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Francisco |
En
mi Buenos Aires querido, que no he vuelto a visitar en los últimos
años, dejé buenos y leales amigos, algunos por cierto muy descreídos,
con los que he mantenido furibundas controversias literarias y
teológicas. Entre tales amigos porteños se cuentan algunos que
recibieron en su infancia y juventud una formación católica; pero hoy
viven apartados de la Iglesia, a veces desde un ateísmo confeso. A ellos
debo, curiosamente, el descubrimiento de Leonardo Castellani, el gran
escritor católico argentino, cuya lectura marcaría luego muy
profundamente mi vocación literaria y mi fe religiosa; en lo que vuelve a
probarse que Dios actúa en nuestras vidas de los modos más peregrinos e
insospechados.
A estos amigos porteños descreídos y apartados de
la Iglesia he acudido en demanda de impresiones sobre la elección del
papa Francisco; y les he pedido que me tracen un retrato del hombre que
durante años gobernó la archidiócesis de Buenos Aires. Algunas de sus
impresiones me han parecido muy dilucidadoras, porque procediendo de
personas que contemplan la figura del nuevo pontífice con desapego
irónico no son sospechosas de la consabida «papolatría» que a veces se
impone en los medios católicos. Uno de ellos me dice, por ejemplo, que
Bergoglio «está más loco que una cabra», apreciación que a simple vista
puede parecer injuriosa; pero cuando le solicito que me aclare el
sentido de la expresión, me escribe: «Bergoglio va a patear el tablero.
Aunque es moderado y prudente, no es políticamente correcto. Que nadie
espere que vaya a ser genuflexo con los poderes de este mundo. No va a
ser un Papa acomodado a los círculos de poder. Me alegra su elección,
más que nada por la patada en las pelotas que significa para los
intereses creados y los vivos y los chupamedias de siempre».
A otro amigo le pregunto por las acusaciones de
tibieza o complacencia con la dictadura militar argentina que se han
lanzado contra Bergoglio. Me responde de forma expeditiva: «Esas
imputaciones de ser cómplice o colaborador o siquiera espectador pasivo
son una bajeza que sólo se puede concebir en política. Bergoglio durante
la dictadura tuvo una actitud valiente y comprometida y salvó muchas
vidas; lo que ocurre es que después no se jactó de haberlo hecho. Esas
imputaciones fueron puestas en circulación por los servicios de
inteligencia kirchneristas (estos sí, los mismos que actuaban durante la dictadura), que llegaron incluso a difundir fotos trucadas».
«¿Conservador o progresista?», le inquiero a un
tercer amigo, aceptando las etiquetas que los medios de comunicación
expiden para calificar a los papas. «Déjate de macanas. Bergoglio es de
una ortodoxia implacable en cuestiones de doctrina. Tuve que soportar
sus berrinches cuando el matrimonio igualitario. Como sabrás, no se
puede ser muy ni poco ortodoxo. La ortodoxia es una, las heterodoxias
infinitas. Bergoglio es ortodoxo. Además, es extremadamente de base en
lo social, tiene un compromiso real y tangible con los pobres y
excluidos».
Un Papa que «va a patear el tablero», que no va a
ponerse de rodillas ante los poderes del mundo, que ha sufrido
imputaciones calumniosas, que profesa una «ortodoxia implacable» y un
compromiso «real y tangible» con los pobres. Ciertamente, en las
impresiones de mis descreídos amigos porteños puede interferir un
inevitable orgullo nacional; pero sus palabras me han llenado de
alegría. La misma alegría que me procuraron descubriéndome a Leonardo
Castellani. A veces, uno obtiene de sus amigos ateos los más altos
consuelos espirituales.
Autor: Juan Manuel de Prada
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