Pocos minutos después de ser elegido secretario
general de Podemos, Pablo Iglesias advirtió, refiriéndose a sus
adversarios políticos:
-Van a agitar el miedo,
van a decir que viene el lobo, van a decir que será terrible que exista
un gobierno de Podemos. Permítanme que les dé un consejo: agitar el
miedo es una mala estrategia.
Nadie podrá decir que
Iglesias es un marrullero que trata de obtener ventaja de sus rivales
mediante estrategias secretistas, o empleando malas artes; por el
contrario, en esas palabras que acabamos de reproducir designa el
instrumento más eficaz (junto a los incesantes casos de corrupción que
enfangan y gangrenan a las oligarquías que hasta hoy han cortado y
repartido el bacalao) para conseguir que Podemos alcance el
poder político. Nunca hasta hoy (que yo recuerde) a una alternativa
política le había resultado tan barato darse a conocer al pueblo
español; nunca hasta hoy la campaña publicitaria de una formación al
alza había sido sufragada por sus rivales de modo tan aplicado; y nunca
hasta hoy un líder político se había sincerado de modo tan leal y sin
ambages ante sus rivales, convertidos en propagandistas y
patrocinadores.
Tengo varios amigos que, después de
tragarse veinte o treinta de esas tertulietas cerriles en las que,
siguiendo el 'argumentario' (o sea, la falta de argumentos) de Génova o
Ferraz, se trata de instilar el miedo entre sus respectivas parroquias
ante un hipotético ascenso de Podemos, se han confrontado con el dilema
de cortarse las venas o adherirse a esa facción política. Y, tal vez
porque son un poco medrosos (o tal vez porque, hartos de soportar esa
agitación burda y frenética del miedo, se regocijan de poder chinchar a
sus promotores), han preferido la segunda opción. Las
tertulietas, en efecto, se han convertido en una fábrica estajanovista
de votantes de Podemos; y si yo fuese Pablo Iglesias y alcanzase el
poder, de inmediato dispondría (¡por decreto, nada de trámites
parlamentarios!) que los tertulianos más destacados en la propaganda del
miedo sean premiados con un sueldo vitalicio, que extendería a sus
descendientes al menos hasta la segunda o tercera generación.
Porque,
en verdad, es lastimoso que esos tertulianos, en su afán despepitado
por extender el miedo, tengan el cuajo de anunciarnos que algunas de las
medidas sociales y económicas que Podemos ha esbozado son inviables,
después de que las oligarquías políticas que hasta hoy han cortado y
repartido el bacalao hayan creado unas estructuras hipertróficas que han
abastecido durante cuarenta años a sus legiones de enchufados,
dotándolos además de coche oficial, teléfono móvil y tarjeta de crédito
opaca para pagarse sus canitas al aire. Puestos a provocar
calamidades e infligir daños, los mozos de Podemos lo tendrán, en
verdad, muy difícil, porque sus predecesores ya se encargaron de ello; y
vive Dios que lo han hecho con denuedo.
Podemos, por
ejemplo, no podrá enviar a una cuarta de la población activa al paro, ni
pulirse instituciones de iniciativa social tan valiosas como las cajas
de ahorro, ni convertir nuestro sistema educativo en una nueva Jauja de
la ignorancia. Podemos tampoco podrá fomentar la creación de unas (con
perdón) élites partitocráticas seleccionadas entre mediocres y lacayos
del líder de turno, ni convertir al Estado español en un lacayo de los
mercados financieros transnacionales, ni entregar su soberanía a los
burócratas de Bruselas mediante una reforma de la Constitución
flagrantemente anticonstitucional. Podemos, desde luego, no
podrá avivar más el separatismo, ni adelgazar más las garantías
laborales, ni aumentar más los impuestos, ni asfixiar la iniciativa
empresarial y el ahorro, ni favorecer la evasión fiscal y la apertura de
cuentas andorranas y suizas. Podemos ni siquiera podrá ofender
demasiado a los católicos desestructurando familias, introduciendo la
ideología de género en las escuelas, fomentando la inmoralidad en los
medios de masas o impulsando el aborto libre; tal vez pueda convertir a
los católicos en mártires, pero sospecho que, llegado a este punto, no
tendrá muchos dispuestos al martirio (y, desde luego, ninguno de los que
ahora los atemorizan).
Quienes agitan el miedo afirmando
que Podemos nos traerá todas las calamidades que otros nos trajeron
antes solo demuestran estar al servicio de quienes las trajeron; pero
Pablo Iglesias, si algún día se amorra a la teta del poder, no debe
escatimar recursos en premiar a estos nefastos estrategas, en realidad
propagandistas (¿involuntarios?) de su causa.
Autor: Juan Manuel de Prada
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