Como el valentón del célebre soneto, después de
calarse el chapeo, requerir la espada y mirar de soslayo, el falso
mesías negro parece que no lanzará de momento su ataque contra Siria;
no, al menos, en las condiciones chulescas que había proclamado. Por
supuesto, seguirá financiando a los terroristas de Al Qaida que operan
en Siria, facilitándoles armas e instrucción militar, pero lo hará de
matute. Las intervenciones militares americanas son de dos clases:
cuando logra embaucar a una cohorte de tontos útiles o de pescadores en
río revuelto, mediante declaración de guerra; cuando los tontos útiles
remolonean o los pescadores en río revuelto se resisten, con estrategias
de guerra sucia. Pero el ridículo del falso mesías negro, cada vez más
desteñido en su prestigio de engañabobos, ha sido mayúsculo,
estrepitoso, abracadabrante; y sus aspavientos de valentón venido a
menos tal vez sean recordados el día de mañana como el comienzo del
ocaso de la que ha sido la primera potencia mundial durante casi un
siglo.
De este episodio vodevilesco protagonizado por
el falso mesías negro sale fortalecido Putin, la bicha del Occidente
neopagano, un tipo que ha financiado la construcción de mil iglesias
ortodoxas en todo el mundo durante el pasado año. Como nos enseña Joseph
Roth en La leyenda del santo bebedor, la gracia puede actuar a través
de los tipos más desastrados; y Putin, que tiene desde luego sus ribetes
demenciales, en esta hora aparece ante nuestros ojos como un gigante
(sobre todo si lo comparamos con el falso mesías negro), aunque su
grandeza sea vicaria, pues no es otra sino la grandeza de Rusia, que
misteriosamente (o no tan misteriosamente) se está convirtiendo en la
gran esperanza de Occidente. Quizá porque Rusia ha sufrido mucho y ha
hecho a sufrir mucho a los demás en el pasado, este nuevo designio
histórico que empieza a perfilarse en su futuro resulta más consolador
para las personas con un sentido teológico de la historia. Por
supuesto, todas las fuerzas confabuladas en la destrucción de Occidente
tratarán de impedir a toda costa esta resurrección de Rusia sobre los
escombros del comunismo y su conversión en una suerte de katejon u
obstáculo en los planes del Nuevo Orden Mundial.
Pero de momento, Rusia ha logrado mostrar al
mundo que las pretensiones americanas eran desquiciadas; y lo ha hecho
infligiendo a Estados Unidos una humillación que ni siquiera logró el
comunismo estalinista en su maléfico esplendor. Se la ha infligido,
además, con instrumentos diplomáticos, mientras el valentón de Obama se
mostraba dispuesto a defecar sus bombitas en Siria; y el remate o guinda
de esa humillación ha sido la carta dirigida por Putin al pueblo
americano, en la que sirviéndose de la retórica democrática ha
ridiculizado la imaginaria democracia trasatlántica. Ha sido una jugada
maestra que, por supuesto, el falso mesías negro no va a perdonar, sobre
todo porque, siquiera por un momento, habrá permitido reflexionar a
mucha gente con las meninges destrozadas por el napalm de la propaganda;
y porque ha hecho tambalear la hegemonía americana, no sabemos aún si
para siempre. Sospecho que aquellos años en los que Estados Unidos
intervenía en cualquier paraje del atlas cuando le petaba empiezan a
quedar atrás.
Algún día deberá empezar a escribirse la
historia de las calamidades que, con la excusa de «extender la
democracia», los Estados Unidos han derramado por el mundo. Pero esa
obra sólo podrá escribirla alguien con un sentido teológico de la
historia.
Autor: Juan Manuel de Prada
No hay comentarios:
Publicar un comentario