Acongoja el alma el degüello de esos reporteros por los perros yihadistas. Pero
no debemos olvidar que esos reporteros fueron capturados en Siria, donde
informaban sobre la guerra que esos mismos perros yihadistas libraban
(y libran) contra Al Assad, uno de los pocos gobernantes de Oriente
Próximo que protege a los cristianos. Por escribir que quienes combatían
a Al Assad eran, en realidad, perros yihadistas que anhelaban la
restauración de la «umma», o por celebrar la venturosa intervención de
Rusia que impidió que Estados Unidos y su séquito de lacayos
intervinieran sin careta en el conflicto, he sido machaconamente
insultado durante los últimos años por cierto periodismo chulángano y
bocón, de forma velada o elusiva desde sus tribunas de papel, y de forma
desaforada o salvaje desde su cochiquera de Twitter, donde cada insulto
era además celebrado, amplificado y extendido a mis allegados por su
legión de jenízaros.
No corresponderé a este vómito de insultos velados o
salvajes, que he olvidado; pues, como buen meapilas, procuro obedecer el
mandato evangélico del amor al enemigo. Recuerdo, en cambio, que este
periodismo ha estado llamando hasta ayer mismo «rebeldes» e
«insurgentes» a los perros yihadistas que secuestraban periodistas para
luego poderlos degollar. También recuerdo que este mismo periodismo,
allá por la primavera de 2011, mientras celebraba orgiásticamente que
Gadafi estuviese perdiendo el control de Libia, se pronunciaba con ardor
a favor de los «rebeldes» que combatían en Siria, diciendo: «Muchos en
Occidente tienen dudas sobre los rebeldes en estos levantamientos. Yo
creo que, en una guerra así, debería estar claro con quién estar». Este
periodismo, desde luego, lo ha tenido clarísimo: recuerdo que en el
verano de 2012, celebraba, como enardecido por una lujuria belicista,
que frente a la «estrategia del horror» de Al Assad estuviesen allí los
«insurgentes» dispuestos a hacerla fracasar «con la sangre de los
soldados del régimen». Y en el verano de 2013, cuando ya estos
«insurgentes» tan heroicos divulgaban vídeos en los que se comían el
corazón de sus enemigos, recuerdo que todavía este periodismo lamentaba
que hubiese gente (influida, desde luego, por meapilas) que creyese que
«los enemigos de Al Assad son peores que el régimen» y que «la
insurrección está controlada por Al Qaeda u otros yihadistas».
También recuerdo que, en septiembre de 2013, después de
la intervención venturosa de Rusia, este periodismo tildaba a Obama de
«pésimo defensor de una causa justa» y exhortaba: «Se trata de atacar a
Al Assad para dejar constancia de que quien viola las reglas lo paga. Lamentable es la falta de músculo político y moral en Occidente para
defender lo obvio». Todo, en efecto, muy obvio y musculoso, según la
consigna jaque de este tipo de periodismo que, todavía en junio de 2014,
ante el espectáculo de los yihadistas martirizando cristianos, recuerdo
que tenía el cuajo de escribir que tal horror no se habría desatado si
Occidente hubiese apoyado a las «fuerzas complicadas y heterogéneas»
(nótese la sustitución de «rebeldes» o «insurgentes» por este divertido
circunloquio) que guerreaban contra Al Assad. Y remataba la faena
pintorescamente: «Ahora Siria anuncia su venganza y nos visita y
amenaza».
¿De qué Siria está hablando este periodismo, santo cielo?
No es Siria, Estado que protege a las minorías cristianas, quien nos
amenaza, sino los perros yihadistas a quienes este periodismo tan guay y
molón ha estado apoyando en su lucha contra Siria, a la vez que
insultaba chulescamente a quienes osaban llevarle la contraria. Menos
mal que algunos meapilas tenemos algo de memoria.
Autor: Juan Manuel de Prada
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