domingo, 3 de febrero de 2013

Despojos

Hay algo que salta a la vista cuando uno se asoma a las cloacas de corrupción destapadas durante los últimas semanas o meses; algo tan gigantesco que, en verdad, intimida nombrarlo. Pero ese miedo nos convierte en esclavos; y no hace sino fortalecer la corrupción. Lo que salta a la vista es que no nos hallamos ante corruptos que, al cobijo de los partidos políticos, perpetran diversas trapisondas, sino que son los propios partidos políticos los que están diseñados para fomentar y amparar la corrupción. Siempre se nos repite, a la vista de este panorama de podredumbre, que en los partidos políticos también hay personas honradas; pero se trata de una afirmación de Perogrullo. Por supuesto que las habrá; pues no hay forma organización humana, por podrida que esté, en la que no se den casos de honradez personal numantina. 

Lo que define la podredumbre de una organización humana no es que en ella susbsistan numantinamente personas honradas, sino el destino que tal organización les reserva. Pues una persona honrada en una organización corrrupta acaba volviéndose odiosa; y, al volverse odiosa, le aguarda un destino subalterno o heroico: subalterno si la ingenuidad le impide advertir el hedor de la corrupción; heroico si advierte tal hedor y trata de combatirlo. Pero el heroísmo y la ingenuidad no dejan de ser anomalías; lo normal es que quien se integra en una organización corrupta acabe sucumbiendo a la corrupción, ni siquiera mediante un acto positivo de la voluntad, sino más bien como un modo de acomodación al ambiente. Es lo que Marcel Proust señalaba en un pasaje de En busca del tiempo perdido: «Desde hacía tiempo ya no se daban cuenta de lo que podía tener de moral o inmoral la vida que llevaban, porque era la de su ambiente. Nuestra época, para quien lea su historia dentro de dos mil años, parecerá que hubiese hundido estas conciencias tiernas y puras en un ambiente vital que se mostrará entonces como monstruosamente pernicioso y donde, sin embargo, ellas se encontraban a gusto». 

El ambiente vital de los partidos políticos es la corrupción; y el político que en ellos se desenvuelve -salvo que sea honrado hasta el numantinismo- puede llegar a encontrarse a gusto en tal ambiente, sin darse cuenta de lo que tiene de moral o inmoral la vida que lleva. O, si se da cuenta, hundirá su conciencia en el ambiente vital que le rodea, para no volverse odioso. Si en verdad se deseara combatir la corrupción, habría que empezar por combatir el ambiente vital en el que se ha desarrollado la partitocracia. Los partidos políticos son estructuras diseñadas para la conquista del poder (y, por ende, del dinero); para ello, invaden la función pública, diseñan estructuras opacas que impiden el control de su funcionamiento interno, extienden sus tentáculos sobre instituciones de iniciativa social (recordemos el triste destino de las cajas de ahorros) y entablan turbias coyundas con la plutocracia, en su afán inmoderado de acumulación de recursos que mantengan bien abastecidas sus hipertrofiadas estructuras. Quien en ellos ingresa, salvo que sea un ingenuo o un héroe, acabará siendo corrupto por necesidad.

La corrupción política que hoy padecemos, sin embargo, no es sino un epifenómeno de otra corrupción más profunda y aciaga. Cuando un cuerpo social ha renunciado primeramente a sus bienes eternos, nada resulta más sencillo que despojarlo después de sus bienes materiales. Y la sociedad española que hoy se indigna porque los políticos corruptos la están despojando de sus bienes materiales es la misma -no nos engañemos- que contempla indiferente la absolución de un abortero que despojó de la vida a cientos o miles de niños.

Autor: Juan Manuel de Prada

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