Decía Léon Bloy que, para enterarse de las últimas noticias, convenía leer el
Apocalipsis; yo añadiría que, para enterarse del todo, conviene leer
también el Génesis. Leyendo el pasaje de la tentación de Eva, por
ejemplo, se entiende a la perfección el puritanismo palabrero con el que
se pretende combatir la corrupción política. Recordemos la prohibición
que Dios lanza a nuestros primeros padres: «De todo árbol del jardín
podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás;
porque el día que de él comieres, morirás». Entonces el demonio, que
todo lo enreda, se disfraza de serpiente y trata de engatusar a Eva,
para que infrinja la prohibición, a lo que ella muy puritana y
palabreramente responde: «Del fruto de los árboles del huerto podemos
comer; pero del fruto del árbol que está en medio del jardín dijo Dios:
No comeréis de él, ni le tocaréis, para que no muráis » (Gn 3, 2-3).
¡Alto ahí con los faroles! Dios no había dicho a Adán y Eva que no
pudieran «tocar» el árbol de la ciencia del bien y del mal;
probablemente, a Dios le hubiese parecido estupendo que lo tocasen, que
trepasen por sus ramas, que se frotasen contra su tronco para
despulgarse y hasta que utilizasen sus flores para engalanarse las
greñas. ¡Lo único que prohibió es que comiesen de su fruto! Pero la
hipocritona de Eva añade a la prohibición divina una prohibición de
cosecha propia -«ni le tocaréis»- que puede ser tomada ingenuamente como
una muestra de celo en el cumplimiento del mandato originario. Pero la
serpiente, que era muy astuta, enseguida entendió que ese mandato
suplementario que la hipocritona de Eva se había inventado lo que en
verdad expresaba era su disposición a infringir el mandato originario.
Podemos imaginarnos a la serpiente obligando a Eva a tocar el árbol de
la ciencia del bien y del mal y diciéndole luego: «¿Lo ves, tonta? No
pasa nada porque lo toques. Y nada te pasará tampoco si comes de su
fruto».
Y Eva comió, vaya si comió. Así actúa el
puritanismo: añadiendo pejigueras con apariencia de severidad allá donde
sólo se exige un mandato de universal cumplimiento; y tales pejigueras
puritanas se añaden para emboscar la infracción del mandato moral
originaria. Apliquemos esta enseñanza del Génesis a la situación actual.
A los políticos se les exige que vivan honestamente de su sueldo y de
las actividades que sean compatibles con el ejercicio de su cargo; y que
se abstengan de allegar riquezas de procedencia turbia y de cobrar
sobresueldos bajo cuerda. Entonces los políticos puritanos reaccionan
con gran aspaviento, añadiendo mandatos suplementarios que nadie les ha
solicitado; y proclaman: «¡Hágase una auditoría externa de las cuentas
de nuestro partido!»; «¡Publíquense nuestras declaraciones de la
renta!», y otras pomposidades de este jaez. ¡Alto ahí con los faroles!
Nadie os ha pedido cosas semejantes; pues lo que vuestras declaraciones
de la renta mostrarán no será otra cosa sino ingresos que ya han sido
fiscalizados por la hacienda pública; y lo que las auditorías
comprobarán no será otra cosa sino contabilidades ya presentadas ante el
Tribunal de Cuentas. Lo que se os reclama es que no alleguéis riquezas
de procedencia turbia y que no cobréis sobresueldos bajo cuerda; y
tales prácticas no quedan reflejadas ni en contabilidades oficiales ni
en declaraciones de la renta.
De modo que tales proclamas son palabrería y
puritanismo: el vicio disfrazado con las plumas de pavo real de la
virtud. Y no hace falta ser astutos como una serpiente para saber que
cuando alguien se pavonea como Eva, añadiendo mandatos superfluos, está
emboscando la infracción del mandato originario.
Autor: Juan Manuel de Prada
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