Muchos son ya los
presuntos estafadores: socialistas y populares, yernos que nos
retrotraen a los tiempos de los hermanos, negocios fraudulentos
orquestados desde el poder con ERES, millones acumulados en paraísos
fiscales por sonoros apellidos nacionalistas, tramas de corrupción para
financiar al partido que acaban por financiar a los conseguidores y como
estrambote los menús de calidad para diputados del Congreso a 3.55 -el
resto hasta completar la factura lo pagan los españoles que han vivido
por encima de sus posibilidades- mientras en los colegios se tiene que
recurrir a la fiambrera rebautizada con un insoportable anglicismo y se
les cobra por el uso del tenedor, la servilleta y el microondas.
Puede
Mariano Rajoy, Cospedal y demás tomar a los ciudadanos por borregos o
tontos, o quizás creer que están dotados de ignotas capacidades
hipnóticas, pero el rostro debiera demudarse cuando en su argumentario
blasonan de que el tal Bárcenas, un aprovechado que se hizo rico sin que
nadie en Génova 13 se preguntará cómo era eso posible, “dejó de ser
tesorero, senador y militante” del PP y que todo se reduce a un asunto
particular de un señor particular. Tan particular que según es público y
notorio el que ya no era ni militante seguía teniendo coche del partido
y despacho en Génova 13 hasta los días previos del estallido del
escándalo, con lo cual todo está dicho.
Quizás
alguien debiera recordarle a Mariano que “Bruto no era un hombre
honrado” y que la mujer del César no sólo tiene que ser virtuosa sino
además parecerlo si no quiere perder la credibilidad. Aunque
probablemente al presidente del gobierno le preocupen mucho más los idus
de marzo que nuevamente se anuncian. Esos en los que por el bien del
partido como antaño lo fuera por el bien de Roma se puso fin a la vida
del César.
Autor: Francisco Torres
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