Julio Camba
veía el Estado como la cosa más parecida del mundo a una central de
energía eléctrica: «El Estado coge toda la riqueza nacional, y mediante
un maravilloso sistema de tributos, la transforma en dinero, que
distribuye a domicilio por una tupida y complicada red administrativa:
una red de sueldos, dietas, gratificaciones, cesantías, gastos de
representación, extras, automóviles, pensiones, retiros, excedencias y
¡qué se yo todavía!». Bastaba enchufarse a esa tupida red para disfrutar
de un flujo perpetuo. Pero cuando Camba tuvo esta visión del Estado
como central eléctrica que abastece a una legión de enchufados aún no se
había descubierto la fisión nuclear.
Hoy el Estado es una central nuclear que ha
multiplicado el número de sus enchufados y también la complejidad de su
tupida red administrativa, mediante la incorporación de reactores
sucursales en cada región (perdón, autonomía). A los sueldos, dietas y
gratificaciones que Camba enumeraba ha añadido una prolija retahíla de
mamandurrias varias. Pero, como toda maquinaria dedicada al despilfarro
más desvergonzado, esta vasta central eléctrica necesita de vez en
cuando inventarse algún chivo expiatorio al que poder castigar por
haberse dejado encendida una lámpara de mesilla, de tal modo que pueda
posar ante la gente cretinizada como una organización regida por la más
rigurosa austeridad; para lo cual cuenta con una serie de centinelas o
inspectores hipocritones (siempre de progreso, pues como todo el mundo
sabe las gentes de progreso están investidas de una suerte de
superioridad moral que las distingue del resto de los mortales) que
eligen al chivo expiatorio y le sacan los colores escudriñando su recibo
de la luz, mientras ellos pueden dedicarse tranquilamente a seguir
chupando del flujo eléctrico, más próvido que la teta de la cabra
Amaltea. Este «puritanismo de los libertinos» es el que acaban de
aplicar los centinelas de progreso al juez Dívar, en quien han hallado
el chivo expiatorio perfecto, pues no en vano, además de catolicón,
permitió la defenestración del ídolo garzonita, pecado imperdonable que
le han hecho penar del modo más rastrero concebible. Así funciona el
puritanismo de los libertinos.
Y, mientras los centinelas de progreso corren a
gorrazos al juez Dívar por dejarse la lámpara de mesilla encendida (y
propalando muy malévolamente insidias que nos permitan imaginarnos lo
que hacía a la luz de esa lámpara), la gente cretinizada no repara en
despilfarros lumínicos mucho menos veniales. El mismo día que se
consumaba el sacrificio del chivo expiatorio, sabíamos por el Boletín
Oficial del Estado -y es tan sólo un botón de muestra- que la central
eléctrica del Estado sufragará con un milloncejo de euros las
conversaciones por teléfono móvil que nuestros eximios senadores
mantengan durante los dos próximos años. Nuestros eximios senadores
podrán hablar gratis total con su tía de Cuenca, con su novia de Leganés
y con su amiguete de parrandas de Albacete con cargo al presupuesto; y
si, por ventura, su tía y su novia y su amiguete de parrandas residen en
Sebastopol, pues también, que para eso disfrutamos de un Estado que es
una central nuclear funcionando a todo trapo. Claro que, si entre los
eximios senadores se contase alguno que sea catolicón, no debemos
descartar que, en un futuro próximo, los centinelas de progreso le
publiquen las conversaciones con su novia de Leganés, aunque sean las
conversaciones más castas y lacónicas; ellos, entretanto, podrán seguir
conversando incontinentemente las mayores guarradas con su novia de
Sebastopol, que para eso están investidos de una suerte de superioridad
moral que los distingue del resto de los mortales.
Autor: Juan Manuel de Prada
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