Txelis |
Jose Luis
Álvarez Santacristina, alias «Txelis», uno de los dirigentes de la banda
etarra durante los llamados «años de plomo», acaba de hacer pública una
extensa carta en la que, consciente del daño irreparable que ha causado
a muchas personas inocentes, pide públicamente perdón de todo corazón y
pone a Dios por testigo de su sincero y profundo arrepentimiento. No es
la primera vez que Txelis asume su culpa, lamenta vivamente el dolor
infligido a las víctimas y pide perdón; también fue uno de los primeros
terroristas que reclamaron el fin de ETA y condenaron sus crímenes, lo
que supuso su expulsión del colectivo de presos etarras. Esta carta de
Txelis, escrita desde la cárcel guipuzcoana de Martutene, donde cumple
una condena por inducción al asesinato y otros delitos, será juzgada por
muchos como una declaración retórica de un criminal que desea abreviar
sus días a la sombra. Yo sé que no es así.
Conocí a Txelis en la cárcel de Logroño, donde
hace algunos años fui a dar una charla a los presos. El director del
establecimiento me advirtió que entre los asistentes a la charla se
encontraba Txelis, quien según me informó se hallaba inmerso en un
proceso de conversión. Recordé aquella pregunta de Nicodemo: «¿Cómo
puede un hombre ya viejo nacer de nuevo?». La charla se celebró en la
capilla de la prisión, presidida por un Cristo crucificado que parecía
abarcar con su abrazo redentor a los asistentes, entre los que había
asesinos, violadores y ladrones; y mientras hablaba a aquellos hombres
que penaban los crímenes más horrendos me rondaba la respuesta de Jesús a
Nicodemo: «Tenéis que nacer de lo alto. El viento sopla donde quiere, y
oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Así es todo lo
que viene del Espíritu». Cuando concluyó la charla se abrió un coloquio;
enseguida Txelis tomó la palabra: era un hombre de facciones enjutas y
angulosas al que le raleaba el cabello; tenía una mirada inquisitiva y
como lastimada por la sombra de una aflicción. Sus preguntas, lo
recuerdo bien, versaron sobre un artículo que yo acababa de publicar por
entonces, en el que trataba de imaginar las razones que podrían haber
conducido a un imaginario patricio romano, allá en los primeros siglos
de nuestra era, a convertirse al cristianismo. Txelis tenía una
formación filosófica y teológica nada baladí; pero no me impresionaron
tanto sus saberes como la radical transformación que se estaba operando
en su alma: un alma desgarrada y envilecida por el crimen que, tras
sumergirse en las simas más oscuras, atisba a lo lejos una luz que
perfora las tinieblas y se siente convocado por ella, anegado por ella,
deseoso de fundirse con ella. En Txelis aquella luz brillaba con una
intensidad nueva: era un incendio que hacía crepitar a su paso,
calcinándolos, los restos del hombre viejo que en el pasado había
abrazado la violencia, causando dolor por doquier. Me impresionaron
vivamente la sinceridad de su arrepentimiento y la sed de Dios que
vibraba en sus palabras: una sed de Dios que sólo es concebible en quien
antes lo ha ofendido muy gravemente y suplica su misericordia.
Al acabar la charla, Txelis me entregó, en nombre
de los presos que asistieron a mi charla, un Cristo que ellos mismos
habían confeccionado en el taller de la cárcel. Desde entonces, he
sabido de Txelis por los testimonios de sacerdotes dedicados a la
pastoral penitenciaria, que me confirman que ha renacido a una vida
nueva. Y, siempre que pienso en él, viene a mis labios la frase
evangélica: «Habrá más alegría en el cielo por un pecador que se
convierta que por noventa y nueve justos que no tengan necesidad de
conversión».
Autor: Juan Manuel de Prada
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