Putin |
Finalmente, Rusia concedió asilo a Snowden, el tipo que
como en la fábula del rey desnudo osó decir lo que todos sabíamos que
estaba sucediendo, pero nadie se atrevía a declarar. Así, se pone fin
(provisional) a los padecimientos sufridos por este pobre hombre, que
tienen algo de parodia dantesca: mientras él ya sólo aspira a que lo
dejen vivir en paz en el limbo, el gobierno de su nación parece
dispuesto a hacer de su vida un infierno. Por supuesto, Snowden tiene
nuestras simpatías: no sabemos si es un mártir inconsciente, un pobre
diablo, un piernas o un felón, pero lo que ha revelado es la verdad. Tal
vez sea una verdad que pone en peligro «la seguridad del mundo», como
pomposamente afirman las autoridades americanas, pero la gente a la que
le gusta que la adormezcan con cuentos, a cambio de creerse segura, nos
revienta tanto como aquellos súbditos del rey desnudo que callaban
mientras su señor desfilaba en porreta.
Pero la intención de este artículo era resaltar la
actitud desafiante de Rusia, que no ha tenido empacho en contrariar a
las autoridades americanas. Durante algún tiempo, parecía que Putin no
se atrevería a tanto, pero finalmente lo ha hecho, consciente de que al
acoger a Snowden está abofeteando públicamente al «amigo» americano. A
simple vista, parece una machada más de Putin, a quien muchos tienen por
un bravucón infatuado, y otros, por un autócrata megalómano; y que a
ritmo acelerado se está convirtiendo en la «bicha» de Occidente, en la
bestia negra de la ideología liberal-progresista. Reconociendo que el
tipo tiene rasgos histriónicos pero de ese histrionismo hermético y
perfectamente impasible, y que le gusta demostrar a cada instante que
tiene la chorra más larga que los demás, hemos de confesar que Putin nos
cae bien. En su constante confrontación con Occidente con un Occidente
delicuescente, depravado, blanduloso, terminal hay algo a simple vista
provocativo (como de chulo profesional) que los «analistas
internacionales» podrán interpretar como movimientos que favorecen sus
intereses «geoestratégicos», o como un afán grotesco y populista por
reavivar las tensiones de la guerra fría; pero yo creo que en el desafío
constante que Putin lanza a Occidente hay algo más profundo y
misterioso, un designio histórico del que tal vez ni el propio Putin sea
consciente.
Snowden |
Por supuesto, en ese desafío no faltan los episodios
cómicos (recordemos la peregrina nacionalización del actor francés
Gérard Depardieu) que restan grandeza o añaden pintoresquismo a este
designio; pero sospecho que tales episodios no son sino «divertimentos»
que Putin se permite, para humillar más ostentosamente a ese Occidente
podrido que combate, a veces mediante «gestos» extraordinariamente
elocuentes (la condena a las asquerosas cantantes del grupo Pussy Riot,
que tanto ofendió a nuestros «paladines de los derechos»), a veces
mediante leyes abiertamente hostiles a los «paradigmas culturales» que
Occidente pretende convertir en religión universal prohibición de toda
forma de propaganda gay, limitaciones muy severas a la adopción de niños
rusos por parte de españoles y franceses, etcétera, a veces
manteniendo prendida una llama de cordura en un mundo invadido por las
tinieblas de la demencia, como ha hecho oponiéndose al apoyo occidental a
los rebeldes sirios. Es un combate desplegado en muchos y muy diversos
frentes el que Rusia ha planteado a un Occidente delicuescente y
suicida; y, en un orden más modesto, celebramos que Putin haya vuelto a
chinchar a la patulea que lleva a Occidente al barranco, concediendo
asilo a Snowden.
Autor: Juan Manuel de Prada
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