lunes, 20 de mayo de 2013

La amenaza de Rubalcaba

Rubalcaba vuelve a amenazar con la revisión o ruptura de los acuerdos con el Vaticano (aunque él, en un enternecedor homenaje al niño que fue, campeón de catecismo en la escuela de Solares y, posteriormente, modélico alumno pilarista en Madrid, dice siempre «Santa Sede»). Es la tercera vez que profiere la misma amenaza, si no nos fallan las cuentas; y en esta ocasión lo hace después de que el Consejo de Ministros aprobara la ley Wert, en la que la asignatura de Religión –al igual que su alternativa «laica»– vuelve a considerarse evaluable. Esto a Rubalcaba le parece un atropello inadmisible; lo que, desde luego, tiene su coña, viniendo de un campeón de catecismo. Y, teniendo en cuenta que la nota de Religión (o de su alternativa «laica») siempre mejoraba el expediente académico de los alumnos, incorporando unas decimillas providenciales para la obtención de becas, hemos de convenir que Rubalcaba (a quien, por cierto, la nota de Religión también le mejoró el expediente) prefiere perjudicar a los alumnos antes que renunciar a su pose de comecuras, que ya es la única pose que puede vender a su menguante parroquia.

Rubalcaba apostilló su amenaza advirtiendo que nadie se la tomase a broma. La apostilla debe interpretarse como un acto fallido o lapsus freudiano, pues desde luego nadie puede juzgar que una amenaza que se repite hasta tres veces sea una broma; sin embargo, la amenaza incorpora dos ingredientes humorísticos que al propio Rubalcaba no le habrán pasado inadvertidos. El primero de ellos resulta evidente, y su humorismo es de índole patética: quien profiere la amenaza no está en condiciones de cumplirla, pues cuando su partido vuelva a gobernar parece improbable que sea Rubalcaba quien lo dirija; y hasta podría asegurarse que, mientras sea Rubalcaba quien lo dirija, su partido no volverá a gobernar (de tal modo que su mantenimiento al frente del partido se convierte en la mejor garantía de que su amenaza no pueda cumplirse). El segundo ingrediente humorístico de la amenaza es de naturaleza hiperbólica, pues a nadie se le escapa que justificar la denuncia de un tratado internacional en que la asignatura de Religión sea o no puntuable es un desafuero bastante pintoresco. Aquí vuelve a demostrarse que un político en posición de extrema fragilidad, temeroso de que sus conmilitones le peguen una patada en el culete en cuanto se descuide, es capaz de los desafueros más pintorescos. Pero Rubalcaba ha descubierto que, amenazando con denunciar los acuerdos con el Vaticano (o con la Santa Sede, como diría un modélico pilarista), logra enardecer a su menguante parroquia y tomar un poco de aliento en su desfallecido afán por aferrarse al puesto. Que la razón que justifica la amenaza sea desproporcionada, traspillada, nimia o absurda es lo de menos; porque de lo que se trata es de atizar el fuego de la demagogia. Rubalcaba ha descubierto que, repitiendo a modo de ensalmo esta amenaza, puede aguantar un poco más en la poltrona; y cualquier día de estos lo oiremos bramar:

—¡Si suben los precios del petróleo, revisaré los acuerdos con la Santa Sede!

O bien:

—¡Si Florentino no despide a Mourinho, revisaré los acuerdos con la Santa Sede!

Yo, si fuera adversario político de Rubalcaba, amenazaría:

—¡Si la Iglesia no revoca el título de campeón de catecismo que Rubalcaba obtuvo en Solares, revisaré los acuerdos con el Vaticano!

Ni siquiera diría Santa Sede. Pero es que yo no estudié en el colegio del Pilar, ni la asignatura de Religión me subió la nota del expediente, como a Rubalcaba.

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