miércoles, 1 de mayo de 2013

Paro

Cuando el paro empezó a desbocarse, existía la certeza de que tarde o temprano aquella escalada habría de frenarse; y que a continuación la tendencia se invertiría. Tales previsiones no se han cumplido: el número de desempleados sigue creciendo, mes a mes; y las estragadoras cifras de paro juvenil nos revelan que la economía española ha dejado de demandar mano de obra. Siempre se nos había dicho que toda economía genera un inevitable «paro estructural», que se solía situar en torno al 5% de la población activa; pero lo cierto es que tal situación idílica resulta hoy inalcanzable, o más bien inconcebible. ¿Y si el «paro estructural» de la economía española afectase a un 30% de la población activa? Sospecho que esta es la dura realidad que nos aguarda; pero de la que casi nadie se atreve a hablar. Se empieza a aceptar que el paro seguirá creciendo en los próximos años; pero se sigue pretendiendo que tal crecimiento será algo coyuntural y reversible, cuando la economía española sea más competitiva.

Pero lo cierto es que la economía española ha empezado a mostrar signos -todavía débiles- de recuperación: las exportaciones, por ejemplo, están creciendo, prueba de que nuestros productos empiezan a resultar más competitivos. Y lo son, precisamente, porque su producción resulta menos costosa, porque se emplea en ella menos gente, o porque la gente empleada cobra sueldos más míseros. ¿No podríamos imaginar un futuro en el que la economía española fuese plenamente «competitiva», precisamente a costa de mantener a una porción gigantesca de la población sin trabajo, o cobrando sueldos misérrimos? Estamos insertos en un modelo económico global, en el que el «eje de la riqueza» parece haberse desplazado inexorablemente, relegando a los países mediterráneos a un arrabal de irrelevancia. ¿Y si a España, en este reparto de papeles que ha diseñado la nueva economía global, le correspondiese sobrevivir con un 30 % de paro? 

Sería una España con escasa capacidad de consumo, que produciría en las condiciones decretadas por la economía global; exactamente como en una fase reciente de la historia ha ocurrido con países que se consideraban integrantes del segundo o tercer mundo, y que hoy son «economías emergentes» (y su emergencia es, precisamente, la que permite que economías como la española puedan ser relegadas a la irrelevancia). Una España con unas clases medias cada vez más depauperadas (que ni siquiera podrán echar mano de los ahorros, para entonces volatilizados según el modelo de la experiencia piloto chipriota), en la que la quimera del llamado «Estado de bienestar» se habría quedado reducida a unos niveles asistenciales mínimos, a modo de beneficencia pública. Una España en la que habría una porción nada exigua de la población viviendo de la economía sumergida; y en donde el peligro de revueltas sociales sería combatido por el Estado mediante el reparto de subsidios de supervivencia entre los desempleados «perpetuos», y mediante el acceso a un ocio barato, especialmente a través de internet, que canalice el descontento popular. Resulta, a mi juicio, sumamente revelador que internet siga siendo una «selva» sin regulación, en la que cualquiera puede injuriar impunemente o abastecerse de entretenimiento gratuito y guarrerías varias; señal inequívoca de que en el futuro que nos aguarda desempeñará un papel medular en el «desahogo» y «apaciguamiento» de las masas sin trabajo. 

Llámenme agorero, como a Casandra; pero es lo que creo que va a suceder, lo que ya está sucediendo, aunque nos neguemos a aceptarlo.

Autor: Juan Manuel de Prada


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