Dicen que los
sindicatos cuestan cientos de millones de euros al contribuyente. ¡Pero
bien baratos que le salen al sistema! Pues, sin duda, se tratan de una
de las eficaces palancas de la demogresca, como acaba de comprobarse
-una vez más-en la reciente «huelga general», que de general ha tenido
lo mismo que un sargento chusquero. Razones para ir a la huelga tienen
los trabajadores a porrillo; pero a una huelga convocada por los
sindicatos son infinidad los trabajadores que no están dispuestos a
sumarse. Y es natural que así sea. ¿Por qué un trabajador que no profese
querencias republicanas ha de sumarse a una manifestación en la que se
portan banderas republicanas? ¿Por qué un trabajador que descrea del
marxismo y de todo su séquito de sucedáneos terminales ha de sentirse
representado por organizaciones que se identifican con tales postulados?
Los sindicatos españoles actúan como un poderoso disolvente de los
intereses colectivos de los trabajadores; y el sistema, que lo sabe, los
premia opíparamente. Pues sabe bien que, mientras la representación de
los trabajadores la ostenten (o detenten, más bien) sindicatos al
servicio de consignas ideológicas, habrá muchos trabajadores que no se
sientan concernidos por sus llamamientos. Y esta tendencia no hará sino
agudizarse en el futuro; lo que al sistema le servirá para amparar
nuevos desmanes, en su destrucción sistemática de las clases medias y su
designio de demogresca. Una jugada maestra.
Vienen años sombríos, en el que el sostenimiento
de un orden económico injusto se fundará en la creciente desprotección
del trabajador. Y para ese futuro turbio hacen falta sindicatos nuevos.
Sindicatos de oficio y de ramo, liberados de toda sumisión ideológica,
que defiendan intereses comunes de los trabajadores, proporcionando los
medios más idóneos y convenientes para su fin, que no debe ser otro sino
la mejora de las condiciones laborales, y por extensión la defensa de
los bienes del cuerpo y del alma, como reclamaba León XIII en su
encíclica Rerum Novarum.
Sindicatos vitales, limpios de burocracias en perpetua expansión, que no
dependan de las aportaciones del presupuesto público, o que dependan en
la menor medida posible; y que representen a sus afiliados sin
interferencia de partidismos políticos. El día que estos sindicatos
existan y se hagan fuertes, desaparecerán los sindicatos que hoy no
hacen sino sembrar la división entre los trabajadores; y si logran
afianzarse y reclamar lo que en justicia se debe al trabajador, se podrá
incluso aspirar a formar asociaciones mixtas de trabajadores y
empresarios. Pues nos encaminamos hacia una nueva era en la que los
intereses de trabajadores laboriosos y empresarios honestos serán los
mismos, frente a la rapacidad institucionalizada del imperialismo
internacional del dinero.
Los sindicatos que hoy padecemos, empachados de
consignas ideológicas y aferrados al mantenimiento de sus estructuras,
no han servido sino para atomizar y enviscar el movimiento obrero. Han
empleado sus energías en asuntos incongruentes con su naturaleza
(recordemos, por ejemplo, a los líderes de la UGT presentándose como
acusación en la causa garzonita contra el franquismo), a la vez que han
demostrado su inoperancia en aquellas cuestiones que en verdad afectan a
la justicia social y a la dignidad del trabajador. A nadie benefician
más que al sistema; y a nadie le compensa más que al sistema
mantenerlos. Así, al menos, se asegura que toda huelga que convoquen sea
un fracaso; y que los españoles laboriosos sigan entretenidos en una
estéril y paralizante demogresca.
Autor: Juan Manuel de Prada
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