Wert pensando en las becas |
Escucho a una rectora universitaria
afirmar que el sistema de becas debe garantizar la igualdad de
oportunidades, de tal modo que «quien quiera estudiar, pueda». En la
afirmación hay implícita una llamativa malversación del principio de
igualdad que, a simple vista, puede pasar inadvertida; y que es
inevitable consecuencia del clima mental de nuestra época, que ha hecho
de la exaltación del deseo personal un expediente automático para la
vindicación de derechos. Todo ordenamiento jurídico digno de tal nombre
tiene que estar orientado hacia la consecución del bien común, no a la
satisfacción de deseos personales de dudoso fundamento. Y esta búsqueda
del bien común debe inspirar muy celosamente cualquier sistema de
adjudicación de becas: un joven al que la comunidad sufraga sus estudios
universitarios debe antes demostrar sus dotes para el estudio;
concederle una beca simplemente porque «quiere» estudiar es un dislate,
porque las becas no están para atender voliciones, sino para asegurar
que la valía y el mérito no sean pisoteados.
El ministro Wert ha extremado las exigencias para la
obtención de becas en los estudios superiores; medida que nos parece muy
acertada y acorde con un sentido elemental de la justicia: a los
poderes públicos corresponde el deber de garantizar una instrucción
primaria gratuita y universal, para la mejor consecución del bien común;
pero fomentar que «quien quiera, pueda» acceder a unos estudios
superiores gratuitos no sólo no parece ordenado al bien común, sino más
bien lo contrario. Los rectores universitarios protestan contra las
exigencias de Wert envolviéndose en la bandera de la «igualdad», pero a
nadie se le escapa que defienden intereses gremiales: cuanto más se
extreme la exigencia para la obtención de becas, menos jóvenes cursarán
estudios superiores; lo que redundará en beneficio de tales estudios,
que ya no serán viveros dedicados al cultivo y halago de deseos
personales
con el consiguiente cierre de muchas universidades creadas
al socaire de esa exaltación del deseo personal disfrazada de «igualdad
de oportunidades».
Todo lo que sea extremar las exigencias para el acceso a
los estudios universitarios nos parece saludabilísimo y benéfico. Pero
la medida impulsada por el ministro Wert adolece, sin embargo, de un
error fundamental: si se endurecen los requisitos para la obtención de
becas, también deberían endurecerse en igual proporción las condiciones
generales de acceso a los estudios universitarios, pues de lo contrario
se estaría favoreciendo que la mera disposición de recursos económicos
sea garantía para cursarlos; lo cual, en verdad, es odioso e injusto. La
única reforma que puede salvar nuestra Universidad es, precisamente,
que deje de ser receptáculo de anhelos personales y vuelva a ser morada
exigente del saber que acoja tan sólo a quienes se hayan probado en el
difícil camino del estudio; y que expulse sin contemplaciones de su seno
a quienes no lo hayan hecho. Pues el drama último y esencial de nuestra
Universidad es que no contempla ya al sabio, sino al «profesional»; y
así se ha degradado en un costoso aparato burocrático de fabricar
profesionales en serie que, con su título debajo del brazo, amueblan
luego las estadísticas del paro.
Pero una Universidad que becase no a quienes «quieran»
estudiar, sino a quienes hayan probado sus dotes para el estudio, y que
expulsase de su seno a quienes no las prueben, aunque puedan pagárselo,
sospecho que provocaría todavía más quejas entre los rectores. Al menos
así se probaría que defienden intereses gremiales.
Autor: Juan Manuel de Prada
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