Juan Manuel Sánchez Gordillo |
Decía Chesterton que el periodismo consiste esencialmente en decir «lord
Jones ha muerto» a gente que ni siquiera sabía que lord Jones estuviese
vivo. Que Chesterton tenía razón nos lo demuestra, por ejemplo, la
información que recibimos sobre las Olimpiadas, en la que todos los días
nos dicen con exultación frenética que han ganado medallas deportistas
españoles que ni siquiera sabíamos que existiesen; y que, aun después de
enterarnos de su existencia, nos preguntamos a la vista de sus nombres
si serán en verdad españoles o más bien personajes salidos de una serie
japonesa de dibujos animados. Pero hay gente dispuesta a salir en los
papeles como sea, para que el día que se mueran no ocurra con ellos como
con el lord Jones de Chesterton. Un ejemplo conspicuo lo tenemos en ese
Juan Manuel Sánchez Gordillo, el alcalde comunista de Marinaleda, que
quiere ser al menos tan famoso como aquel Peppone urdido por Guareschi;
sólo que como Gordillo no tiene, al parecer, un cura que le haga sombra
como don Camilo se la hacía a Peppone, el tío se lo monta sin cura, que
queda además mucho más laico. Pero los desvelos de este lord Jones de
Marinaleda son inútiles, porque en el lapso entre campanada y campanada
informativa ya nadie se acuerda de él; y así, cada esfuerzo por hacerse
célebre le exige empezar desde cero, como a Sísifo su condena lo
obligaba a empujar montaña arriba una piedra que, una vez alcanzada la
cúspide, volvía a rodar hasta la ladera. Este Gordillo ya había logrado
cuspidear en los papeles cuando lo invitaron a viajar a Venezuela, donde
ardían en deseos de escucharle decir cosas tan rotundas como la que
sigue:
-En la izquierda revolucionaria tenemos que unir
discurso con vida. Tenemos que vivir lo mismo que hablamos y hablar lo
mismo que vivimos.
Y para probar esta comunión de vida y discurso,
nuestro lord Jones de Marinaleda voló a Caracas en primera clase; algo
que ya sólo se pueden permitir algunas estrellas de Jolibú y la
izquierda revolucionaria. Con el pastizal que se habría ahorrado
viajando en clase turista, nuestro lord Jones de Marinaleda podría haber
pagado todos los alimentos que robó en un supermercado de Écija; y de
paso la nevera para conservarlos. Pero la izquierda revolucionaria en la
que cuspidea este lord Jones de Marinaleda puede permitirse estas
paradojas nada chestertonianas, pues sabe bien que lo que ayer
publicaron los periódicos hoy sólo sirve para envolver el pescado, como
dejara escrito Ruano; y a esta condición fugitiva y fungible del
periodismo añade la izquierda revolucionaria esa impunidad moral que
aprendiesen, entre fumatas de porros, leyendo el catecismo de Lenin, que
por supuesto no compraron, sino que mangaron en la librería de su
barrio: «Contra los cuerpos, la violencia; contra las almas, la
mentira». O, en versión carpetovetónica: «Contra las cajeras del
Mercadona, la violencia; contra los palurdos que nos siguen, la
mentira».
Por supuesto, estos aprendices de Lenin, a
diferencia de nuestros medallistas olímpicos (de quienes ya nunca
volveremos a saber nada), seguirán saliendo en los papeles. Han
descubierto que hay formas de morirse sin que les ocurra lo mismo que al
lord Jones de Chesterton: ayer fue el asalto a un supermercado; mañana
será la ocupación de una finca; pasado tal vez el apedreamiento de un
tío con pinta de señorito, hasta que por fin encuentren un Casares
Quiroga que reparta armas entre el pueblo. Que esa siempre ha sido la
golosina favorita de la izquierda revolucionaria; bueno, al menos cuando
se les acaba el dinero para viajar en primera clase.
Autor: Juan Manuel de Prada
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