Hay fracasos gloriosos y perdedores con más autoridad moral que los
ganadores. No es el caso de Carrillo, me parece. En 1934 emprendió una
juvenil carrera terrorista con vistas a una guerra civil (así la llamaba
el PSOE), que impusiera en España un régimen al estilo del de Stalin.
Fracasaron el terrorismo y la guerra civil, momentáneamente. Carrillo
trató entonces de “bolchevizar” al PSOE, que ya estaba bastante
bolchevizado, y ese fue uno de los factores que llevó al Frente Popular,
el cual, tras unas elecciones fraudulentas, destruyó la legalidad
republicana y propició de nuevo la guerra civil. Reanudada esta, el
líder de las Juventudes Socialistas se pasó pronto al PCE, el partido
instrumento de Stalin en España (y orgulloso de su condición de
instrumento), y dentro de él se ocupó de organizar el terror en Madrid,
debiéndose a su liderazgo la mayor matanza de prisioneros de la guerra.
No asomó por el frente, pero tampoco fue esa la causa de que los rojos
perdieran la guerra.
La izquierda española ha sido tan guerracivilista que, no contenta
con la contienda general, organizó otras dos pequeñas guerras civiles
entre ellas mismas, derrumbándose finalmente en medio de tiroteos y
asesinatos en Madrid. Carrillo huyó oportunamente, bajo la protección de
la Komintern, el instrumento internacional del stalinismo. Hacia el fin
de la II Guerra Mundial creyó que las condiciones habían madurado para
emprender de nuevo la guerra civil, mediante el maquis. Nuevo fracaso,
acompañado de la purga y liquidación de bastante comunistas por el
aparato carrillista. Cambio de estrategia: ahora se trataba de
infiltrarse en sindicatos, medios intelectuales, periodistas, etc., con
vistas a una Huelga Nacional Pacífica y consignas similares que
derrocaran a Franco. Volvió a comprobar que la población se sentía
reconciliada sin necesidad de sus consignas, y casi nadie respondió a
sus llamamientos. No tendría el gusto de fusilar a Franco, como
reconoció que era su anhelo de “reconciliador”.
Y así llegó la Transición: su partido era el más numeroso, mejor
organizado y disciplinado de la oposición antifranquista. Quería la
“ruptura” para volver a una especie de Frente Popular, pero pronto
supo su jefe que seguía siendo demasiado débil y hubo de aceptar
muchas cosas que iban contra toda su historia y le repugnaban hasta lo
más íntimo. Creía poder explotar las ventajas de la legalidad para
avanzar hacia el socialismo mediante un nuevo invento: el eurocomunismo.
Pero tampoco funcionó. Como recuerda Ricardo de la Cierva, desde muy
pronto Juan Carlos pensó en legalizarle, lo cual fue finalmente un
acierto.
Por otra parte, los mismos que elogiaban su (forzada) moderación le
estaban haciendo la cama: la derecha había apostado por el PSOE como
barrera contra el PCE (sobre el Partido Socialista hay un documentado
libro de Enrique Domínguez Martínez-Campos: El PSOE, ¿un problema para España?).
Y los socialistas, que no habían dado un palo al agua durante el
franquismo, con el que incluso habían colaborado algunos de sus
dirigentes , se convirtió en el gran partido de la izquierda. Muy
antifranquista, por supuesto. Me gusta citar la anécdota que cuenta el
mismo líder del PCE en sus memorias: con motivo del caso Flick, asunto
de corrupción del PSOE, se formó una comisión parlamentaria, en la cual
la cual “tuvo que comparecer el representante de Flick, que se
llamaba Von Brauchitsch. En su interrogatorio intervine con la siguiente
pregunta: Tengo entendido que el señor Flick fue condenado por el
Tribunal de Nuremberg como criminal de guerra nazi. Y creo que usted es
hijo del que fue jefe del Estado mayor de Hitler. Me supongo que
ideológicamente no existe afinidad alguna entre ustedes y el PSOE.
Entonces, ¿cómo se explica que ustedes financiasen al PSOE? El señor Von
Brauchitsch no vaciló en su respuesta: Tratábamos de cerrar el paso al
comunismo. Y el partido mejor situado para hacerlo era el PSOE” (p. 608).
El PCE fue deshaciéndose a ojos vista en la nueva situación, y el
mismo Carrillo terminó expulsado de su propio partido. Con motivo de su
90 cumpleaños, sus numerosos amigos le organizaron una fiesta y la
eliminación simbólica de una estatua de Franco. Pero había algo cínico e
irónico en todo ello: los mismos que le felicitaban y cantaban sus
loas, empezando por el rey, habían sido los artífices de la ruina de su
partido, PSOE mediante, y del hundimiento político del homenajeado.
Nuevo y enorme fracaso.
Con el tiempo, Carrillo fue radicalizándose de nuevo, sobre todo bajo el gobierno rupturista e involucionista de Zapatero. Carrillo,
uno de los mayores guerracivilistas y stalinistas de España ha
fallecido finalmente el “olor de santidad” laica. Quienes ahora le
ensalzan sin medida ni vergüenza son, en gran medida, los que
contribuyeron a liquidar su carrera política. Hay en ello algo
de burla sangrienta, empeorada por el hecho de no ser del todo
consciente. La política en España ha llegado a ser esto: una enorme
farsa sin gracia.
Autor: Pío Moa
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