lunes, 13 de enero de 2014

Moriremos gangrenados

Hasier Arraiz
Entre todas las paparruchas que se vomitaron con ocasión de la muerte de Mandela, sólo hallé congruentes aquellas palabras de Hasier Arraiz, presidente de Sortu:
 
"–En el imaginario colectivo de mucha gente en Euskal Herria subyace el sueño de que, aquí como allí, al hombre que hoy en día está en prisión podamos verlo algún día como lendakari de una Euskal Herria libre e independiente."
 
A los demócratas chorlitos aquellas palabras proféticas de Arraiz, en las que se comparaba a su idolatrado Mandela con Arnaldo Otegi, les parecieron una blasfemia; y es que los demócratas chorlitos gustan de alimentarse con sus mitologías memas y merengosas, amorraditos siempre al disco rayado de la Santa Transición, y al Reverendísimo «Marco-Constitucional-Que-Los-Españoles-Nos-Hemos-Dado». Pero la visión de Arraiz se hará realidad, impepinablemente; y hasta puede que el hijo de alguno de los demócratas chorlitos escriba, cual Plutarco redivivo, las vidas paralelas de Otegi y Madiva. Las imágenes de la «manifestación en defensa de los derechos humanos» que abarrotaba las calles de Bilbao no nos dejan resquicios a la duda.
 
Hay una frase tremenda de Donoso Cortés, de una clarividencia atroz y una profundidad insondable y misteriosa, que reza así: «El principio electivo es de suyo cosa tan corruptora que todas las sociedades civiles, así antiguas como modernas, en que ha prevalecido han muerto gangrenadas». Por «principio electivo» debemos entender la democracia convertida en religión meningítica (no la democracia como forma de participación del pueblo en el gobierno, tal como la concibieron los clásicos), infatuada de su omnímodo poder, que ha consagrado el «consenso» como único bien al que puede aspirar una sociedad por completo desvinculada, empachada de libertades que no han hecho sino estragar los lazos morales e históricos que antaño la ligaban y diarreica de derechos que también se establecen por consenso (por mucho que los tontos útiles se empeñen grotescamente en que son una plasmación de la ley natural).
 
Esta democracia entendida como religión meningítica, engreída de sí misma, que no acepta realidades históricas, políticas o sociales anteriores a sí misma –ni patrias ni fronteras–, que no persigue otra cosa sino el consenso es, por su propia naturaleza, semoviente; y su movimiento es, por su propia naturaleza, progresivamente acelerado; y su apetito, voraz. De ahí que no pueda concebir, por ejemplo, los derechos humanos como un sistema cerrado de principios absolutos; de ahí que no pueda tampoco dejarse coagular en un consenso estático, establecido en ese remoto «Marco-Constitucional-Que-Los-Españoles-Nos-Hemos-Dado». Para prolongar su existencia, esta religión semoviente necesita incorporar neófitos a su consenso, y abrazarlos amorosamente, como a hijos pródigos nutridos a sus pechos. Esto es lo que ahora está ocurriendo con los etarras: a fin de cuentas, la religión democrática siempre dijo que las ideas que defendían los etarras eran perfectamente legítimas, siempre que no se empleasen métodos criminales; pues bien, ahora los etarras se han vuelto modositos y reclaman lógicamente –con lógica perversa, pero perfectamente democrática– que se reconozca su «derecho humano» a segregarse de España y a aclamar como héroes a sus gudaris.
 
Donoso Cortés tenía más razón que un santo. Y Hasier Arraiz también. Veremos, mientras España muere gangrenada por esta religión meningítica, a Otegi como lendakari de una Euskal Herria libre e independiente. Y los hijos de los demócratas chorlitos que hoy se rasgan las vestiduras lloriquearán emocionados.
 

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