sábado, 26 de octubre de 2013

Antifranquistas

 
Como matar a Dios es una empresa irrealizable o enloquecedora que certificó el fracaso de la modernidad (ahí tenemos al Nietzsche terminal, papando moscas en el manicomio de Jena), la posmodernidad, mucho más cuca y bandarra, hizo un recuelo freudiano y se conformó con matar al padre, que es como matar a Dios por persona interpuesta, o como hacer vudú. En la versión autóctona de este vudú posmoderno han elegido como sucedáneo de Dios a Franco; y así, resucitando cada mañana a Franco para figurarse que lo matan, algunos consiguen dar espesor y sustancia a sus días inanes. Yo he conocido gente que está plenamente convencida de que la culpa de todos sus males la tiene Franco: si la burocracia administrativa es lenta, la culpa la tiene Franco; si el fracaso escolar en España es superior a la media europea, la culpa la tiene Franco; si a su mujer le huele el aliento, la culpa la tiene Franco; y así sucesivamente. Ser omnímodo y omnipotente es uno de los atributos de Dios; y convirtiendo a Franco en responsable de todos sus males no hacen sino divinizarlo.
 
La mayoría de los antifranquistas son unos pelmazos llenos de neuras, a veces cínicos y a veces sensibleros, a veces eufóricos y a veces depresivos, con esa tendencia a la bipolaridad y a la autoindulgencia típica del posmoderno; y con una vocación irrefrenable a la inanidad que disimulan sacando a Franco en procesión, venga o no venga a cuento. Yo diría que Franco proporciona un exoesqueleto a su vida invertebrada y chisgarabítica; e, invocándolo, exorcizan el horror vacui que los corroe. Claro que, si este sacar a Franco en procesión resulta de un gagaísmo patético en los señores mayores, en los pipiolos provoca una hilaridad entreverada de alipori. De «franquista» motejan a Wert los pipiolos que protestan en las calles; y lo acusan de querer volver a tiempos de Franco con su reforma educativa, sólo porque les pide (¡de rodillas!) que hinquen un poquito más los codos. Yo, si tuviera que injuriar a Wert, lo llamaría más bien antifranquista, porque cuando se crece es cínico y cuando se hunde es sensiblero.
 
 
 
La obsesión por mostrarse antifranquista produce episodios de involuntario humorismo negro. Inquirida por la derogación de la doctrina Parot, Esperanza Aguirre afirma que «los asesinos múltiples van a tener unas penas muy pequeñas, curiosamente como consecuencia de que se les aplique el Código Penal franquista, que es lo que tanto gusta a los etarras». Pero Aguirre sabe bien que, durante el franquismo, a los etarras no se les aplicaba el Código Penal, sino el Código de Justicia Militar (muy adecuadamente, pues los etarras siempre se han considerado gudaris en guerra con el Estado), cosa que no creo que les gustase mucho. Tengo entendido que a los etarras, mucho más –¡infinitamente más!– que el Código de Justicia Militar que les aplicaba Franco, les gustó la ley de amnistía del 77, que sacó de la cárcel a muchos de sus asesinos múltiples, para que pudieran seguir matando; y las posteriores y muy buenistas reformas del Código Penal, que hicieron necesario un chapucerísimo dislate jurídico como la doctrina Parot. Por cierto, que cuando el código de justicia militar se aplicaba a los etarras, a Franco le vinieron de Roma con peticiones de clemencia, como ahora le vienen a Rajoy de Estrasburgo; y Franco se pasó las peticiones por el forro del escroto, aunque era de comunión diaria. Pero se ve que la religión de Estrasburgo, mucho más rigurosa, exige comulgar con ruedas de molino, o que el forro de los escrotos es hoy menos correoso.
 
O será que la posmodernidad exige a los gobernantes, como a los pueblos, que sean más cucos y bandarras.
 

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