En el último video etarra aparece como motivo de fondo una lámina del Guernica
de Picasso, que es lo más cursi del mundo, más cursi todavía que
aquellos bajorrelieves de estaño con la Última Cena que nuestras abuelas
colgaban en el salón; sólo que, cuando nuestras abuelas colgaban
aquellos bajorrelieves, sabían al menos lo que estaban colgando. En
defensa de esta cursilería mayúscula de los etarras ¡pedazo de
cursilería con almorranas y sabañones a modo de cenefa! sólo podemos
alegar, recordando a Ortega, que lo cursi abriga; tanto, por lo menos,
como los pasamontañas.
¿Habría defendido Picasso las reivindicaciones etarras?
Su biógrafo Henry Gidel nos revela que no era nada partidario del
acercamiento de presos: cuando la Gestapo arrestó a su follamigo
de la juventud Max Jacob y lo envió al campo de concentración de Darcy,
Cocteau escribió un manifiesto reclamando su liberación y le solicitó a
Picasso que lo firmase; pero Picasso se negó, alegando que Max Jacob
era un ángel y le bastaba batir las alas para escapar de su encierro.
Sobre el significado del Guernica se han hecho muchas interpretaciones
rocambolescas, pero ninguna tan desquiciada como la de Jorge de Oteiza,
quien suponemos que en plena borrachera de anisete aseguró que el
Guernica representa la opresión de España sobre Euskadi, siendo el toro
el «animal totémico español» y el caballo (¡arrea constipado!) «el
animal totémico vasco, el Cristo de nuestra prehistoria». ¡Si al final
será que los etarras cuelgan el Guernica como quien cuelga un crucifijo,
por representar la Pasión de su Cristo prehistórico!
Lo cierto es que a Picasso el bombardeo de Guernica se la
sudaba muchísimo. José María Uzelai, director general de Bellas Artes
del Gobierno de Euzkadi y comisario vasco en la Exposición de París de
1937, nos revela que Picasso pintó el adefesio a instancias de Juan
Larrea, que le decía: «Tú, Pablo, siempre has tenido afición a los
toros. Imagínate, pues, un toro salido del chiquero y al que le han
puesto un montón de picas y banderillas de fuego, y que furioso y
ensangrentado consigue escapar de la plaza. Tumbando todo lo que
encuentra a su paso, penetra en una tienda de porcelana fina, que
destroza, dejándola hecha añicos. ¿Ves? Eso es lo que ocurre cuando hay
un bombardeo». Y esto es lo que vemos en el Guernica:
una faena taurina que se ha desmandado, con el caballo del picador
encabritado, el matador por los suelos, la cuadrilla al quite y el toro
embistiendo a una señora con su niño. Aunque hay elementos del adefesio
que, ni siquiera sabiendo esto, se comprenden. Lo mismo le ocurría a
Albert Lebrun, presidente de la República francesa, quien paseándose por
la Exposición con el lendakari José Antonio Aguirre, mostró su estupor,
al comprobar que una mujer del cuadro tenía seis dedos en una mano.
Dejemos que nos lo cuente Uzelai: «Picasso, que se hallaba a mi lado, al
oír el comentario, me pegó con el codo y me dijo: No son dedos.
Pues, ¿qué son?, le pregunté. Lo que usted y yo tenemos entre las
piernas, contestó. Y me lo dijo riéndose, igual que un chiquillo que ha
logrado hacer una trampa al maestro, porque, efectivamente, la figura
citada tiene seis dedos, que no representan sino dos órganos genitales
masculinos completos, buena expresión de lo que Picasso había querido
desahogar, que no era, naturalmente, el sentimiento de dolor que la
tragedia de Guernica le había causado, que nunca existió en él».
En cierta ocasión, preguntándole por su propensión a
zurrarle la badana a las mujeres, Picasso le confesó al periodista
Antonio D. Olano: «¡Es que a mí lo que me gusta es hacer cabronadas!».
Igualito, igualito que a los etarras.
Autor: Juan Manuel de Prada
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