Rubalcaba vuelve a amenazar con la revisión o ruptura de los acuerdos con el
Vaticano (aunque él, en un enternecedor homenaje al niño que fue,
campeón de catecismo en la escuela de Solares y, posteriormente,
modélico alumno pilarista en Madrid, dice siempre «Santa Sede»). Es la
tercera vez que profiere la misma amenaza, si no nos fallan las cuentas;
y en esta ocasión lo hace después de que el Consejo de Ministros
aprobara la ley Wert, en la que la asignatura de Religión al igual que
su alternativa «laica» vuelve a considerarse evaluable. Esto a
Rubalcaba le parece un atropello inadmisible; lo que, desde luego, tiene
su coña, viniendo de un campeón de catecismo. Y, teniendo en cuenta que
la nota de Religión (o de su alternativa «laica») siempre mejoraba el
expediente académico de los alumnos, incorporando unas decimillas
providenciales para la obtención de becas, hemos de convenir que
Rubalcaba (a quien, por cierto, la nota de Religión también le mejoró el
expediente) prefiere perjudicar a los alumnos antes que renunciar a su
pose de comecuras, que ya es la única pose que puede vender a su
menguante parroquia.
Rubalcaba apostilló su amenaza advirtiendo que
nadie se la tomase a broma. La apostilla debe interpretarse como un acto
fallido o lapsus freudiano, pues desde luego nadie puede juzgar que una
amenaza que se repite hasta tres veces sea una broma; sin embargo, la
amenaza incorpora dos ingredientes humorísticos que al propio Rubalcaba
no le habrán pasado inadvertidos. El primero de ellos resulta evidente, y
su humorismo es de índole patética: quien profiere la amenaza no está
en condiciones de cumplirla, pues cuando su partido vuelva a gobernar
parece improbable que sea Rubalcaba quien lo dirija; y hasta podría
asegurarse que, mientras sea Rubalcaba quien lo dirija, su partido no
volverá a gobernar (de tal modo que su mantenimiento al frente del
partido se convierte en la mejor garantía de que su amenaza no pueda
cumplirse). El segundo ingrediente humorístico de la amenaza es de
naturaleza hiperbólica, pues a nadie se le escapa que justificar la
denuncia de un tratado internacional en que la asignatura de Religión
sea o no puntuable es un desafuero bastante pintoresco. Aquí vuelve a
demostrarse que un político en posición de extrema fragilidad, temeroso
de que sus conmilitones le peguen una patada en el culete en cuanto se
descuide, es capaz de los desafueros más pintorescos. Pero Rubalcaba ha
descubierto que, amenazando con denunciar los acuerdos con el Vaticano
(o con la Santa Sede, como diría un modélico pilarista), logra enardecer
a su menguante parroquia y tomar un poco de aliento en su desfallecido
afán por aferrarse al puesto. Que la razón que justifica la amenaza sea
desproporcionada, traspillada, nimia o absurda es lo de menos; porque de
lo que se trata es de atizar el fuego de la demagogia. Rubalcaba ha
descubierto que, repitiendo a modo de ensalmo esta amenaza, puede
aguantar un poco más en la poltrona; y cualquier día de estos lo oiremos
bramar:
¡Si suben los precios del petróleo, revisaré los acuerdos con la Santa Sede!
O bien:
¡Si Florentino no despide a Mourinho, revisaré los acuerdos con la Santa Sede!
Yo, si fuera adversario político de Rubalcaba, amenazaría:
¡Si la Iglesia no revoca el título de campeón de
catecismo que Rubalcaba obtuvo en Solares, revisaré los acuerdos con el
Vaticano!
Ni siquiera diría Santa Sede. Pero es que yo no
estudié en el colegio del Pilar, ni la asignatura de Religión me subió
la nota del expediente, como a Rubalcaba.
Autor: Juan Manuel de Prada
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