domingo, 10 de febrero de 2013

Un relato de Krasni Bor

La batalla de Krasni (o Krasñi) Bor apenas era recordada más que por algunos especialistas y aficionados a la guerra de Rusia, pero tuvo importancia extraordinaria, ya que evitó a los alemanes un segundo Stalingrado, gracias a la División Azul. Últimamente la División Azul ha sido objeto de varios estudios, como el de Salvador Fontenla sobre la batalla citada, y también de novelas, entre ellas la de Blanco Corredoira, la de Juan Manuel de Prada y la de Pío Moa. He aquí un relato de Krasni Bor. Es algo largo pero creo que vale la pena:

“Cuando llegaron los otros tres camiones, un suboficial me dio varias voces haciéndome señas desde uno de ellos. Era Tomatito que me indicaba que subiese a su camión. Como mi mochila se había quedado en Villarelevo (Viarlevo) tenía poco bagaje y salté de la caja de mi camión subiendo al del suyo en el que estaban solamente él y cuatro alemanes. Después de abrazarme, se entristeció cuando le comuniqué la muerte de Santillana. “Joder, Pepe, yo me fui con los otros porque un Alférez me dijo que mi compañía había sido enviada a reforzar a los del 263 en el margen del Ishora y que íbamos a ir hacia allí. Luego resultó ser la 1ª y la Sección de Aslto los que estaban. Joder, Pepe, nunca había visto tantos muertos juntos, ni sumando todos los combates en los que había participado desde la Campaña Española”, me dijo on la cara pálida como si fuese un muerto más de los que él hablaba. “Dicen que más de siete o más rusos por cada español y ya llevábamos contados más de mil de los nuestros, Verato, para, llorar”.

"Varios SS alemanes subieron a los camiones. Al nuestro subió un cabo segundo con su máquina (ametralladora) MG-34 que empujó a Tomatito sin miramientos y se fue al fondo levantando una buena porción de la lona del techo. Sujeté a mi amigo que se levantó con cara de mala leche, no estábamos para borncas.

"Dos horas después caímos en una emboscada rusa. En nuestro camión, un soldado alemán murió, pero los SS se portaron y los partisanos también llevaron lo suyo; cuando asistimos como pudimos a los heridos y reanudamos la marcha, ya cerca de Viarlevo, tuvimos la mala suerte de toparnos con dos aviones Yak-3 que no nos dieron tiempo a descender de los camiones y ocultarnos entre los árboles. Cuando terminó el bombardeo del primer avión, a mi alrededor solamente había sangre y humo, no veía a Tomatito e intenté buscarle, pero los aviones rusos estaban dando la vuelta y corrí a la arboleda. Desde otro camión alguien respondió a los aviones con una ametralladora, fue entonces cuando el segundo avión disparó su cañón ametrallador y soltó su bomba sobre nosotros, sentí cómo todo se oscurecía más de lo normal a mi alrededor y mis oídos dejaban de sentir el menor ruido, cuando pude recuperarme del golpe me encontraba a diez metros de mi camión que estaba destrozado; toda la nieve alrededor estaba llena de rosetones de sangre y cuerpos destrozados. Oí un grito de angustia y caminé como pude hasta el otro camión, el que había respondido a los aviones. Parecía tener menos desperfectos pero también estaba lleno de muertos. Vi a un muchacho español y me acerqué a él, justo a tiempo para ver en sus ojos su última luz de vida y cerrárselos. Un SS, casi un niño, me agarró del bajo del capote y me pidió ayuda con la mano levantada, me acerqué a él y le cogí la mano, pero no la tenía levantada hacia mí; se trataba de un brazo clavado en la nieve a su lado, no era su brazo sino de cualquier otro soldado que lo había perdido en el ataque; me agaché al lado del alemán , me dijo “bitte, helfen si mir, Feldwebel”, algo así como “ayúdame, Sargento”. Tenía un agujero espantoso en el pecho y apenas  le coloqué la cabeza sobre una de las mochilas, se fue sin ningún ruido. Le hice la señal de la cruz en la frente y recogí su subfusil MP-40 que estaba a su lado sobre la nieve.

"No veía a los del 263 y pensé que su camión debía de ser uno de los dos que escaparon a los aviones. Oí voces pidiendo ayuda en español detrás de los restos de mi camión, me acerqué y vi a Tomatito , ¡me había olvidado de él! Se encontraba en el centro de una zona de nieve teñida de rojo, y al verlo me hundí en un pozo de tristeza; el pobre montañés había perdido una pierna cuatro dedos por encima de la rodilla tenía un gesto horrible, enloquecido por el dolor. Le quité el cinturón y le até el muñón del muslo con fuerza hasta que dejó de salir sangre. ¿Dónde estarían los otros dos camiones? Me puse a gritar, chillando con insistencia, para que alguien me prestase ayuda pero, o no había nadie cerca o tenían otros heridos entre las manos; miré otra vez la pierna de mi compañero y volví a llamar pidiendo ayuda a cualquiera que pudiese oír, pero allí solamente había gente en mal estado, alemanes y españoles. Tomatito me tiró de la manga. “Deja de chillar, Verato, que me vas a dejar más sordo de lo que me ha dejado ese puto avión”. Me dijo con una voz ronca y silbante que nunca le había oído. Le dije que sí con la cabeza y di una vuelta para comprobar que los únicos tres españoles, además denosotros dos, ya no vivían, y que los alemanes parecían encontrarse en las últimas, o muertos. Como no podía atender a todos me decidí por Tomatito que para eso era español y nos conocíamos desde lo del campamento en Grafenwöhr. Mierda de fortuna que lo ha hecho salir vivo del infierno de estos días para golpearlo cuando se dirigía a su casa. Me lo cargué a la espalda hasta llegar a una isba abandonada que estaba próxima y allí cogí una carretilla de las de transportar heno, donde lo deposité.

"Volví a los camiones para recoger todos los capotes que pude de los cuerpos de los cadáveres ; y retrocedía hacia la casa cuando me acordé de las ametralladoras de los alemanes, por lo que me acerqué a comprobar su estado, la de mi camión se encontraba bajo dos cadáveres, y estaba retorcida. “Tú, amigo, ya no empujarás a nadie”, le dije al cadáver del cabo SS que había empujado a Tomatito; y me acerqué al otro camión. Allí si que había una máquina en condiciones, era una de las máquinas nuevas, una MG-42 que comprobé, cargué con una cinta llena y la trasladé al carro donde estaba mi amigo, a quien cubrí con todos los capotes. Intenté tirar del pequeño carro, pero las ruedas estaban soldadas al hielo y yo tenía pocas fuerzas. Estaba a punto de desistir cuando una mano me tocó el hombro, era un sargento alemán que por señas me dijo que lo dejase a él y apuntó su MP-40 al suelo y disparó varias ráfagas alrededor de cada rueda, luego me indicó por señas que él se encargaba de uno de los lados de la lanza. Tiramos y conseguimos arrancar las ruedas, me volví para darle las gracias y lo reconocí, del campamento, era un hombrón alto y muy fuerte. De intendencia, el que nos había dado los equipos cuando llegamos y al que sus compañeros apodaban Goffhi en Grafenwöhr, qué casualidad que los tres que allí estábamos habíamos coincididoen el campamento. Pude ver que tenía la otra mitad de la cara, la que yo no había visto, totalmente abrasada; le pregunté por señas cómo estaba y se encogió de hombros con un gesto de dolor, miré su brazo y me percaté de que la manga de su capote estaba llena de sangre que le corría por la mano hasta el palo de la carreta, le indiqué su brazo y volvió a encogerse de hombros.

"Me ayudó tirando del caro por un camino helado durante una hora, hasta que cayó de rodillas y comprendí que estaba agotado por las heridas, por lo que le tanteé hasta que hizo un gesto de dolor al tocarle el hombro; le abrí el capote y la guerrera y pude comprobar que tenía un fuerte desgarro en la zona interior del brazo, por debajo del sobaco, que había dejado de sangrar. No podía dejarlo allí, y menos después de haber intentado ayudarme, así que decidí echarlo en el carro junto al otro. Pero era más fácil decirlo que hacerlo, pues yo soy bajo y aquel gigante me sacaba dos cabezas, pero lo conseguí. Ahora aquello pesaba una tonelada, pero tiré del carro sin pensármelo dos veces. Pude avanzar así ciento cincuenta o doscientos metros, me crucé con una ambulancia alemana a la que hice señas, pero no me hicieron caso y pasaron a mi lado casi atropellando el carro, y de tal forma que tuve que tirarme fuera del camino. Juro a Dios que me faltó muy poco para no soltarles todo el cargador de mi pistola ametralladora MP-40.

"Continué con mi carga hasta que llegó la noche de la continua noche en que estábamos metidos, entonces saqué el carro del camino y me introduje en un pequeño bosque, los bajé a los dos poniéndolos bajo el carro y luego los cubrí con los capotes, arranqué ramas y tapé todo el carro con ellas como abrigo, pero también para ocultarlo a cualquier partida partisana; luego eché algo de nieve por encima de todo y me metí debajo del refugio entre los otros dos. Ahora estoy aquí bajo el carro, con un frío que me hiela la sangre y con dos hombres que ya están llamando a San Pedro. (...)

(El relato lo completa al llegar a Viarlevo, un día después)

"Apenas pude dormir entre los gemidos de los heridos y el frío que me hacía crujir los huesos cuando me movía. De madrugada, cuando la oscuridad se convirtió en penumbra, salí de debajo del carro, encendí un buen fuego y los coloqué alrededor, ya daba igual que nos decubriesen o no las partidas de partisanos; mantuve la lumbre hasta que, cuando ya la luz comenzaba a filtrarse entre los árboles, nuestros capotes comenzaron a echar un humo que no era el de la humedad al evaporarse. Entonces volví  a subirlos al carro y lo saqué otra vez al camino por el que continué como pude con mi carga, unas veces tirando de ella, otras veces empujándola otro centenar de metros, hasta que unos gritos desaforados me hicieron detener la marcha para ver qué sucedía a Tomatito. Su pierna herida tenía muy mal aspecto y olía muy mal, la temperatura había descendido bastante pero él ardía y no me gustaba nada el color de su carne. Lo bajé del carro y me senté en el suelo con su cabeza en mi pecho, lo abracé para darle algo de calor, y sus gritos fueron decayendo en intensidad. Su mano tanteó hasta encontrar la mía y ahora su voz era casi inaudible, me indicó que me acercase a su boca y me dijo que mirase en la lata de la máscara antigás. Abrí la tapa y no me sorprendí al ver que menos la máscara debía de haber de todo. Saqué un paquete envuelto en trapos con sus condecoraciones y una cartera. “Pepe, esto es para mi madre, dile que la quiero”, dijo cuando se lo mostré . Luego dijo que mirase más, lo que hice encontrando unos calcetines y una caja de cartón como las utilizadas para guardar pañuelos y entonces volvió a hablar. “Para ti, Verato”, dijo con un hilo de voz, entregándome la caja con manos temblorosas. Yo le dije que no quería nada, sin saber qué era lo que contenía la caja, pero él me dijo que no, moviendo la cabeza con sus ya agotadas fuerzas. “Es para ti, una cruz vieja, al fin de cuentas me la encontré escondida en un hueco de la casa de Yuri, el padre de la rusa guapa; no creo que tenga ningún valor, pero es un bonito recuerdo”, dijo, y con la otra mano se agarró a los solapones de mi capote. “No me dejes para los lobos, Verato, por tu madre. Ya no siento ningún dolor, solo un frío que me está durmiendo el alma. Cuando muera, reza un Padrenuestro por mí, y entiérrame si no puedes llevarme”, dijo con mucho esfuerzo. “Abrázame, amigo, adiós, te veré en el cielo de los españoles”. Fueron sus última palabras. Me mantuve abrazado a él llorando como un niño, había visto miles de muertos y presenciado todo tipo de espantosas muertes, pero ninguno me había dicho como aquel tiarrón tan grande como una casa, que después de abrazarlo rezase por él y lo enterrase; ni siquiera pude hacerlo con el bueno de Santillana, tan religioso él. 
 
"Pero no lo enterré allí, en pleno bosque nevado, decidí continuar y pocos minutos después oí el ruido de un motor, cogí del carro la máquina y me dispuse a pararlo, me daba igual que fuese alemán o ruso, la herida de mi pierna estaba abierta y me pareció que se estaba volviendo a congelar; ya llevaba el pie a rastras y no estaba dispuesto a dejar pasar otra oportunidad. Era un coche pequeño, de los alemanes, uno de esos Kübelwagen que detuve amenazando con la MG-42 que ya me pesaba como el diablo. El conductor era un cabo y a su lado iba un teniente de segunda del “Jía” (Heer, el ejército de tierra). El cabo comenzó a protestar a gritos con una retahíla de la que no entendí casi nada y aumentó las luces del coche, pero el oficial lo hizo callar con una seca orden. Me miró la manga y al fijarse en los colores de la bandera de España en mi brazo preguntó: “Was geht, Feldwel?” Y entendí que había dicho ¿qué pasa, sargento? Yo le señalé la carga del carro. Entonces el oficial, sin hacer caso del arma, bajó del vehículo y tras mirar lo que ocultaban los capotes, él mismo, sin ayuda de su conductor, me ayudó a cargar al sargento alemán y a Tomatito en su coche. Luego nos llevó hasta el Batallón de Repatriación, donde entregué el cuerpo de mi amigo y compañero al Páter (…) Solo me quedé con la cruz que me dio y que dijo que había cogido de la casa de Anya (…) Esta misma noche un Comandante alemán con el unoiforme negro de las unidades de carros, acompañado por el segundo teniente que nos trajo en su Kübelwagen y de otro soldado, se ha presentado en el barracón donde me alojo y después de cuadrarse y saludarme con exagerado respeto me ha hablado en alemán que el otro soldado iba traduciendo (…) Me ha dado las gracias por haber salvado la vida de su sobrino, el Sargento Lutz Von Gloeckner, ese al que llaman Goffhi y que se pondrá bien gracias a mí; que siempre su familia estaría en deuda conmigo”.

Reproducido en el boletín “Blau División” de este febrero. El autor es José de la Iglesia Parras, que había sido de las Juventudes Socialistas, habiéndose pasado a la Falange en 1936 y escribió un diario, como hicieron otros divisionarios . Él y sus amigos “Tomatito” y “Santillana” debían volver a España desde el pueblo de Viarlevo, al que llamaban “Villa Relevo”, pero fueron movilizados de nuevo en el último momento, debido a la ofensiva rusa por Krasni Bor. José de la Iglesia sobrevivió.

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