domingo, 5 de mayo de 2013

Hacia un nuevo Frente Popular

Todas las prospecciones demoscópicas revelan que los dos grandes partidos hacen aguas por doquier. Al partido gobernante lo erosionan los escándalos de corrupción, y más aún el incumplimiento de sus promesas electorales para afrontar la crisis económica (empezando por una bajada de los impuestos), que sucumben nonatas ante los mandatos de organismos supranacionales, empeñados en exigir exactamente lo contrario. Tal vez esta decepción de sus votantes podría haberse mitigado si el partido gobernante, fuera del ámbito económico donde se le ha asignado una misión lacayuna de los intereses supranacionales, hubiese probado a hacer una política distintiva, pero ha preferido (por miedo, complejo o incapacidad) centrarse en la resolución acaso imposible de la crisis; y, allá donde ha intentado tímidamente cambiar las cosas (en el ámbito educativo, por ejemplo), se ha tropezado con una oposición intimidatoria que incluye huelgas, agitación callejera y lo que te rondaré morena. Que tal oposición a cara de perro se habría de producir era cosa cantada, para cualquiera que conozca los mecanismos del agitprop izquierdista; pero al partido gobernante le han faltado la audacia y la energía necesarias para llevar a cabo sus reformas. Y las pocas que ha hecho (en el ámbito laboral, por ejemplo), amén de revelarse infructuosas, denotan una falta de sensibilidad social suicida, muy propia de la derecha pagana.

Pero hete aquí que, mientras el partido gobernante pierde votos a chorros, el partido socialista en la oposición padece idénticos males. Seguramente sus querellas intestinas contribuyen a ello; pero sobre todo lo castiga su condición de partido amortizado, invencible mientras su rostro visible sea el careto de Rubalcaba (aunque, al paso que va la burra, podría darse el prodigio en verdad pasmoso de que la incompetencia del partido gobernante lograra rehabilitar a Rubalcaba, tarea más ímproba que la resurrección de Lázaro). En cualquier caso, el votante de izquierdas guarda una memoria demasiado fresca de las inepcias de Zapatero, que fuera de las delicuescencias propias del personaje no hizo en materia económica sino lo que ahora está haciendo Rajoy: obedecer los mandatos de los organismos supranacionales (si bien debemos conceder que, al menos, Zapatero ponía cara de virgen ofendida), empezando por la «flexibilización del mercado laboral» y siguiendo por el rescate de la banca. En la percepción de un sector cada vez más amplio de los votantes de izquierda, el Partido Socialista no es más que un negociado del sistema (como, por lo demás, ocurre en la percepción de un sector cada vez más amplio de los votantes de derecha con el partido gobernante), encargado de apacentar y conducir al redil a su electorado (y el redil lo ha diseñado la plutocracia internacional). De ahí que el Partido Socialista exagere sus aspavientos de comecuras; y hasta que tenga el cuajo de rasgarse las vestiduras ante realidades tan dolorosas como los desahucios, que amparó mientras gobernó.

Pero, mientras la erosión del partido gobernante empuja a sus votantes a una suerte de limbo electoral, por falta de alternativas en la derecha, la erosión del partido socialista está alimentando la formación de un nuevo Frente Popular. Por un lado, engorda las adhesiones a Izquierda Unida; por otro, provoca un deslizamiento del Partido Socialista hacia posiciones más extremosas, que hoy sólo son aspavientos de farsante desposeído de su provisión de votos, pero que mañana serán el único modo de apaciguar al monstruo. La unión de las izquierdas se dibuja en el horizonte más próximo como un hecho inevitable; y es un horizonte con visos de tragedia.

Autor: Juan Manuel de Prada

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