lunes, 19 de agosto de 2013

Dinero negro

Van desfilando por la Audiencia Nacional quienes fueran mandamases en la calle Génova y a todos les pregunta el juez Ruz si cobraron sobresueldos en dinero negro, obteniendo siempre la misma respuesta. ¡Por supuesto que no! Yo entiendo que todo procedimiento judicial tenga sus liturgias, pero convocar como testigos a unos señores para preguntarles si cobraron sobresueldos en dinero negro, o si vieron que otros los cobrasen, es del género tonto. Si el dinero negro es, por naturaleza, dinero que no se declara, parece de Perogrullo que sólo al que asó la manteca se le ocurriría declarar que ha cobrado en dinero negro. El dinero negro se pule y santas pascuas, como bien sabía aquel gacetillero «sobrecogedor» de la anécdota que en cierta ocasión oí referir a Jaime Campmany.
 
Resulta que había un gacetillero que todos los meses recibía un sobrecito del Ministerio de Gobernación con un modesto sobresueldo, en pago a su obediencia lacayuna a las consignas del ministro. Un buen día le entregaron un sobre mucho más abultado de lo habitual; gratamente sorprendido, y a la vez intrigado, el gacetillero se encerró en un retrete para contar la cuantía de su sobresueldo y comprobó que, en efecto, era una cantidad fastuosa, desmesurada para el modesto servicio que prestaba. Por supuesto, entendió enseguida que se trataba de una equivocación, pero decidió que se haría el longui, como se hacía el longui todos los meses, cada vez que le entregaban el sobre, siguiendo la receta de absoluta discreción que le habían dado en el Ministerio. Así que, sin avisar a la familia ni al director de su periódico, desapareció durante unos días, para pulirse el dinero. Cuando por fin regresó a casa, lo aguardaban en el portal un par de guardias, que lo condujeron ante el ministro. Antes de que su benefactor pudiera reprenderlo, el gacetillero «sobrecogedor» dijo, muy solemne: «No puedo devolverle ni un céntimo, señor ministro. Me lo he gastado todo». El ministro se llevó las manos a la cabeza, espantado, y gritó: «¡Alma de cántaro! ¿Pero es que no advirtió que esa cantidad estaba destinada a retribuir servicios infinitamente más importantes que los insignificantes que usted nos presta?». A lo que el gacetillero, afectando humildad, respondió: «¿Y quién soy yo, señor ministro, para medir su generosidad?».
 
Los sobresueldos en dinero negro, como bien sabía aquel gacetillero, nunca se declaran. Bárcenas asegura, fundándose en unas anotaciones contables de andar por casa, que los pagó; pero como no aporte alguna otra prueba más contundente de tales pagos, me temo que con sus imputaciones ocurrirá lo mismo que con el tercer huevo del cuento: «Érase un joven que volvía de las aulas universitarias, ansioso de dejar turulatos a sus padres con sus primores dialécticos. Hallándose sentados los tres a la mesa, como viese dos huevos pasados por agua en un plato, escondió uno con presteza e interrogó a su padre: “¿Cuántos huevos hay en el plato?”. “Uno”, le contestó su atolondrado progenitor. Devolvió entonces al plato el huevo escondido y volvió a preguntar: “¿Cuántos huevos hay ahora?”. Contestó el padre: “Dos”. A lo que arguyó el sabiondo hijo: “Antes había un huevo, ahora hay dos; es así que dos y uno son tres, luego son tres los huevos del plato”. Se admiraba el padre, porque sus ojos solo veían dos huevos, en tanto que el agudo ingenio de su ilustre vástago le demostraba que eran tres, cuando intervino la madre, mucho más resuelta y avispada, que dio un huevo a su marido, se cogió para sí el segundo y le dijo al sabiondo del hijo: “El tercer huevo, majete, te lo comes tú”».
 

No hay comentarios: