Hay
algo que salta a la vista cuando uno se asoma a las cloacas de
corrupción destapadas durante los últimas semanas o meses; algo tan
gigantesco que, en verdad, intimida nombrarlo. Pero ese miedo nos
convierte en esclavos; y no hace sino fortalecer la corrupción. Lo que
salta a la vista es que no nos hallamos ante corruptos que, al cobijo de
los partidos políticos, perpetran diversas trapisondas, sino que son
los propios partidos políticos los que están diseñados para fomentar y
amparar la corrupción. Siempre se nos repite, a la vista de este
panorama de podredumbre, que en los partidos políticos también hay
personas honradas; pero se trata de una afirmación de Perogrullo. Por
supuesto que las habrá; pues no hay forma organización humana, por
podrida que esté, en la que no se den casos de honradez personal
numantina.
Lo que define la podredumbre de una organización
humana no es que en ella susbsistan numantinamente personas honradas,
sino el destino que tal organización les reserva. Pues una persona
honrada en una organización corrrupta acaba volviéndose odiosa; y, al
volverse odiosa, le aguarda un destino subalterno o heroico: subalterno
si la ingenuidad le impide advertir el hedor de la corrupción; heroico
si advierte tal hedor y trata de combatirlo. Pero el heroísmo y la
ingenuidad no dejan de ser anomalías; lo normal es que quien se integra
en una organización corrupta acabe sucumbiendo a la corrupción, ni
siquiera mediante un acto positivo de la voluntad, sino más bien como un
modo de acomodación al ambiente. Es lo que Marcel Proust señalaba en un
pasaje de En busca del tiempo perdido:
«Desde hacía tiempo ya no se daban cuenta de lo que podía tener de
moral o inmoral la vida que llevaban, porque era la de su ambiente.
Nuestra época, para quien lea su historia dentro de dos mil años,
parecerá que hubiese hundido estas conciencias tiernas y puras en un
ambiente vital que se mostrará entonces como monstruosamente pernicioso y
donde, sin embargo, ellas se encontraban a gusto».
El ambiente vital de los partidos políticos es la
corrupción; y el político que en ellos se desenvuelve -salvo que sea
honrado hasta el numantinismo- puede llegar a encontrarse a gusto en tal
ambiente, sin darse cuenta de lo que tiene de moral o inmoral la vida
que lleva. O, si se da cuenta, hundirá su conciencia en el ambiente
vital que le rodea, para no volverse odioso. Si en verdad se deseara
combatir la corrupción, habría que empezar por combatir el ambiente
vital en el que se ha desarrollado la partitocracia. Los partidos
políticos son estructuras diseñadas para la conquista del poder (y, por
ende, del dinero); para ello, invaden la función pública, diseñan
estructuras opacas que impiden el control de su funcionamiento interno,
extienden sus tentáculos sobre instituciones de iniciativa social
(recordemos el triste destino de las cajas de ahorros) y entablan
turbias coyundas con la plutocracia, en su afán inmoderado de
acumulación de recursos que mantengan bien abastecidas sus
hipertrofiadas estructuras. Quien en ellos ingresa, salvo que sea un
ingenuo o un héroe, acabará siendo corrupto por necesidad.
La corrupción política que hoy padecemos, sin
embargo, no es sino un epifenómeno de otra corrupción más profunda y
aciaga. Cuando un cuerpo social ha renunciado primeramente a sus bienes
eternos, nada resulta más sencillo que despojarlo después de sus bienes
materiales. Y la sociedad española que hoy se indigna porque los
políticos corruptos la están despojando de sus bienes materiales es la
misma -no nos engañemos- que contempla indiferente la absolución de un
abortero que despojó de la vida a cientos o miles de niños.
Autor: Juan Manuel de Prada
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