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Sacrificios de inocentes a Moloch |
El «rescate»
chipriota nos vuelve a confirmar que la idolatría plutónica está
dispuesta a cualquier cosa. Como aquellos sacerdotes de Baal y Moloch,
que no vacilaban en llevar ante el altar de los sacrificios a multitud
de inocentes, fingiendo que así se aplacaría la cólera de aquellos
dioses bárbaros, los sacerdotes de la idolatría plutónica no vacilan en
saquear la economía real, fingiendo que así paliarán una crisis
provocada por la hipertrofia de los mercados financieros y el
endeudamiento mastodóntico de los Estados. Resulta en verdad
aleccionador comprobar cómo todas las idolatrías que en el mundo han
sido concluyen de la misma manera: cuando los falsos dioses que las
sustentaban se muestran inoperantes, sus sacerdotes, en lugar de cerrar
el chiringuito, se obstinan en ofrecerles víctimas propiciatorias. La
idolatría plutónica no quiere reconocer que la deuda acumulada por los
Estados es simplemente im-pa-ga-ble, por la sencilla razón de que sus
cifras computan un dinero que nunca existió, meras anotaciones
contables, una «niebla de las finanzas» multiplicada piramidalmente. Y,
para reparar el desaguisado, a la idolatría plutónica no se le ocurre
otra solución sino detraer recursos de la economía real: es como si un
arquitecto demente, después de erigir una nueva torre de Babel, viendo
que amenaza derrumbe, se dedicase a excavar sus cimientos.
En este desquiciado intento de salvar lo que es
insalvable, los sacerdotes de la idolatría plutónica empezaron por
adelgazar los salarios y aumentar los impuestos; ahora, en Chipre, se
lanzan a la confiscación de los ahorros. Para que tal despojo resulte
menos monstruoso, ponen en marcha la maquinaria de la propaganda
oficial, presentando Chipre como una suerte de paraíso de la opacidad
bancaria, donde las mafias del Este blanqueaban ingentes cantidades de
dinero negro. Pero si Chipre es un nido de latrocinios y enjuagues
financieros es porque a los sacerdotes de la idolatría plutónica así les
convino que fuese. Que ahora los mismos que ampararon esos latrocinios
se erijan en sus sanadores se nos antoja, en verdad, desquiciante, tan
desquiciante como todo lo que viene ocurriendo desde que se declarara la
crisis que nos fustiga. Primeramente se permiten prácticas financieras
delictivas y se protegen con leyes que garanticen la impunidad de
quienes las perpetran; posteriormente, cuando tales prácticas revelan su
carácter criminal, los mismos que las permitieron (que, a poco que
rasquemos, comprobaríamos que fueron también quienes las perpetraron, o
quienes se beneficiaron de que se perpetrasen) se aprestan a
combatirlas
mediante la confiscación de los ahorros.
La propaganda oficial se esfuerza por presentar
la quita chipriota como una medida excepcional que no se extenderá a
otros países. Es exactamente el mismo procedimiento que en su día se
empleó cuando las autoridades europeas exigieron al Estado griego que
sometiera a sus súbditos a exacciones forzosas; poco a poco, tales
exacciones se han ido reproduciendo en otros lugares, aunque haya
variado el modus operandi: ahora
ya ni siquiera hace falta que las exigencias europeas sean taxativas,
bastan «recomendaciones» que los Estados otrora soberanos acatan sin
rechistar. La quita chipriota es tan sólo una «experiencia piloto» que
los Estados más endeudados no tardarán en replicar. En España nos dicen
que nuestra deuda está controlada y que ya «hemos hecho los deberes»;
cantinela que, inevitablemente, nos recuerda aquellas eufóricas
proclamas de hace unos años, sobre el magnífica situación de nuestros
bancos.
Autor: Juan Manuel de Prada
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