Cuentan que los atenienses, derrotados por Minos, aceptaron entre las
condiciones de su rendición entregar cada año siete mancebos y siete
doncellas al monstruoso Minotauro, que encerrado en su laberinto de
Creta aguardaba la ofrenda que periódicamente aplacase su ira. Los
mancebos y las doncellas eran abandonados a su suerte en el interior del
laberinto, donde vagaban extraviados durante días, hasta que el
Minotauro, después de jugar sádicamente con ellos al escondite, se los
zampaba crudos. Así hasta que llegó Teseo, que sin más requilorios
apioló alegremente al Minotauro, poniendo fin a casi treinta años de
terror. Uno lee estas fábulas truculentas y piensa que sólo pudieron
concebirse allá en el alba de la Humanidad, si no fuera porque...
¡Coño, porque -pensándolo bien- nosotros también
tenemos nuestro Minotauro particular, al que ofrendamos nuestros
mancebos y doncellas, en cumplimiento de unas condiciones de rendición
irracionales! Nuestro Minotauro particular son los señores mercados
financieros; y, por aplacar su ira -que es la prima de riesgo-, les
vamos entregando nuestros mancebos y doncellas, hasta dejar la casa como
un solar. Sólo que la ira de los mercados financieros, a diferencia de
la ira del Minotauro, no se aplaca con ofrendas periódicas: por el
contrario, tales ofrendas sólo sirven para excitarla golosamente; y, a
cada ofrenda entregada, exigen una ofrenda más suculenta y copiosa.
Igual que, allá en la antigua Atenas, el oráculo de Delfos recomendó a
los atenienses la inmolación de los mancebos y las doncellas si deseaban
mantener apaciguado al Minotauro, en España tenemos a una patulea de
medioletrados que desfilan por las tertulietas recomendando que, si
deseamos aplacar a los mercados financieros, «tenemos que hacer los
deberes». Nadie sabe, sin embargo, en qué consiste exactamente «hacer
los deberes»: al principio, tales deberes se cifraron en la
«flexibilización del mercado laboral», que según aseguraban nuestros
medioletrados, además de apaciguar al Minotauro, iba a producir puestos
de trabajo a porrillo; Zapatero «flexibilizó» el mercado laboral y la
prima de riesgo se puso de uñas. Después nos dijeron que había que
mandar a freír gárgaras a Zapatero, pues según nuestros medioletrados no
«generaba confianza» entre los señores mercados financieros; se envío a
freír gárgaras a Zapatero y pusimos en su puesto a Rajoy, que generó
tanta confianza que de inmediato los señores mercados financieros se
envalentonaron, según el refrán: «Donde hay confianza, da asco». Y,
aprovechando el impulso de la confianza, se sucedieron los «ajustes»,
«reformas» o «recortes», que con todos estos nombres floridos se conoce a
las exacciones y saqueos de la economía real. ¿Para qué? Para que los
señores mercados financieros se pusieran las botas, subiendo todavía más
la prima de riesgo.
Nuestros medioletrados, que han hallado
entretanto en los vapuleados funcionarios la cantera de mancebos y
doncellas que el Minotauro demanda, han acuñado una nueva
expresión-talismán, que es «adelgazar la Administración»; pero todavía
no se atreven a formular a las claras el deseo máximo de los señores
mercados financieros, que no son las migajillas hurtadas con dietas de
adelgazamiento, sino el festín opíparo que podrían pegarse si lograran
pillar la pasta de la educación, la sanidad y las pensiones. Y, cuando
hinquen el diente a ese momio, lo celebrarán como sólo ellos saben:
subiendo la prima de riesgo. Porque han descubierto que España, como la
acojonadita Atenas de las fábulas mitológicas, está dispuesta a
entregar hasta a su madre con tal de que no la expulsen del euro.
¿Cuándo llegará nuestro Teseo?
Autor: Juan Manuel de Prada
No hay comentarios:
Publicar un comentario