sábado, 9 de marzo de 2013

Cuotas

En torno al llamado Día Internacional de la Mujer (las mayúsculas que no falten) se propagan especies de intención propagandística que hemos llegado a aceptar como dogmas de fe. Una de las especies más socorridas consiste en afirmar que las mujeres, realizando el mismo trabajo, ganan mucho menos dinero que los hombres. Ignoro desde qué instituciones o chiringuitos se profieren tales afirmaciones, pero resulta en verdad chocante que tales instituciones o chiringuitos no empleen sus esfuerzos en denunciar ante los tribunales o ante la inspección de trabajo casos concretos en los que tal abuso se perpetre, para que se actúe contra las empresas que lo amparan. Es verdad que el deterioro sufrido por la legislación laboral en las últimas décadas permite la contratación en condiciones casi esclavistas; pero todavía no conozco una ley promulgada en las últimas décadas que permita que hombres y mujeres cobren cantidades distintas en condiciones idénticas de rango, dedicación, antigüedad, etcétera.

Este año se ha vuelto a hablar también de las celebérrimas cuotas femeninas, que Cospedal juzga «muy ofensivas» y «machistas» (aunque, extrañamente, no propone su erradicación, tal vez porque entonces tendría que poner sus barbas a remojar). En realidad, las cuotas femeninas no es que sean ofensivas o machistas; es que son una coartada que disfraza la consideración de las mujeres como seres inferiores, cuya falta de méritos y aptitudes debe ser paliada caritativamente. La experiencia nos demuestra, sin embargo, que las mujeres desempeñan con igual o mayor competencia que los hombres muchas profesiones y oficios. Esas mujeres no necesitan de cuotas para su promoción laboral, pues todavía no conozco a ningún empresario tan demente que desdeñe a un trabajador competente, para quedarse con uno inepto. En cambio, las cuotas son un instrumento formidable para favorecer la promoción de mujeres incompetentes en organismos endogámicos; así, por ejemplo, en los partidos políticos.

Para justificar la imposición de cuotas femeninas siempre se alega que los consejos de administración de las empresas están mayoritariamente ocupados por varones. Si nuestro raciocinio no estuviese ofuscado por los apriorismos ideológicos, deduciríamos que tal vez a las mujeres no les guste demasiado alcanzar los consejos de administración de las empresas (en lo que, en verdad, muestran una finísima inteligencia). Supongamos, sin embargo, que las mujeres están deseosas de alcanzar tales puestos, pero que existe una confabulación demente que lo impide; digo demente porque me cuesta imaginar a los propietarios o accionistas de una empresa que prefieran encomendar la administración de su negocio a hombres ineptos, antes que a mujeres competentes. Si tales empresarios y accionistas dementes existiesen, en el pecado llevarían la penitencia, pues sus empresas, en manos de esos administradores ineptos, no tardarían en hundirse; pero se trataría de casos, en verdad, patológicos. Los empresarios se caracterizan por desear lo mejor para sus empresas; y aun suponiendo que razones de amistad, o delicados equilibrios empresariales, puedan empañar de vez en cuando su juicio, a la postre los balances cantan. Y no conozco a ninguno que se empecine en mantener en puestos de responsabilidad a ineptos recalcitrantes que los conducen a la quiebra, por el mero hecho de que sean hombres.

Pero se nos obliga a aceptar que los empresarios o accionistas dementes abundan; y que son muchos los que prefieren condenar su negocio antes que renegar de su inveterado machismo. ¡Qué país, Miquelarena!

Autor: Juan Manuel de Prada

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