Hasier Arraiz |
Entre todas las paparruchas que se vomitaron con ocasión
de la muerte de Mandela, sólo hallé congruentes aquellas palabras de
Hasier Arraiz, presidente de Sortu:
"En el imaginario colectivo de mucha gente en Euskal
Herria subyace el sueño de que, aquí como allí, al hombre que hoy en día
está en prisión podamos verlo algún día como lendakari de una Euskal
Herria libre e independiente."
A los demócratas chorlitos aquellas palabras proféticas
de Arraiz, en las que se comparaba a su idolatrado Mandela con Arnaldo
Otegi, les parecieron una blasfemia; y es que los demócratas chorlitos
gustan de alimentarse con sus mitologías memas y merengosas, amorraditos
siempre al disco rayado de la Santa Transición, y al Reverendísimo
«Marco-Constitucional-Que-Los-Españoles-Nos-Hemos-Dado». Pero la visión
de Arraiz se hará realidad, impepinablemente; y hasta puede que el hijo
de alguno de los demócratas chorlitos escriba, cual Plutarco redivivo,
las vidas paralelas de Otegi y Madiva. Las imágenes de la «manifestación
en defensa de los derechos humanos» que abarrotaba las calles de Bilbao
no nos dejan resquicios a la duda.
Hay una frase tremenda de Donoso Cortés, de una
clarividencia atroz y una profundidad insondable y misteriosa, que reza
así: «El principio electivo es de suyo cosa tan corruptora que todas las
sociedades civiles, así antiguas como modernas, en que ha prevalecido
han muerto gangrenadas». Por «principio electivo» debemos entender la
democracia convertida en religión meningítica (no la democracia como
forma de participación del pueblo en el gobierno, tal como la
concibieron los clásicos), infatuada de su omnímodo poder, que ha
consagrado el «consenso» como único bien al que puede aspirar una
sociedad por completo desvinculada, empachada de libertades que no han
hecho sino estragar los lazos morales e históricos que antaño la ligaban
y diarreica de derechos que también se establecen por consenso (por
mucho que los tontos útiles se empeñen grotescamente en que son una
plasmación de la ley natural).
Esta democracia entendida como religión meningítica,
engreída de sí misma, que no acepta realidades históricas, políticas o
sociales anteriores a sí misma ni patrias ni fronteras, que no
persigue otra cosa sino el consenso es, por su propia naturaleza,
semoviente; y su movimiento es, por su propia naturaleza,
progresivamente acelerado; y su apetito, voraz. De ahí que no pueda
concebir, por ejemplo, los derechos humanos como un sistema cerrado de
principios absolutos; de ahí que no pueda tampoco dejarse coagular en un
consenso estático, establecido en ese remoto
«Marco-Constitucional-Que-Los-Españoles-Nos-Hemos-Dado». Para prolongar
su existencia, esta religión semoviente necesita incorporar neófitos a
su consenso, y abrazarlos amorosamente, como a hijos pródigos nutridos a
sus pechos. Esto es lo que ahora está ocurriendo con los etarras: a fin
de cuentas, la religión democrática siempre dijo que las ideas que
defendían los etarras eran perfectamente legítimas, siempre que no se
empleasen métodos criminales; pues bien, ahora los etarras se han vuelto
modositos y reclaman lógicamente con lógica perversa, pero
perfectamente democrática que se reconozca su «derecho humano» a
segregarse de España y a aclamar como héroes a sus gudaris.
Donoso Cortés tenía más razón que un santo. Y Hasier
Arraiz también. Veremos, mientras España muere gangrenada por esta
religión meningítica, a Otegi como lendakari de una Euskal Herria libre
e independiente. Y los hijos de los demócratas chorlitos que hoy se
rasgan las vestiduras lloriquearán emocionados.
Autor: Juan Manuel de Prada
No hay comentarios:
Publicar un comentario