Mónica de Oriol sin maquillaje |
Si las bestialidades que Mónica de Oriol, presidenta del
Círculo de Empresarios, ha evacuado de los trabajadores las hubiese
proferido de las mujeres o los homosexuales, a estas horas ya habría
sido despojada de su cargo y denunciada ante los tribunales (donde se
demuestra que ciertas ideologías progresistas son un subterfugio para
distraer la atención de la injusticia social). La señora Oriol nos ha
dicho que a los trabajadores «hay que hacerlos más baratos para que sean
más atractivos»; y se ha quejado de la existencia de «un salario mínimo
que te obliga a pagarles aunque no valgan pa
nada» (no haremos bromas sobre una dicción tan desenvuelta). Añadiendo
colorido a su discurso, la señora Oriol ha reclamado una «segunda
reforma» que haga del mercado laboral unas suculentas «rebajas». Y, para
justificar la supresión del salario mínimo, se ha agarrado al muy
socorrido recurso del trabajador que ha abandonado los estudios a edad
temprana, sin obtener ninguna titulación. Naturalmente, la señora Oriol
quiere libertad para pagar misérrimamente a cualquier hijo de vecino,
pero utiliza a estos trabajadores sin titulación como chivo expiatorio,
para captar la benevolencia de los tontos útiles que se creen parte de
la Generación Mejor Preparada de la Historia. Y, en fin, la señora Oriol
se ha permitido caricaturizar a estos trabajadores sin titulación,
pintándolos como los «reyes del mambo» de las noches de los viernes y de
los sábados.
Pero estos trabajadores no son reyes, sino víctimas del
mambo. Y el mambo que les han dado a estos jóvenes consiste en
convertirlos en una masa amorfa ¡ciudadanía! sin propiedad, sin hogar,
sin trabajo constante ni oficio fijo. Jóvenes desvinculados,
desarraigados, sin amores fuertes ni lealtades firmes, sin fe ni moral,
sin protección alguna de aquellas organizaciones familiares y
corporativas que antaño tutelaban su acceso al trabajo y garantizaban su
aprendizaje, jóvenes arrojados como un vómito, como una deyección a
trabajos eventuales que nunca han aprendido y nunca podrán amar, porque
sólo se ama aquello que se conoce. Pero así los quiere el «Estado
servil»: convertidos en mercancía que presta su fuerza bruta hasta
agotarse, a cambio de un sueldo que los haga sentirse «reyes del mambo»
las noches de los viernes y los sábados, para después arrojarlos al cubo
de la basura, una vez calcinada su juventud (o cuando ya «no valgan pa nada», que diría la señora Oriol).
Mónica de Oriol con maquillaje |
A la señora Oriol le importan la producción y el
beneficio. Y a producir y ganar mucho debe sacrificarse todo, empezando
¡por supuesto! por los salarios, que ya no deben aspirar a cubrir el
sustento del trabajador y de su familia, sino a satisfacer las
apetencias del contratador, como las bragas de baratillo ¡tres por
una! satisfacen las apetencias de las señoras que se las disputan en el
cajón de los saldos. Esta economía sin moralidad fue la que constituyó
la clase proletaria; y sólo trajo amén de dinero sangriento para unos
pocos odio y revancha al mundo. Ahora que al trabajador ya ni siquiera
se le permite que tenga prole (¡pero a cambio puede ser el «rey del
mambo» las noches de los viernes y los sábados, oiga!), la señora Oriol
quiere abaratarlo «para que sea más atractivo»; pero así sólo se logra
que el trabajador odie más, y que tenga más ansias de revancha, como ya
estamos viendo. La señora Oriol, sin embargo, no alcanza a verlo, con la
miopía característica del codicioso; o tal vez la pille demasiado
lejos, de tal modo que cuando la catarata de odio y revancha por fin se
desate como un vómito, como una deyección seamos otros quienes la
suframos, sin comerlo ni beberlo. Con razón nos advertía Chesterton que
el capitalismo es «una conspiración de cobardes».
Autor: Juan Manuel de Prada
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