La batalla de Krasni (o Krasñi) Bor apenas era recordada más que
por algunos especialistas y aficionados a la guerra de Rusia, pero tuvo
importancia extraordinaria, ya que evitó a los alemanes un segundo
Stalingrado, gracias a la División Azul. Últimamente la División Azul ha sido
objeto de varios estudios, como el de Salvador Fontenla sobre la batalla
citada, y también de novelas, entre ellas la de Blanco Corredoira, la
de Juan Manuel de Prada y la de Pío Moa. He aquí un relato de Krasni Bor. Es algo largo pero creo que vale la pena:
“Cuando llegaron los otros tres camiones, un suboficial me dio varias voces haciéndome señas desde uno de ellos. Era Tomatito que me indicaba que subiese a su camión. Como mi mochila se había quedado en Villarelevo (Viarlevo) tenía poco bagaje y salté de la caja de mi camión subiendo al del suyo en el que estaban solamente él y cuatro alemanes. Después de abrazarme, se entristeció cuando le comuniqué la muerte de Santillana. “Joder, Pepe, yo me fui con los otros porque un Alférez me dijo que mi compañía había sido enviada a reforzar a los del 263 en el margen del Ishora y que íbamos a ir hacia allí. Luego resultó ser la 1ª y la Sección de Aslto los que estaban. Joder, Pepe, nunca había visto tantos muertos juntos, ni sumando todos los combates en los que había participado desde la Campaña Española”, me dijo on la cara pálida como si fuese un muerto más de los que él hablaba. “Dicen que más de siete o más rusos por cada español y ya llevábamos contados más de mil de los nuestros, Verato, para, llorar”.
"Varios SS alemanes subieron a los camiones. Al nuestro subió un cabo segundo con su máquina (ametralladora) MG-34 que empujó a Tomatito
sin miramientos y se fue al fondo levantando una buena porción de la
lona del techo. Sujeté a mi amigo que se levantó con cara de mala leche,
no estábamos para borncas.
"Dos horas después caímos en una emboscada rusa. En nuestro camión, un
soldado alemán murió, pero los SS se portaron y los partisanos también
llevaron lo suyo; cuando asistimos como pudimos a los heridos y
reanudamos la marcha, ya cerca de Viarlevo, tuvimos la mala suerte de
toparnos con dos aviones Yak-3 que no nos dieron tiempo a
descender de los camiones y ocultarnos entre los árboles. Cuando terminó
el bombardeo del primer avión, a mi alrededor solamente había sangre y
humo, no veía a Tomatito e intenté buscarle, pero los aviones
rusos estaban dando la vuelta y corrí a la arboleda. Desde otro camión
alguien respondió a los aviones con una ametralladora, fue entonces
cuando el segundo avión disparó su cañón ametrallador y soltó su bomba
sobre nosotros, sentí cómo todo se oscurecía más de lo normal a mi
alrededor y mis oídos dejaban de sentir el menor ruido, cuando pude
recuperarme del golpe me encontraba a diez metros de mi camión que
estaba destrozado; toda la nieve alrededor estaba llena de rosetones de
sangre y cuerpos destrozados. Oí un grito de angustia y caminé como pude
hasta el otro camión, el que había respondido a los aviones. Parecía
tener menos desperfectos pero también estaba lleno de muertos. Vi a un
muchacho español y me acerqué a él, justo a tiempo para ver en sus ojos
su última luz de vida y cerrárselos. Un SS, casi un niño, me agarró del
bajo del capote y me pidió ayuda con la mano levantada, me acerqué a él y
le cogí la mano, pero no la tenía levantada hacia mí; se trataba de un
brazo clavado en la nieve a su lado, no era su brazo sino de cualquier
otro soldado que lo había perdido en el ataque; me agaché al lado del
alemán , me dijo “bitte, helfen si mir, Feldwebel”,
algo así como “ayúdame, Sargento”. Tenía un agujero espantoso en el
pecho y apenas le coloqué la cabeza sobre una de las mochilas, se fue
sin ningún ruido. Le hice la señal de la cruz en la frente y recogí su
subfusil MP-40 que estaba a su lado sobre la nieve.
"No veía a los del 263 y pensé que su camión debía de ser uno de los
dos que escaparon a los aviones. Oí voces pidiendo ayuda en español
detrás de los restos de mi camión, me acerqué y vi a Tomatito ,
¡me había olvidado de él! Se encontraba en el centro de una zona de
nieve teñida de rojo, y al verlo me hundí en un pozo de tristeza; el
pobre montañés había perdido una pierna cuatro dedos por encima de la
rodilla tenía un gesto horrible, enloquecido por el dolor. Le quité el
cinturón y le até el muñón del muslo con fuerza hasta que dejó de salir
sangre. ¿Dónde estarían los otros dos camiones? Me puse a gritar,
chillando con insistencia, para que alguien me prestase ayuda pero, o no
había nadie cerca o tenían otros heridos entre las manos; miré otra vez
la pierna de mi compañero y volví a llamar pidiendo ayuda a cualquiera
que pudiese oír, pero allí solamente había gente en mal estado, alemanes
y españoles. Tomatito me tiró de la manga. “Deja de chillar,
Verato, que me vas a dejar más sordo de lo que me ha dejado ese puto
avión”. Me dijo con una voz ronca y silbante que nunca le había oído. Le
dije que sí con la cabeza y di una vuelta para comprobar que los únicos
tres españoles, además denosotros dos, ya no vivían, y que los alemanes
parecían encontrarse en las últimas, o muertos. Como no podía atender a
todos me decidí por Tomatito que para eso era español y nos
conocíamos desde lo del campamento en Grafenwöhr. Mierda de fortuna que
lo ha hecho salir vivo del infierno de estos días para golpearlo cuando
se dirigía a su casa. Me lo cargué a la espalda hasta llegar a una isba
abandonada que estaba próxima y allí cogí una carretilla de las de
transportar heno, donde lo deposité.
"Volví a los camiones para recoger todos los capotes que pude de los
cuerpos de los cadáveres ; y retrocedía hacia la casa cuando me acordé
de las ametralladoras de los alemanes, por lo que me acerqué a comprobar
su estado, la de mi camión se encontraba bajo dos cadáveres, y estaba
retorcida. “Tú, amigo, ya no empujarás a nadie”, le dije al cadáver del
cabo SS que había empujado a Tomatito; y me acerqué al otro camión. Allí si que había una máquina en condiciones, era una de las máquinas nuevas, una MG-42
que comprobé, cargué con una cinta llena y la trasladé al carro donde
estaba mi amigo, a quien cubrí con todos los capotes. Intenté tirar del
pequeño carro, pero las ruedas estaban soldadas al hielo y yo tenía
pocas fuerzas. Estaba a punto de desistir cuando una mano me tocó el
hombro, era un sargento alemán que por señas me dijo que lo dejase a él y
apuntó su MP-40 al suelo y disparó varias ráfagas alrededor de cada
rueda, luego me indicó por señas que él se encargaba de uno de los lados
de la lanza. Tiramos y conseguimos arrancar las ruedas, me volví para
darle las gracias y lo reconocí, del campamento, era un hombrón alto y
muy fuerte. De intendencia, el que nos había dado los equipos cuando
llegamos y al que sus compañeros apodaban Goffhi en Grafenwöhr,
qué casualidad que los tres que allí estábamos habíamos coincididoen el
campamento. Pude ver que tenía la otra mitad de la cara, la que yo no
había visto, totalmente abrasada; le pregunté por señas cómo estaba y se
encogió de hombros con un gesto de dolor, miré su brazo y me percaté de
que la manga de su capote estaba llena de sangre que le corría por la
mano hasta el palo de la carreta, le indiqué su brazo y volvió a
encogerse de hombros.
"Me ayudó tirando del caro por un camino helado durante una hora,
hasta que cayó de rodillas y comprendí que estaba agotado por las
heridas, por lo que le tanteé hasta que hizo un gesto de dolor al
tocarle el hombro; le abrí el capote y la guerrera y pude comprobar que
tenía un fuerte desgarro en la zona interior del brazo, por debajo del
sobaco, que había dejado de sangrar. No podía dejarlo allí, y menos
después de haber intentado ayudarme, así que decidí echarlo en el carro
junto al otro. Pero era más fácil decirlo que hacerlo, pues yo soy bajo y
aquel gigante me sacaba dos cabezas, pero lo conseguí. Ahora aquello
pesaba una tonelada, pero tiré del carro sin pensármelo dos veces. Pude
avanzar así ciento cincuenta o doscientos metros, me crucé con una
ambulancia alemana a la que hice señas, pero no me hicieron caso y
pasaron a mi lado casi atropellando el carro, y de tal forma que tuve
que tirarme fuera del camino. Juro a Dios que me faltó muy poco para no
soltarles todo el cargador de mi pistola ametralladora MP-40.
"Continué con mi carga hasta que llegó la noche de la continua noche en
que estábamos metidos, entonces saqué el carro del camino y me
introduje en un pequeño bosque, los bajé a los dos poniéndolos bajo el
carro y luego los cubrí con los capotes, arranqué ramas y tapé todo el
carro con ellas como abrigo, pero también para ocultarlo a cualquier
partida partisana; luego eché algo de nieve por encima de todo y me metí
debajo del refugio entre los otros dos. Ahora estoy aquí bajo el carro,
con un frío que me hiela la sangre y con dos hombres que ya están
llamando a San Pedro. (...)
(El relato lo completa al llegar a Viarlevo, un día después)
"Apenas pude dormir entre los gemidos de los heridos y el
frío que me hacía crujir los huesos cuando me movía. De madrugada,
cuando la oscuridad se convirtió en penumbra, salí de debajo del carro,
encendí un buen fuego y los coloqué alrededor, ya daba igual que nos
decubriesen o no las partidas de partisanos; mantuve la lumbre hasta
que, cuando ya la luz comenzaba a filtrarse entre los árboles, nuestros
capotes comenzaron a echar un humo que no era el de la humedad al
evaporarse. Entonces volví a subirlos al carro y lo saqué otra vez al
camino por el que continué como pude con mi carga, unas veces tirando de
ella, otras veces empujándola otro centenar de metros, hasta que unos
gritos desaforados me hicieron detener la marcha para ver qué sucedía a Tomatito.
Su pierna herida tenía muy mal aspecto y olía muy mal, la temperatura
había descendido bastante pero él ardía y no me gustaba nada el color de
su carne. Lo bajé del carro y me senté en el suelo con su cabeza en mi
pecho, lo abracé para darle algo de calor, y sus gritos fueron decayendo
en intensidad. Su mano tanteó hasta encontrar la mía y ahora su voz era
casi inaudible, me indicó que me acercase a su boca y me dijo que
mirase en la lata de la máscara antigás. Abrí la tapa y no me sorprendí
al ver que menos la máscara debía de haber de todo. Saqué un paquete
envuelto en trapos con sus condecoraciones y una cartera. “Pepe, esto es para mi madre, dile que la quiero”,
dijo cuando se lo mostré . Luego dijo que mirase más, lo que hice
encontrando unos calcetines y una caja de cartón como las utilizadas
para guardar pañuelos y entonces volvió a hablar. “Para ti, Verato”,
dijo con un hilo de voz, entregándome la caja con manos temblorosas. Yo
le dije que no quería nada, sin saber qué era lo que contenía la caja,
pero él me dijo que no, moviendo la cabeza con sus ya agotadas fuerzas. “Es
para ti, una cruz vieja, al fin de cuentas me la encontré escondida en
un hueco de la casa de Yuri, el padre de la rusa guapa; no creo que
tenga ningún valor, pero es un bonito recuerdo”, dijo, y con la otra mano se agarró a los solapones de mi capote. “No
me dejes para los lobos, Verato, por tu madre. Ya no siento ningún
dolor, solo un frío que me está durmiendo el alma. Cuando muera, reza un
Padrenuestro por mí, y entiérrame si no puedes llevarme”, dijo con mucho esfuerzo. “Abrázame, amigo, adiós, te veré en el cielo de los españoles”.
Fueron sus última palabras. Me mantuve abrazado a él llorando como un
niño, había visto miles de muertos y presenciado todo tipo de espantosas
muertes, pero ninguno me había dicho como aquel tiarrón tan grande como
una casa, que después de abrazarlo rezase por él y lo enterrase; ni
siquiera pude hacerlo con el bueno de Santillana, tan religioso él.
"Pero no lo enterré allí, en pleno bosque nevado, decidí continuar y
pocos minutos después oí el ruido de un motor, cogí del carro la máquina
y me dispuse a pararlo, me daba igual que fuese alemán o ruso, la
herida de mi pierna estaba abierta y me pareció que se estaba volviendo a
congelar; ya llevaba el pie a rastras y no estaba dispuesto a dejar
pasar otra oportunidad. Era un coche pequeño, de los alemanes, uno de
esos Kübelwagen que detuve amenazando con la MG-42 que
ya me pesaba como el diablo. El conductor era un cabo y a su lado iba
un teniente de segunda del “Jía” (Heer, el ejército de tierra). El cabo
comenzó a protestar a gritos con una retahíla de la que no entendí casi
nada y aumentó las luces del coche, pero el oficial lo hizo callar con
una seca orden. Me miró la manga y al fijarse en los colores de la
bandera de España en mi brazo preguntó: “Was geht, Feldwel?” Y
entendí que había dicho ¿qué pasa, sargento? Yo le señalé la carga del
carro. Entonces el oficial, sin hacer caso del arma, bajó del vehículo y
tras mirar lo que ocultaban los capotes, él mismo, sin ayuda de su
conductor, me ayudó a cargar al sargento alemán y a Tomatito en
su coche. Luego nos llevó hasta el Batallón de Repatriación, donde
entregué el cuerpo de mi amigo y compañero al Páter (…) Solo me quedé
con la cruz que me dio y que dijo que había cogido de la casa de Anya
(…) Esta misma noche un Comandante alemán con el unoiforme negro de las
unidades de carros, acompañado por el segundo teniente que nos trajo en
su Kübelwagen y de otro soldado, se ha presentado en el barracón donde
me alojo y después de cuadrarse y saludarme con exagerado respeto me ha
hablado en alemán que el otro soldado iba traduciendo (…) Me ha dado las
gracias por haber salvado la vida de su sobrino, el Sargento Lutz Von
Gloeckner, ese al que llaman Goffhi y que se pondrá bien gracias a mí; que siempre su familia estaría en deuda conmigo”.
Reproducido en el boletín “Blau División” de este febrero. El autor
es José de la Iglesia Parras, que había sido de las Juventudes
Socialistas, habiéndose pasado a la Falange en 1936 y escribió un
diario, como hicieron otros divisionarios . Él y sus amigos “Tomatito” y
“Santillana” debían volver a España desde el pueblo de Viarlevo, al que
llamaban “Villa Relevo”, pero fueron movilizados de nuevo en el último
momento, debido a la ofensiva rusa por Krasni Bor. José de la Iglesia
sobrevivió.
Fuente: Presente y Pasado
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