Un emblema sobrecogedor del grado de alienación y
gregarismo que han alcanzado los pueblos nos lo brindaba el otro día la
Puerta de Alcalá, con una muchedumbre que lloriqueaba porque la
candidatura olímpica de Madrid había vuelto a ser rechazada por los
zampones del COI. Contemplando un espectáculo tan pavoroso, uno entiende
que el napalm de la propaganda ha destruido por completo nuestras
meninges, hasta reducirlas a fosfatina; y que tal destrozo ya no admite
otra cura que no sea de orden sobrenatural. Porque esa gente que
lloriqueaba en la Puerta de Alcalá lleva muchos años siendo expoliada en
sus ahorros, sangrada en sus salarios, despojada de sus pensiones y de
sus becas, para financiar esa estúpida candidatura que por enésima vez
ha sido rechazada; y lo más trágico es que, mientras vivamos, seguiremos
siendo expoliados, sangrados, despojados para pagar la mastodóntica
deuda que esa estúpida candidatura ha generado durante más de una
década. Y, cuando muramos, exprimidos como el hollejo de una uva tras el
paso por el lagar, nuestros descendientes seguirán pagándola, de
generación en generación.
¿Estúpida candidatura, hemos escrito? Bueno, según para
quién. Porque todo ese ingente dineral que se ha dedicado absurdamente a
construir pabellones deportivos, saqueando el erario municipal, ha
llenado los bolsillos de contratistas, comisionistas y politiquillos,
que disparaban con pólvora del rey (o, dicho más exactamente, de sus
súbditos). Y, mientras estos pajarracos se llenaban los bolsillos,
pegando pelotazos por doquier y llenando Madrid de adefesios
arquitectónicos, a los pobres paganos arrasados por el napalm de la
propaganda nos repetían sin cesar que la celebración de las Olimpiadas
traería la prosperidad a Madrid, y por extensión a España entera. Y así,
con este cuento de la lechera, nos han estado vaciando durante más de
una década las carteras, para que luego, en el colmo de la alienación y
el gregarismo, acudamos a lloriquear a la Puerta de Alcalá. Así se
esclaviza a los pueblos.
Pero lo peor no es que hayan estado birlándonos la
cartera durante más de una década; lo peor no es que hayan llenado
Madrid de adefesios arquitectónicos, mientras se forraban de comisiones;
lo peor no es que hayan saqueado el erario público, condenando a
nuestros descendientes. Lo peor es que, entretanto, nos han convertido
en una papilla humana sin arrestos ni pundonor, esterilizada para el
esfuerzo vital, que cifra su recuperación económica en la celebración de
unas Olimpiadas en Madrid, o en la construcción de un putiferio o timba
en Alcorcón, o en otras presuntas bicocas de semejante calaña. Cuando
lo cierto es que tales presuntas bicocas están pensadas para que, al
mismo tiempo que unos pocos pegan pelotazos, los pueblos se hundan
primero en la desidia, abandonando las nobles y laboriosas tareas a las
que se dedicaron sus padres, mientras esperan que les llegue la bicoca; y
luego, si la bicoca finalmente llega (cosa, por lo demás, improbable),
para que los pueblos primeramente hundidos en la desidia sin ganas ya
de labrar la tierra, amasar el pan o forjar el hierro se consuelen
aceptando los trabajos de hormiguero trabajos de temporada, mal
remunerados y degradantes que las presuntas bicocas generan.
Y esto es lo peor de todo: que, a la vez que nos
saqueaban sin rebozo, han logrado degradarnos hasta convertirnos en un
rebaño genuflexo que aguarda la limosnilla de unas Olimpiadas, un
putiferio o una timba. Y que, cuando finalmente la limosnilla no llega,
lloriquea y hace pucheritos, desconsolado.
Autor: Juan Manuel de Prada
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